EL PAíS

Tabaré, Bush y la luz

 Por Mario Wainfeld

A las personas del común les choca que los grandes protagonistas políticos cometan errores. Creen, aun cuando les caigan mal, en su enorme astucia. Sin embargo, el error acecha a los dirigentes, máxime cuando están sobreexpuestos. El ex presidente uruguayo Tabaré Vázquez es un ejemplo flamante de la regla. El cronista no califica para saber si “se fue de boca” inadvertidamente o si lanzó el globo de ensayo que le salió fatal. En cualquier caso, la confesión acerca de su hipótesis de conflicto, su solicitud ¡al presidente George Bush y a la halcona Condoleezza Rice! motivaron oleadas de reacciones negativas en su propio país y en su partido. No es seguro que su retirada de la política sea sincera o definitiva. Es claro que le costará volver del ridículo y de haber roscado con dos paradigmas de la derecha imperialista, para colmo caídos en desgracia.

La teoría de Vázquez era disparatada e injusta. El gobierno argentino, de cuyos errores algo se dirá más abajo, jamás imaginó tamaña acción. El entonces presidente Néstor Kirchner despotricaba de lo lindo, le endilgaba desagradecimiento por el apoyo que dio el gobierno argentino a los uruguayos radicados acá para que fueran a votar. Y la mala onda era tan vibrante como recíproca. Pero Kirchner establecía límites rigurosos, que incluían (algo reconocido tácitamente por Vázquez) “no cortarle la luz”. El suministro de energía a eléctrica a Uruguay jamás fue variable de ajuste del conflicto.

Vale agregar que el peronismo, usualmente, tuvo una actitud pacífica, eventualmente concesiva, en los entredichos con países hermanos. El belicismo o las “hipótesis de conflicto” en el vecindario fueron berretines de las dictaduras, de nacionalismos elitistas, de alguna vertiente del desarrollismo.

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La cipaya conducta del ex presidente oriental no debería inducir a una relectura del conflicto que excluyera los errores y demasías argentinos. Hablamos de su gobierno nacional, del entrerriano, de los asambleístas de Gualeguaychú y (en forma menguante) de buena parte de los medios y la opinión pública.

El contencioso fue el más grave y doloroso de una década de política regional e internacional rescatable en promedio. Y que tocó picos altos en la negociación enérgica y eficaz de la deuda externa, en el parate al ALCA en la cumbre de Mar del Plata, en intervenciones pacifistas a través de la Unasur o ejercidas de consuno con Brasil.

Los relevos de los dos presidentes, su reemplazo por José Mujica y Cristina Fernández de Kirchner fueron claves para destrabar los enconos. Llevar la contienda a la Corte Internacional de La Haya fue un medio eficaz para confinarlo, encauzarlo y mitigarlo. Nobleza obliga: en su momento, al cronista esa jugada le cayó pésimo. Juzgaba insoportable trasladar cuitas entre países hermanos a un ámbito exótico, foráneo, donde había que disfrazarse con toga y hablar en inglés. “Con la chapa puesta”, como dicen los periodistas deportivos, el juicio varía. La judicialización fue una concesión dolorosa, pero eficaz, a la realidad. Una movida política que cumplió su cometido. Un recurso pacífico, debía agregarse en un colacionado dirigido a Tabaré Vázquez.

Los desatinos propios, empero, fueron numerosos. Se encrespó demasiado el ambiente. Se procuró, sin mayor soltura, contener a los vecinalistas y luego “conducirlos”. De facto, parte del rumbo de la política exterior quedó en manos de una asamblea ciudadana, respetable pero carente de representatividad institucional.

Ahora, los presidentes Mujica y Cristina Fernández de Kirchner derrochan sensatez y promueven la cooperación tanto como el buen tono. Y le cupo a Tabaré, esta vez sin ningún correlato desde la otra orilla, irse de boca sincerando una visión política equivocada o algo peor.

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