Domingo, 3 de agosto de 2014 | Hoy
Por Mario Wainfeld
Uno de los embrollos autogenerados por el juez Thomas Griesa es el de los pagos a bonistas que aceptaron los canjes y que optaron por jurisdicciones y legislaciones distintas a la norteamericana. Una decisión insensata, que contraría cualquier sistema legal.
Las entidades financieras que recibieron los pagos argentinos optaron por consultarlo, atribuyéndole facultades exorbitantes. Su Señoría respondió en coincidencia: dejó en el limbo la plata ya pagada. Ni embargó ni dio curso al trámite final de los pagos.
Los bancos no podían cumplir con sus clientes, con quienes habían pactado otra cosa. Las consultas se repitieron, adoptando el tono de reclamos. Griesa fue concediendo excepciones. Primero al Citibank con sede en la Argentina, que le propuso un dilema superior a lo que parecen ser las facultades intelectuales del magistrado: hay bonos fungibles, que se aplicaron a los “hold in” o a Repsol. Si no cobran aquéllos, no cobran éstos. Los bonos se negocian con facilidad y velocidad. Griesa, a regañadientes, le abrió el juego a Citibank aunque se mostró admonitorio: es por esta única vez.
Lo normal, entonces, no cobra cuerpo en el juzgado de Manhattan. Es una gracia, casi una concesión monárquica.
Con similares cortapisas, el juzgado habilitó pagos en Europa.
La insensatez y la ausencia de fundamentación siguen premiando, con una tregua transitoria.
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El facilitador Daniel Pollack ha de ser un abogado muy hábil y sensato. Por eso es más asombroso que haya mencionado que Argentina cayó en default, una valoración que no tiene que ver con la tarea imparcial que se le confió. O es un desliz de un jugador de alta competencia o es una confesión involuntaria brotada de su corazoncito. En cualquiera de las opciones, el hombre quedó desacreditado como una figura equidistante y concentrada en su labor judicial. Si le interesa el análisis de los mercados, está en su derecho... pero no puede interferir con su labor.
Argentina lo recusó, Griesa (fiel a sí mismo) lo ratificó: entre bueyes no hay cornadas.
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Son crecientes los cuestionamientos a las resoluciones de Griesa y al torrente de los riesgos sistémicos que produce. Economistas de todo el planeta y de variadas vertientes ideológicas lo castigan duro. Hay más lamebotas en las pampas que fuera de ellas pero aun aquí se detectan las falencias.
The New York Times es más hospitalario con los reproches que los matutinos hegemónicos argentinos. Entre varios, esta semana escribió Eileen Appelbaum, una economista senior que enseña en la Universidad de Leicester. Eileen trascendió las fronteras de la economía “pura”. Cuestionó también a la Corte Suprema de los Estados Unidos, remarcando algo ignorado por los opineitors de la derecha gaucha: la politización de la Justicia, allá en el Norte. Aduce que la Corte debió hacerse cargo de la mala praxis, de las violaciones a principios fundamentales de equidad.
¿Es posible que haya jueces lamentables fuera de Comodoro Py? ¿Puede haber politización en ese sistema ejemplar? Repámpanos, Eileen, qué ideas populistas pregonas.
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Estados Unidos no es el imperio del derecho, menos para quienes no son sus ciudadanos. La legalización de la tortura, la puesta en suspenso de garantías básicas después del atentado a las Torres Gemelas es un buen ejemplo. Cualquier espectador atento de series televisivas, algunas muy derechosas en su mensaje, da cuenta de la existencia de un cuasiEstado paralelo, criminal al mango.
El asesinato de Osama bin Laden, cometido fuera de las fronteras gringas, es una señal tremenda. La imagen del presidente Barack Obama mirando el homicidio en directo fue difundida al mundo por el aparato de propaganda de la Casa Blanca. Las leyes internacionales se burlan, se hace ostentación, mientras se coloca en la vitrina el Premio Nobel de la Paz.
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La política no se nutre solo de valores, menos en la esfera internacional. El poder pesa y la capacidad de influir en otros países no es anulada por ser brutal o injusta.
Batirse contra las consecuencias es el deber de los estados que padecen los abusos. Los apoyos internacionales que congrega Argentina difícilmente cambien el escenario en el corto plazo, que es el que más apremia. Pero son forzosos para ir tratando de contrapesar a la fuerza desnuda, expresada por emergentes rústicos y hasta ridículos como Griesa, pero no por eso menos temibles.
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