EL PAíS

No es fácil ganar de local

 Por Mario Wainfeld

La agenda mediática es volátil cual pluma al viento. Los resultados de las elecciones brillaron alto un par de días. Los relevó la sentencia de la Corte Suprema sobre la ley de medios. Los cambios introducidos por la presidencia en el gabinete nacional ocuparon luego el espacio central. Los ganadores, entonces, eran el gobierno central y los mandatarios provinciales incluyendo al jefe de Gabinete, Jorge Capitanich. Los trágicos hechos de estas semanas (ver nota aparte) los debilitaron y pusieron en aprietos amén de colocar en primera plana a los saqueos y a los policías sublevados.

El sinfín continuará, es lo más presumible. Claro que debe entenderse que “la tapa” no es todo en la vida. El veredicto popular sigue influyendo en la composición del Congreso nacional, de los legislativos provinciales y comunales y en las perspectivas de los dirigentes que ganaron o perdieron.

El nuevo elenco de gobierno y las nuevas competencias otorgadas seguirán vigentes. Los desempeños se verán, el cambio, posiblemente, signará los dos próximos años.

Los gobernadores ascendieron y sufrieron un sofocón. Las dos variables persisten. En el futuro inmediato, tendrán que hacerse cargo del daño causado al tejido social por los crímenes, las vidas segadas, la desolación y el miedo.

Y, claro, de las complicaciones financieras que deberán sobrellevar, de resultas de los pactos con las policías. Los pedidos de ayuda económica a la Nación serán uno de los recursos. También deberán pensar en mejorar la capacidad recaudatoria de sus provincias, de modo que sean los sectores más ricos los que paguen una parte sustancial de la factura.

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El gobernador cordobés José Manuel de la Sota ya está asediado por gremios estatales variados. La escena se replicará en otros territorios: los uniformados adelantaron el escenario que solía abrir su telón con la paritaria docente. Los maestros tienen la herramienta de la huelga, cuya lesividad incide en los hogares de millones de argentinos. Los huelguistas armados pueden causar un daño mayor, irreparable y salvaje, en cuestión de horas.

El bonaerense Daniel Scioli se vio obligado a imitar al Gallego de la Sota en eso de volver zumbando de un viaje al exterior. En ese caso, no lo convocó sólo el incendio. También incidieron llamadas con exigencias precisas emanadas desde Olivos. Scioli se arregló para desmontar la protesta mediante un decreto de aumento. Una táctica pasable para zafar, que no resuelve el dilema estratégico.

Entre otros problemas futuros, tiene uno en su propio elenco, es el flamante ministro de Seguridad Alejandro Granados cuya torpeza en estos días agravaba la ausencia del gobernador.

La relación entre gobiernos provinciales y autoridades policiales es una trama habitualmente nefasta. Y no hay más remedio que los protagonistas que son parte del problema traten de serlo de la solución. Pero Granados no da la impresión de calificar para ese doble rol. Formateado en el menemismo y en el duhaldismo, con modales y jactancia de sheriff, el hombre se dedicó a prometer lo incumplible a las cúpulas policiales. Jamás marcó la distancia necesaria y menos cuestionó la prepotencia e ilegalidad de los reclamos. Sólo para completar, llamó “mogólico” a alguien que lo criticó. Se disculpó tarde y mal, porque desconoce la corrección política y luce como incapaz para resolverla.

Scioli ya viene pidiendo oxígeno económico, avales para contraer endeudamiento externo. No es el único entre sus pares, más vale.

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Hace mes y medio, la vulgata mediática opositora daba por sentado que los gobernadores “olerían sangre” del Gobierno y correrían a morderlo, cual perros de Pavlov. Hoy día, mandatarios nacionales y provinciales comparten un haz de problemas comunes y el deber de gestionarlos.

Esa es una de las características del sistema democrático. Es imposible “hacer política” en una probeta o en un frasco. Menos que nadie pueden hacerlo quienes gestionan, porque su futuro (y hasta su subsistencia presente) depende de los desempeños cotidianos.

En la década K, los gobernadores y alcaldes han tenido resultados electorales satisfactorios, prevalecieron las revalidaciones en el territorio con eventuales proyecciones “hacia arriba”. Pero ganar de local, como en el fútbol de los domingos, es bien peliagudo. La tribuna decide y no lo hace sólo mirando el color de la camiseta, sino los resultados. Eso suscita coincidencias objetivas de necesidades, que seguramente serán decisivas en los meses y años venideros.

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