Domingo, 7 de septiembre de 2008 | Hoy
Por Mario Wainfeld
Las alusiones despectivas a “militantes” o “activistas” asociándolos a prácticas violentas o delictivas fueron un tópico de las dictaduras militares. Es habitual que funcionarios democráticos repitan esos sonsonetes, repetición que no excusa la pésima costumbre: más bien la agrava. Aníbal Fernández reincidió en esa mala praxis, desde el jueves. Bartoleó acusaciones contra militantes de izquierda, sin dar precisiones. Para una acusación penal su caso es patético. Como planteo político es macartista y apesta a cortina de humo.
Este cronista, a fuerza de haber vivido muchos años, sabe que, ante sucesos de mucha repercusión, el reflejo de “servicios” y uniformados es “darles algo” a sus superiores o la prensa para limitar su asedio. Alguna solución express. Con una noción primitiva sobre lo que es la prueba legal, prestamente sirven en bandeja un perfil prejuicioso de culpable. Les sale fácil sindicar a sus “bestias negras”: militantes de izquierda o jóvenes, o pobres. Es menos exigente que investigar a fondo, respetando los límites legales.
Tamaña información debería ser tomada con pinzas por un ministro, que lo es de Justicia y Derechos Humanos, abogado flamante él. Fernández fue, hace muchos años, militante político como aquéllos a los que criminaliza sumariamente. A la sazón, es un dirigente político con millaje, a quien no se le debe admitir un discurso vagaroso sobre “gente del PO y del MST” o “de Proyecto Sur, que responde a Pino Solanas” (sic). Acusar con ese nivel de imprecisión discursiva es más un acto de prepotencia que un error.
La violencia ejercitada durante la revuelta fue condenable, notoriamente distinta de la conducta cotidiana de decenas de miles de sufridos usuarios del tren. Compete a las autoridades arbitrar los medios para identificar a los responsables y derivarlos a la Justicia. Nada tiene que ver eso con anticipar sentencias a pura parla.
La estridencia de Fernández no disimuló su silencio acerca de las responsabilidades gubernamentales y privadas por el pésimo servicio ferroviario. Más bien, el ocultamiento brilló por su ausencia entre las infaustas palabras del ministro.
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