Domingo, 17 de febrero de 2013 | Hoy
Por Mario Wainfeld
La, ejem, revelación de una cena concelebrada en diciembre desató una tormenta de verano. El invitado, Julio Cobos, rompió el secreto y dejó un poco en off side al anfitrión, Daniel Scioli, a quien el kirchnerismo le dio como para que tuviera. Si se repara en que es un racconto, se convendrá en que Scioli congregó después otros encuentros deportivos o sociales que soliviantaron al oficialismo nacional: con Hugo Moyano, con Mauricio Macri o con Roberto Lavagna, solo como ejemplo y para empezar. Y que, hace un buen rato, calmó su ánimo social.
En torno del gobernador reconocen la reunión, le restan entidad, aunque subrayan que Scioli “es” de encontrarse con muchas personas. Y remachan su lealtad con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
En la Casa Rosada y zonas de influencia están menos seguros.
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Nadie es inocente en esos juegos que (convengamos) son de baja intensidad. El ex vicepresidente Cobos es un reiterado violador de pactos, dentro o fuera de su partido. El Gobierno no deja pasar oportunidad para demarcarle el terreno a Scioli. Y éste especula con su club social y deportivo propio, del que se vale para mostrar apertura y pluralismo (supuestamente características “no K”) aunque sin producir rupturas más serias. Su táctica es mostrar diferencias de perfil y estilos, por si cambia el escenario. Pero no forzar por ahora ese cambio.
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En público, casi es ocioso mentarlo, Scioli sostiene una calma zen: jamás se saca o abandona los tópicos sobre su vida, sus luchas, su modo de gobernar y “trabajar”. Instala que su personalidad es la de un tipo bueno y laburador, sin dobleces, de gustos sencillos (sopa, pasta frola, fobal con los amigos).
Hay quien piensa que jugando al fútbol se revelan características psicológicas que la cortesía o la vida mundana disimulan. Quienes vieron a Scioli dentro de la canchita cuentan que se parece más a Blas Giunta que a Lio Messi: corre, mete pata, comete infracciones, insulta, le grita al árbitro, prepea si es necesario. Ahí donde, tal vez, se revela el carácter del protagonista. No sería, apenas, el pacifista que atraviesa cualquier reportaje sin perder la calma ni la ambigüedad.
Hasta ahora, el gobernador ha sabido refrenar su verba y sus gestos. Y se mantuvo, objetivamente, como aliado del kirchnerismo sin dejar de halagar a sus rivales ni de mostrarse como un potencial líder de la oposición. Un equilibrio inestable, que lo transforma en uno de los pocos candidatos binorma del sistema político, podría jugar para el oficialismo o para la oposición.
El entorno del gobernador dice que la infidencia de Cobos no lo molestó. Así debe consignarse aunque deja la sensación de haberse producido en un momento en que Scioli prefería no diferenciarse.
La historia continuará. Y se develará cuando se produzcan hechos mucho más relevantes que una cena que (imagina el cronista) no habrá sido para desternillarse de risa.
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