Domingo, 7 de septiembre de 2008 | Hoy
SOCIEDAD › DE GENERAL RODRIGUEZ, EL PUEBLO DEL TRIPLE CRIMEN
Creció de la mano de La Serenísima hasta los ’90. De allí son dos “arrepentidos” de la corrupción. Los rumores, la historia y los personajes de la clase política local.
Por Alejandra Dandan
General Rodríguez hace años perdió el aire de pueblo. O por lo menos lo intenta. A las siete de la tarde, las persianas del único restó recoleto todavía están cerradas. Alguien les hizo una agujero. Una especie de bombazo abierto en medio de una madera funciona como mirilla. Del otro lado se ven las mesas vacías tendidas con los manteles y los platos para comensales fantasmas. En las paredes, cuelgan algunos cuadros mexicanos inmensos; ornamentos que adentro lo llenan todo hasta provocar un escozor de época muy extraño para los que permanecen del lado de afuera.
Punto Clave en estos días alimenta las fantasías del pueblo. Es un lugar tradicional de Rodríguez, un restaurante del centro en el que hace año y medio cambiaron los dueños. El lugar incorporó un menú ejecutivo al mediodía y shows mexicanos durante la noche, además de la concurrencia de la clase política rodriguense, salpicada ahora por los escándalos de los narcos. Por esas cosas, el restó empezó a concentrar algunas miradas. La concesionaria es una mujer, argentina y no mexicana, que no tiene nada que ver, dice, con los narcos.
“Resulta que dicen que soy mexicana porque estuve viviendo siete años en México, pero no tengo nada que ver con los narcos.” Marcela Wilte no sabe bien si reírse, llorar o defenderse. La falsa mexicana es en realidad una ex empleada de un canal de noticias en el que se dedicó al mundo del espectáculo. Luego se fue a México, dice, y ahora divide el tiempo entre la gastronomía y la exportación. El jueves pasado almorzó en Punto Clave con el manager de los Ratones Paranoicos y en los próximos días se lleva a México al grupo de enanitos triunfadores en los espectáculos de televisión. Como si fuera soja, petróleo o efedrina, lo suyo es la exportación, pero de artistas. En General Rodríguez por estas horas todo lo que huele a México o sus derivados puede ser una mala combinación.
La semana pasada, en la ciudad pueblo de General Rodriguez estalló por segunda vez una bomba del último escándalo. El 13 de agosto, habían aparecido en un zanjón los cuerpos de Sebastián Forza, Leopoldo Bina y Damián Ferrón. El martes pasado se supo que se encontró en un enorme galpón del centro un tambor con restos de efedrina. También se supo que lo había alquilado un funcionario, Carlos Manuel Poggi, que ahora está detenido.
Pero General Rodríguez no siempre fue eso. Ubicada en el noroeste de la provincia de Buenos Aires, a 52 kilómetros de la Capital, hace veinte años sus pobladores demoraban dos horas para llegar al centro. El Acceso Oeste dejó al pueblo a 50 minutos de la Capital. La población pasó de unos 30 mil habitantes a 77 mil, con una explosión demográfica que dio origen tanto a los barrios cerrados como a novísimos cordones de pobreza. General Rodríguez hoy parece atrapada por esa tensión desconocida porque hasta ahora creció como un péndulo de una clase media que no se desarrolló mirando a la Capital sino hacia adentro: allí creció el clan de los Mastellone, con La Serenísima como imperio. Con la lechería, el pueblo tuvo una idea posible, cercana y acabada de la posibilidad de un progreso. La Serenísima se fundó después que Rodríguez, el 29 de octubre de 1929. General Rodríguez no nació con la lechería pero sí creció por ella.
“El pueblo le debe lo mejor y lo peor a los Mastellone”, dice el periodista Alejandro Krewsky. Según cuentan, la gente de Rodríguez trabajaba o en el Hospital Interzonal o en La Serenísima: eran empleados, ponían un tambo o compraban un camión. La fábrica les daba status. A los dos meses de comprar el camión, era común que la gente pusiera un empleado para que lo manejara, se comprara un auto, la casaquinta y muchos hasta el coche de carrera. General Rodríguez nunca tuvo un teatro y el único cine fundió, pero insólitamente llegó a tener entre 35 y 40 autos en las Ligas Regionales de Automovilismo. Los años de esplendor se terminaron en los ’90. El imperio empezó a despedir empleados en medio del acercamiento a la francesa Danone. La planta aún está, y está a un kilómetro del centro, rodeada por un murallón. Allí, los apellidos más ilustres del clan Mastellone levantaron sus casas. La vista no da a un plácido paisaje de campo sino al paredón, como si se resistieran a ver otra cosa que su reino. Del lado de atrás, camino al interior del pueblo, está el resto. El pueblo de La Serenísima en la tardía edad de la pérdida de la inocencia.
A la hora de la siesta, un antiguo almacén de ramos generales aún está abierto. A una cuadra de la estación del tren, la esquina que años atrás surtía de botas de cuero con suelas de madera a los hombres del campo, ahora tiene góndolas de supermercado y registradoras modernas. Don Rulo está atrás de una de ellas. Aprieta un número con un dedo, y luego otro todavía con cierta torpeza. Es el padre del intendente Jorge Marcelo Coronel, un kirchnerista golpeado por el escándalo. Una clienta de pronto lo despide. Doña Gabriela es vecina desde hace cuarenta años.
–¿Qué dicen los vecinos de todo esto? –pregunta este diario. La mujer, bolsita en mano, no es de las que amaga con irse. Ella tiene aún un yerno en La Serenísima, dice, un hijo en los camiones de La Serenísima y un marido muerto que estuvo empleado en el correo. Así que del pueblo, sabe.
