El 22 de octubre de 2008, durante un asalto en San Isidro, matan al ingeniero Ricardo Barrenechea. Por el caso detuvieron a un chico, Brian, que debería estar libre porque no se le encontraron pruebas porque, tal como informó Página/12, le había tomado declaración un fiscal de adultos y por una serie de irregularidades más. Brian no fue reclutado porque no delinquía. Lo confundieron por la premura para entregar un responsable a la sociedad sanisidrense. El fiscal Claudio Scapolán, de Investigaciones Complejas de esa jurisdicción, buscaba una banda encabezada por un narco que reclutaba pibes de otras zonas para robar en San Isidro.

Los reclutados eran Chuna, Quitu, Porky, el Boliviano, Jonathan y el Negro Brian, que no es el mismo que Brian pero que sirvió para explicar la confusión de detenidos. El Negro fue asesinado misteriosamente en una villa en abril de 2009. A Brian lo entregaron para proteger la banda que actuaba con la comisaría de San Alberto. “Los pibes andaban en coches caros o armados y algunos policías los protegían mientras les llevaran una ‘astilla’”, confió una fuente de la villa, refiriéndose a una parte del botín. La obligación era robar en otra jurisdicción. El adulto les marcaba las casas o los autos a robar. Cuando uno de ellos, Quitu, cayó, la madre fue a la comisaría con joyas para negociar la devolución, pero estaban los medios y perjudicaron la operación. La madre también quedó detenida. Los policías a veces tienen las manos atadas.

Igual que el caso Barrenechea, el de Capristo, en Lanús, tiene la misma lógica. El chico por el que clamaba la multitud enfervorizada fue llevado hasta el lugar por un remisero cubierto por la comisaría de Lanús y que lo esperaba. Capristo le disparó y el chico recibió un balazo en la parte trasera de la pierna y entonces le disparó y mató a Capristo. El adolescente quedó detenido pero inimputable. El remisero de la villa cercana desapareció. La comisaría sigue en el lugar.