Viernes, 4 de junio de 2010 | Hoy
EL PAíS › UN HAPPENING EN APOYO AL JUICIO FRENTE A TRIBUNALES
Por Nicolás Lantos
Un cura, un militar y un extraño Mauricio Macri atajaban penales en un arco montado frente al imponente edificio de los tribunales de Comodoro Py. Era parte del acto que llevó a cabo la agrupación HIJOS, en paralelo a la primera jornada del juicio a los responsables del centro clandestino de detención Automotores Orletti. Un árbitro, de reglamentario uniforme fucsia, invitaba a los peatones a probar suerte. Pero los tres arqueros se ponían uno junto a otro, bloqueando todo el arco. Y si hacía falta, qué duda cabe, el árbitro les daba una mano. Más claro, echale agua.
Una veintena de militantes aguantaba en la puerta del tribunal, durante un cuarto intermedio. Más tarde, cuando volvió a empezar la audiencia, escondieron sus remeras con consignas (“Juicio y Castigo”) debajo de buzos y camperas para que se les permitiese la entrada a la sala. Las cámaras que esperaban el fin de la jornada para tomar una imagen de los acusados al retirarse se entretenían mientras tanto filmando el espectáculo musical protagonizado por un conjunto de percusión africana que interactuaba, a duras penas, con una murga local. Un puesto ofrecía remeras y pines y más de un abogado de saco y corbata detuvo su trajín para chusmear, e incluso comprar, un prendedor con la imagen de Evita.
La música, sin embargo, hizo su efecto, y de repente todos se unieron en un extraño trencito al ritmo de los tambores. Desde afuera del agitado grupo, dos Madres de Plaza de Mayo sonreían y aplaudían, mientras un periodista despistado preguntaba qué está pasando adentro. Una chica le explicó que la sesión estaba en cuarto intermedio y lo invitó a mirar –mientras tanto– la improvisada galería de arte que montaron contra las rejas del tribunal: son dibujos de los acusados hechos en sesiones donde no se permitía sacar fotos. Otra forma de hacer memoria.
Al rato comenzó el segundo tiempo. Las fuerzas seguían desniveladas: entre el cura, el milico y el Macri que portaba trapito y limpiavidrios (los mismos que su otro yo de la vida real intenta prohibir con su código contravencional), con la ayuda del árbitro, eran demasiado para los intentos de delanteros que se prendían al desafío. Hasta que alguien aportó la solución y el fútbol se tornó un tiro al blanco humano. Cada impacto de la pelota (inofensiva, de goma espuma) sobre los malos era festejado como un gol.
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