Domingo, 17 de diciembre de 2006 | Hoy
EL PAíS › EL ESCENARIO ELECTORAL SEGUN EL GOBIERNO
El balance del Presidente y sus profecías para 2007. El fin del infierno. La centralidad de Cristina Fernández y el rol ineludible de Kirchner. La identidad y la real politik en tensión. La mirada de Kirchner sobre Binner y Juez. Lo que quiere el gran elector, lo que cree posible, lo que juzga imposible.
Por Mario Wainfeld
Opinion
Es una costumbre del Presidente, que las crónicas jamás omiten. Néstor Kirchner abre la puerta del despacho de su jefe de Gabinete, saluda, desparrama su desgarbada humanidad sobre una silla, conversa unos minutos. Porta una botella de agua mineral sin gas o pide una lágrima, que olvida a medida que se engancha en sus reflexiones. Un asistente irrumpe reiteradamente portando un celular. El Presidente sale, vuelve, discurre. En esos diálogos poblados de pausas suelen aparecer obsesiones, enunciaciones que luego serán propaladas desde el no menos conspicuo atril. El tránsito del infierno al purgatorio, tan socorrido en las descripciones presidenciales, por ejemplo. Es una imagen, más vale, pero Kirchner empieza a ponerle fecha.
“El infierno terminará el diez de diciembre de 2007 –decreta–, a partir de entonces habrá que discutir de otra forma.” “Habrá que discutir el rumbo del crecimiento, cómo se distribuye la riqueza.” Un lugar común oficialista, el rezongo acerca de la ausencia de una oposición a la altura del desafío, redondea ese cuadro.
Kirchner cita índices y cifras (crecimiento, empleo, reservas, exportaciones) a todo lo que da. Tan rápido que es difícil rechequearlos aun mentalmente. El mensaje, igualmente, es generalista: las cosas van en el rumbo deseado. La distribución del ingreso justifica una detención algo mayor. La celebérrima porción de la torta que les toca a los trabajadores, redondea Kirchner, subió del 23 al 35 por ciento. “Estamos lejos del 50 y 50 que hablaba Perón pero es el mejor porcentaje desde su último gobierno”, ranquea el Presidente.
El Presidente no menciona habitualmente el consumo, una elipsis que merecería alguna atención porque (aunque no se verbalice) es uno de los pilares en los que asienta su búsqueda de consenso. Los parentescos intertemporales son complejos de descifrar, pero en esa procura de la satisfacción más o menos cercana de las necesidades (o de los berretines) de las clases medias y bajas hay un fuerte aire de familia con los designios del primer peronismo. En aquel tiempo, había reproches al énfasis en la industria liviana en desmedro de la pesada, hablando en jerga epocal. Ahora la discusión es la distracción o la negligencia respecto de la sustentabilidad en el largo plazo.
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“Falta mucho”, dice el Presidente, si se le piden más precisiones acerca de dónde aspira a estar él, ese 10 de diciembre, mientras menea sus manos en el aire, como si echara hacia fuera lo contingente.
Pero, piano-piano, no se priva de reseñar encuestas que avizoran ese horizonte supuestamente lontano. Las referencias aluden todas a “Cristina”. Tandil y Chivilcoy, dicen los encuestadores, vaticinan la media de la provincia de Buenos Aires. Esas recurrencias, como los aciertos de los encuestadores, suelen ocurrir pero nadie debería darlas por hechas. Kirchner lo sabe, sabe que hay diez meses por delante, pero da cuenta de que Cristina ya llega al cincuenta por ciento en esas localidades proféticas.
La hipótesis de la candidatura de la senadora es prioridad del oficialismo que, sin embargo, sigue orejeando las movidas de las otras fuerzas. El truco es un deporte nacional, en un país donde los equipos de fútbol especulan sobre quién sale primero al campo de juego, no debe sorprender que tantos jugadores de ligas mayores en la política se vayan en amagues. Roberto Lavagna sinceró ese manejo, Mauricio Macri lo practica y acaso lo sufre un poco a nivel personal. Elisa Carrió, fiel a su perfil, eligió definir su jugada. Los sondeos de Palacio, de momento, advierten que esa resolución viene siendo premiada por los encuestados, va segunda en Buenos Aires, aunque muy alejada.
“Roberto mide muy mal”, asegura Kirchner y lo adjudica a la falta de manejo político, de muñeca, de “un hombre muy inteligente, muy buen funcionario, muy poco abierto a escuchar a otros”. No es fácil “hacer política”, lanzarse tras décadas de haber revistado como funcionario interpreta Kirchner y otea que buena parte del peronismo que lo objeta se encolumnará detrás de Macri y no de Lavagna.
Las encuestas siguen teniendo credibilidad en Palacio, más allá del papelón masivo en Misiones. Al lector le cabe decidir si se trata de exceso de ingenuidad, de una fe invencible o de saber que a veces los especialistas chingan (por chambones o por mal intencionados) y en otras afinan más la mira.
El político no se basa sólo en lo que le agregan sus consultores, su olfato pesa. La maratón de actos a través de la surtida geografía nacional le sirve a Kirchner para husmear cómo andan las cosas. El Presidente apela a aplausómetro intuitivo, que la semana reciente funcionó en Córdoba. Allí midió los vítores al intendente radical de Río Cuarto, al gobernador José Manuel de la Sota, a su eventual delfín Juan Carlos Schiaretti. La medición se hace desde el palco y se testea asimismo “entre la gente” cuando Kirchner camina, abraza y se deja abrazar. Y mira, aplausómetro virtual en ristre.