–Poca seguridad –arranca–: hay que vivir con rejas. La gente que es mala anda suelta y nosotros estamos bajo rejas.
–¿Y este tema de los mexicanos y la efedrina?
–Yo no te sé decir nada, mamita.
–¿Y el funcionario municipal que les alquiló un local?
–Y... estaría metido, de gusto no lo van a llevar. El dueño del galpón es una persona conocida acá en Rodríguez, a lo mejor lo alquiló sin saber. Esta otra gente uno no la conoce, cosa que el intendente tampoco tiene la culpa porque él no puede estar en una cantidad de gente que está trabajando. Hay de todo, yo lo pienso así.
–¿Hay mexicanos en el barrio?
–Nooo, querida. Yo me la paso adentro. A mirar televisión con mi nietito.
En los últimos años en Rodríguez no sólo crecieron los habitantes. Detrás de La Serenísima, hubo políticas para desarrollar un polo químico con una industria de compuestos fosforados y una destilería de petróleo. El polo aún tiene unas pocas industrias. Y sobre muchas pesan reclamos por contaminación. La construcción es otro de los ejes de desarrollo. En los últimos años, al lado de la explosión de countries, crecieron clubes de campo y hasta haras con exóticos establos para caballos y campos para carreras de pura sangre colocados por extranjeras. Entre ellos, hay un italiano y aseguran que por allí existe un barrio de colombianos. Con el auge de la soja, las familias tradicionales salieron a vender sus terrenos a pooles o inversores de otros lados. Al compás de esos cambios, también hubo escándalos ligados al jet set y a la drogadicción.
De General Rodríguez son dos arrepentidos: Mario Pontaquarto, el ex secretario parlamentario que dio detalles sobre las coimas en el Senado durante el gobierno de la Alianza, y Roberto Martínez Medina, el ex secretario privado de Raúl Granillo Ocampo, quien aportó datos sobre el cobro de sobresueldos durante el menemismo. Antonio Cafiero tuvo en Rodríguez la casa de sus padres, aunque la vendió hace mucho tiempo; se la compraron los Mastellone cuando extendieron las bases del imperio. También en Rodríguez tuvo lugar el escándalo de Diego Maradona con los periodistas, porque en 1994 Mastellone le prestó la casaquinta. Felipe Solá, en cambio, es de los recién instalados. Lo mismo que el padre de Carlos Ruckauf. Entre los recuerdos del pueblo aparecen algunas leyendas, y entre ellas la mención a la viuda de Pablo Escobar Gaviria. Según dicen, la mujer vivió ahí, en uno de los barrios cercanos a la ruta 6, donde la policía asegura que existe un triángulo de Las Bermudas, ya que en ocasiones no hay señal de teléfono y cerca, muy cerca, de donde aparecieron los tres cuerpos.
Desde 1991 hasta 2003 hubo un solo intendente: Oscar Jorge Di Landro, un peronista que comenzó su ascenso político como concejal en 1983 y sobre el que, luego, llovió una serie de escándalos. Antes de irse, preparó el terreno a su sucesor, también dentro del peronismo pero con un perfil distinto.
Don Rulo intentó convencerlo para el almacén, pero a Jorge Marcelo Coronel no le interesaba. Después de algunos intentos del viejo (ver aparte), Coronel hijo entró al departamento de personal de La Serenísima, desde donde –entre otras cosas– se hacían los regalos más importantes a los empleados a la hora de la muerte. La jefatura comunal llegó pero mucho después. Coronel hijo empezó en 1998 con un puesto estratégico en la Casa de Tierras. Desde allí, alcanzó el cargo de secretario de Hacienda y luego se postuló como concejal. En 2003 ganó por primera vez la intendencia y en 2007 la confirmó.
Coronel está casado con Adelma Arguisain, senadora de la Legislatura bonaerense con mandato desde 2005 y presidenta de la Comisión de Seguridad. Se dice que el hombre que la precedió en el cargo es su padrino político. El ex senador provincial Horacio Román es dueño de una cadena de farmacias y una droguería.
Manuel Poggi llegó a la municipalidad en 1999 con Di Landro, el ex intendente. Hasta hace unos meses, los periodistas locales estaban convencidos de que había entrado por concurso, pero ahora creen que no. Poggi es técnico químico con título secundario; entró al área de política ambiental con el anterior gobierno pero más que por ser idóneo se ganó el cargo, aparentemente, porque era compañero de facultad de la esposa del ex intendente.
Con Di Landro la comuna le entregó el manejo de los planes sociales. Sobre su gestión cayeron denuncias variadas por escándalos por irregularidades en la distribución. Uno de los ejemplos repetidos es una denuncia por 50 planes robados. Su virtud de todos modos fue el manejo de las relaciones sociales y políticas para la recaudación. Con el cambio de gobierno, eso no pudo ejercerlo. Durante un tiempo quedó en una suerte de freezer. Pero empezó a cobrar nuevamente sus bríos a mediados de 2005, cuando Armando Borches, un amigo personal del intendente, fue nombrado como secretario de la Producción.
En marzo de 2008, Poggi le pidió a la inmobiliaria Di Lazzaro una intervención para firmar un contrato de locación de 10 mil pesos al mes con Osvaldo Carrizo, allí es cuando comenzó la última historia. Coronel asegura que casi casi no lo conocía. Pero muchos en Rodríguez creen que era una pieza clave de un engranaje que nunca –ni antes ni ahora– dejó afuera a la jefatura de la comuna.
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