Domingo, 26 de mayo de 2013 | Hoy
Por Mario Wainfeld
2003, 2004: El flamante presidente Néstor Kirchner empezó a crecer y diferenciarse desde el mismo instante en que su contrincante, el ex mandatario Carlos Menem, huyó del ballottage. Declaraciones públicas, su célebre polémica sobre el “zurdaje” con la animadora Mirtha Legrand, un notable discurso ante la Asamblea Legislativa. Claro que eso no le bastaba para convencer y menos conmover a una ciudadanía desposeída, apática y descreída. Su “primera Plaza” de Mayo estaba ocupada apenas hasta la mitad.
Un año después, en 2004, el Gobierno optó por una fiesta popular: cantantes y músicos vinculados con la estética “progre” o nac & pop. Muchos asistentes que fueron a disfrutar el día, de bajo o nulo tono partidario. Ese todo fue una fracción del acto de ayer, por decirlo así.
Kirchner debió esperar tres años de mandato para tener “su plaza” colmada. Fue policroma, mestiza en procedencias, exótica para la cultura política previa. Fue el embrión del kirchnerismo... peronista, a su modo, también.
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2006: En 2006 se inauguró parcialmente un formato repetido en sustancia ayer. Los sindicatos entraron por la Diagonal Sur, las organizaciones sociales y “el territorio” por la Diagonal Norte. No existían las agrupaciones cabalmente kirchneristas (La Cámpora, Kolina) o no tenían su actual desarrollo (el Movimiento Evita). Los organismos de derechos humanos ocuparon un lugar preeminente en la escenografía, por encima (en sentido literal y figurado) de gobernadores, intendentes y dirigentes políticos. En aquel entonces Kirchner dijo: “La Plaza es de los trabajadores, de Eva Perón, de las Madres y las Abuelas”. Estaba francamente conmovido por el marco, su discurso lo mostró: fue algo deshilvanado, primaba la emoción. Luego agregaría a Perón a la nómina de dueños de la Plaza.
Los números que siempre recorría le daban bien: el PBI, los niveles de empleo, las reservas del Banco Central, el crecimiento año a año. También las urnas le habían sonreído en 2005, con Cristina de candidata a senadora bonaerense. Pero, en los días siguientes a ese 25 de mayo, el presidente pingüino redondeó su juicio sobre la convocatoria: “Ganar elecciones es fundamental, pero nos faltaba llenar la Plaza”.
Las señales emitidas por ese acto fundacional se mantienen sí que con variaciones: el giro hacia el peronismo real existente y la alianza perdurable con Madres y Abuelas. Ayer mismo, cuando la presidenta Cristina Fernández de Kirchner las besó antes que a nadie: las tenía en primera fila.
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2008: En 2008 la Plaza de Mayo se dejó despoblada y “el campo” tuvo su bautismo de masas. Las patronales agropecuarias se hicieron banca. El 25 de mayo aglutinaron una muchedumbre en el Monumento a la Bandera, en Rosario. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner se desplazó a Salta y quedó en un incómodo e inusual segundo lugar. Las imágenes, vistas en perspectiva, eran un augurio de las elecciones de 2009, las únicas que perdió el kirchnerismo.
En 2009, el acto oficial se mudó a Iguazú. En 2011, en los albores de la goleada electoral, transcurrió en Resistencia (la capital de Chaco, se entiende).
En el ínterin, ocurrió el Bicentenario, primer sorpresazo que ni los medios dominantes ni la oposición supieron prever, leer y luego traducir.
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El Bicentenario y el adiós: El sentido común dominante describía un país al borde del estallido, una sociedad partida al medio que desayunaba indignación y odiaba todo, hasta su propia existencia cotidiana. La recordación del Bicentenario mostró otra galaxia. Gentes del común disfrutando, paseando, ocupando a sus anchas el espacio público, conviviendo. Otro país era posible o, mejor dicho, existía.
El adiós a Kirchner tras su súbita muerte volvió a desnudar la carencia conceptual de críticos, académicos, políticos o formadores de opinión. El dolor y la pacífica concurrencia se conjugaron con los elogios de todos los gobernantes de la región. Mucho pueblo lloraba, también lo hacían el presidente brasileño Lula da Silva o el venezolano Hugo Chávez.
Tecnópolis fue otra pista de una realidad no oculta pero sí esquiva para ciertas miradas miopes. Todo fue un anticipo de las elecciones de 2011, un veredicto abrumador que aún propaga sus efectos.
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Sabedor de que convertir manifestantes en votantes es complejo, espectador atento de marchas opositoras y cacerolazos, el cronista no arriesga juicios terminantes sobre lo que podría insinuar el actazo de ayer. Es claro que los anteriores, bien releídos, explicaban mucho sobre sus circunstancias y mucho sobre lo que estaba por venir.
Pero los pronósticos son difíciles. Así que apenas se insinúa una hipótesis muy módica, sólo explicable porque está a contrapelo de la moda. El kirchnerismo, mal que pese a muchos, existe. Crealo, no es sólo un relato.
El oficialismo, chúcaro para dejarse encasillar y duro de vencer, es una fuerza política que aglutina base social y militancia. Tiene años de gestión, un abanico de realizaciones. Hay gentes de a pie que se identifican con sus banderas y con su líder, hay un puñado de ideas fuerza que lo identifica y diferencia. Existe, caramba... y cuenta con adhesiones genuinas, policlasistas, apasionadas, numerosas. No es poco, máxime si se compara con las fuerzas que le compiten.
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