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La tensión entre el anhelo proclamado de ir modificando las identidades políticas y la real politik se condensa al momento de determinar, de digitar en rigor, candidaturas. Lo “instalado”, “la buena imagen” descompensan por su peso. Los aliados políticos, los del palo, sólo cuentan con lo que el cronista, futbolero él, llamaría ventaja deportiva en caso de paridad con, por caso, Daniel Scioli.
El altar de lo establecido tiene sus cosas. Otro prominente inquilino del primer piso de la Casa de Gobierno confidencia que Rafael Bielsa va ganando la silente interna con el diputado Agustín Rossi por la candidatura en Santa Fe. Jorge Obeid banca al ex canciller desde hace un tiempito y ha empapelado con afiches suyos las ciudades de la provincia. Los gurúes electorales descuentan una victoria de Hermes Binner, pero “Rafa puede construir bien”. Las broncas acumuladas con “Rafa” en las elecciones de 2003, otras cuitas más nuevas, pesan menos que su supuesta intención de voto. El “Chivo” Rossi, desamparado por el gobierno provincial, puede seguir caminando que la suerte no está echada. Falta mucho, ya se dijo.
Faltará mucho pero la inminencia electoral ha frizado los intentos de sumar nuevos transversales. La competencia polariza, genera enconos. En fútbol no se puede amar al unísono dos camisetas cuando se juega el partido, pregúntenle a Martín Palermo. ¿Y en política? Respecto de Binner y de Luis Juez, Kirchner piensa que (fuera cual fuera la alquimia electoral) los puentes no quedarán quebrados. “Juez dice que no necesita que yo lo apoye para apoyarme”, recuerda, aprueba. En paralelo, lo cortés no quita el humor cordobés, Juez se autorretrata “no hago política colgándome del cuello del Presidente. Primero porque no creo en esa forma de construir y segundo porque, petiso como soy, no le llego al cuello”.
El vaticinio en Palacio, sencillo de compartir, es que si Binner o Juez o ambos llegaran a ser gobernadores la convivencia será sencilla. El cronista agrega que la alternancia, las susodichas derrotas del peronismo esclerosado en el poder provincial, oxigenarían el sistema político. En campaña, nadie del Gobierno asentirá pero es verosímil que el jefe de campaña Kirchner imponga algunos códigos para catalizar ese futuro.
En el álbum de Kirchner se resguardan frases como la de Juez o la de Martín Sabbatella “no estoy dentro del gobierno ni contra él”. “Su proyecto es compatible con el nuestro, seguramente ganará en Morón”, dice el Presidente. La revalidación por las urnas es, mirada desde un gobierno muy pendiente de la opinión pública, una formidable carta de presentación.
La audacia para las coaliciones espera su momento. No parece que vaya a ser en esta etapa. En el medio, claro, acechan la competencia despiadada, la intolerancia que suele ser su regla, los fouls tácticos de los que pocos se privan cuando hay una copa en juego. Cuántos puentes quedarán en pie, cuántos serán minados, el tiempo dirá.
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Si las circunstancias –leídas en las encuestas, en los contactos con “la gente”, en el espejo del armado opositor– lo permiten, Cristina Fernández de Kirchner será la candidata. “Reducido” (por propia, no del todo explicable, voluntad) al rol de plan “B”, Kirchner será en cualquier horizonte, el jefe de campaña y el gran elector de su fuerza en todos los distritos. Carlos Menem y Eduardo Duhalde jamás pudieron tanto. El riojano tenía una valla insalvable en Buenos Aires, el bonaerense era muy tributario de las baronías locales, máxime cuando fue un presidente de transición.
¿Es tan grande el poder de Kirchner? La pregunta, que se puede propagar a otras áreas de su acción, debería propiciar una respuesta meditada, no demasiado veloz.
El poder, una construcción social y no un objeto material, amerita una lectura compleja. Entre otras gracias, es imprescindible computar qué se propone hacer con él. Kirchner tiene una ambición temática superior a la de los presidentes que lo precedieron. Acaso Raúl Alfonsín, en sus albores, tuvo pretensiones homologables, en las que cejó tras un par de knock downs. Menem y Fernando de la Rúa eligieron declararse incompetentes en toda brega con una serie de legalidades económicas, con poderes establecidos, con las imposiciones de los organismos de crédito. Su renuncia a tener política monetaria fue el emblema de resignaciones más vastas.
El menú de contiendas de Kirchner es más variado, lo que lo induce a tener un poder político a la altura. Las comparaciones, pues, deben extrapolar las diferencias de intervención deseadas. La lógica de gobernabilidad actual (que Duhalde también intuyó) es novedosa desde las jornadas de 2001. A un lustro vista, la hipótesis de la legitimidad volátil, expuesta a vaivenes mucho más asiduos que las fechas de las rutinas electorales, es el alfa y el omega del pensamiento presidencial. Kirchner sigue siendo el mejor lector de esos días de vértigo de los que se cumple un lustro. Lo es, sin duda. Lo es, él lo sabe, por ahora.
En el terreno de la determinación política, Kirchner no se resigna al esquema bipartidista ni a la pura lógica del peronismo. Pero necesita de sus aliados para revalidarse y darse envión para una segunda instancia. Esa dialéctica, muy polémica, signará sus próximos pasos, hasta el día en que, supuestamente, se consagre el fin del infierno. Su pulsión es acceder a él doblando los votos que sacó en 2003, esa marca de fábrica que lo obsesiona aunque ya no la mencione y que (en su magín) es un rasgo de debilidad congénita, estructural. El poderómetro, en fin, es tan interpretable como el aplausómetro que signa las tácticas de campaña.
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