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La Constitución, de puño y letra

 Por Martín Granovsky

El 23, el juez Raúl Zaffaroni abrirá en París un coloquio sobre Juan Bautista Alberdi, que nació en 1810 y por lo tanto tiene derecho a su propio bicentenario. El tema que le toca es “La Constitución de 1853”. Además de sus reflexiones, Zaffaroni llevará un objeto de colección: acaban de ser publicadas por primera vez de manera oficial en un tomo todas las constituciones de la Argentina y la edición facsimilar del texto del ’53 y sus posteriores reformas.

Las recopilaciones anteriores no incluían la Constitución de 1949, inspirada por Arturo Sampay y promulgada por el primer gobierno de Juan Perón. En el libro editado por la Corte también figura el decreto de 1956 con que el gobierno de la Revolución Libertadora que derrocó a Perón anuló el texto del ’49. Es, de paso, un buen manual para comprender el constitucionalismo de los golpes de Estado. Dice que el gobierno se ajustará a la Constitución de 1853 “en tanto y en cuanto no se oponga a los fines de la Revolución”.

El trabajo es fruto de la flamante Dirección General de Biblioteca e Investigaciones de la Corte Suprema en colaboración con la Biblioteca del Congreso y con la Biblioteca Nacional.

“Las bibliotecas de los tres poderes”, sintetiza en el prólogo Horacio González, el director de la Biblioteca Nacional, que sería la correspondiente al Ejecutivo. González escribe “la historia de las constituciones argentinas es la historia de las luchas políticas argentinas”. Y agrega que la escritura “podrá no ser la preferida de la literatura, la historia o la poesía”, pero “es el máximo acuerdo entre una ley, la escritura y la vida general”.

Ricardo Lorenzetti, presidente de la Corte, en su prólogo definió a la Constitución como “el espacio común en el que todos somos iguales y con el que todos estamos comprometidos para encarar cualquier proceso de transformación de la sociedad”.

El diputado Juan Carlos Gioja, presidente de la bicameral que dirige la Biblioteca del Congreso, eligió subrayar “la convicción federalista” de la Constitución.

Luego de los tres prólogos, una presentación de Zaffaroni muestra una peculiaridad: escapa del llanto absoluto que suele inundar las descripciones sobre la Argentina. “Demoramos muchos años en llegar a una vida constitucional discretamente serena –dice–. No debemos descargar culpas, pero tampoco ignorar las interferencias extrañas que contribuyeron a demorarla”, sostiene antes de señalar que “nada hay en nuestras instituciones como Estado ni en nuestra cultura que nos deba avergonzar en comparación con los itinerarios de otros pueblos”.

La visión histórica figura en estas definiciones:

- “No hay razón alguna para renunciar a mirar con orgullo tanto lo que nos agrada como lo que nos degrada de nuestro pasado. Lo primero por lo general es heroico, generoso, pletórico de humanismo; lo que nos desagrada suele ser horrible, pero no podemos ni debemos suprimirlo de nuestra memoria, y tampoco podemos olvidar que en estos doscientos años la humanidad ha asistido a episodios escalofriantes, que en grandísima medida nos hemos ahorrado.”

- “Es el momento de mirar el pasado y el presente con calma, sin que el afán por distanciarnos de la resignación nos lleve a saltar a la soberbia. Nada hay de apocalíptico, pero tampoco nos preciemos de perfectos ni inmaculados.”

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