Domingo, 10 de julio de 2011 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Por Marcelo Simón *
No imagino su cuerpo tieso.
No puedo creer que sus huesos frágiles y sus músculos de escaso dinamismo hayan cesado; es que se lo veía siempre alerta, ágil en su aparente debilidad, lleno de la vida que sus ojos tapados evidenciaban si se le prestaba atención. ¡Y de qué modo tan rotundo e inevitable se hacía notar, siempre! Un mediodía caminando por la avenida Corrientes me paró y me dio conversación cansinamente, como era su equívoco estilo. Mientras los caminantes nos sorteaban, en esa vereda hizo desfilar frente a mí calamidades más o menos medicinales que lo aquejaban: operaciones, laceraciones, la vista disminuida, el sexo lastimado, el corazón con galopes desiguales, el cáncer acechante y entre todos Teresa de Calcuta, Yupanqui de Cerro Colorado, Whitman de los bosques y las praderas, Neruda de Isla Negra... Atrapado, sólo respingué cuando un policía se abrió paso para ver qué ocurría, porque la gente había dejado de esquivarnos y nos rodeaba en corro, atrapada por su discurso.
Alguna vez, me contó, Sandro lo llamó ofreciéndole ser telonero en un recital suyo, creo que en un estadio. Esto significaba alguna plata para el ex Indio Gasparino, que le ayudaría en tiempos difíciles y, además, un orgullo. “Le dije a mi mamá, a quien le gustaba el Gitano, que viniera”, me explicó, “y por eso reaccioné enérgicamente cuando me silbaron, porque me daba vergüenza frente a mi vieja”. Sí, la silbatina fue atronadora. Y arrasador el comentario del artista no aceptado: enhorabuena que me condenen, aquí me tienen, procedan –espetó a la multitud ofreciéndose de brazos abiertos– porque lo tomo como un honor, ustedes son los que pidieron que pongan a Cristo en la cruz.
Ahora todo parece un mal sueño, pero todo cierra: debían ser los balazos los que acabaran con Facundo en un país de la América que amó suave y enérgicamente, aunque su filiación acude a la extraterritorialidad más tiernamente confusa, más honda y sustantiva. Esos disparos sonaron en Guatemala, calibre más o calibre menos, como los que encontraron a John Lennon frente al Central Park y se parecen a la camioneta que atropelló a Jorge Cafrune aquella tardecida, cuando iba a caballo hacia Yapeyú.
Fui uno de sus últimos invitados en el espectáculo que dio en ND/Ateneo hasta hace muy poco. Celebro que me lo haya propuesto porque en ese escenario contamos anécdotas de Yupanqui y disfrutamos, gracias a su generosidad de algunas memorias: el sabor de los salames de Tandil, la Babel de Berisso, aquel hotelucho de amables prostitutas en el que vivimos, el vino con el que brindamos frente al público y una certeza: el flaco, aun a los ateos, nos hizo creer en Dios.
* Director de Radio Nacional Folklórica.
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