Domingo, 9 de agosto de 2015 | Hoy
SOCIEDAD › DE LOS ’70 A LA MILITANCIA DE GENERO
Por Carlos Rodríguez
Pocha Camiña, 57 años, lleva una remera cuyo diseño hace referencia a la música. Cuenta que el domingo fue a ver al grupo platense Estelares y aunque admite que ahora “le gustan cada vez más”, sus preferidos siguen siendo “el Indio Solari y los Redonditos de Ricota”. Militante de la JP en los años setenta, expedicionaria a Ezeiza para recibir al general Perón en junio de 1973, hubo en su historia “balas que picaron cerca”, persecuciones antes y durante la dictadura militar que usurpó el gobierno en marzo de 1976, cuando estaba embarazada de cuatro meses. Tuvo siete hijos propios –uno de ellos ya fallecido– que le han dado 17 nietos, y un montón de hijos que fue conociendo durante sus visitas solidarias a las cárceles y su trabajo social permanente, que ahora suma en su casa de Los Altos de San Lorenzo un refugio para mujeres en situación de riesgo y para jóvenes que quieren completar sus estudios.
“Me llamo Susana, pero todos me dicen Pocha, y mi apellido es Camiña, no Carmiña, con ‘r’, como el nombre del personaje de una telenovela”, protagonizada por María de los Angeles Medrano que se llamaba Nuestra Galleguita y que fue furor a fines de la años sesenta, poco antes de que Pocha se hiciera militante de la JP, en el seno de una familia antiperonista. Pocha nació en Azul hace 57 años, pero se crió y vive en La Plata, donde todo el mundo la conoce por su apodo.
“Mi militancia empezó a los 16 años, acá en La Plata, en la Unidad Básica Susana Lesgart”, llamada así en homenaje a una de las guerrilleras asesinadas en la Masacre de Trelew, ocurrida el 22 de agosto de 1972. “Como me llamo Susana, algunos hacían referencia a Susana Lesgart cuando me nombraban; en ese momento yo no sabía quién era, pero cuando supe su historia, me llené de orgullo.” Dice que había ido a la Unidad Básica “por curiosidad”, pero quedó “maravillada por lo que se dijo en la reunión y ahí empecé mi militancia”, en el año 1973, el del regreso a la democracia con la asunción de Héctor Cámpora como presidente.
Se entusiasma al recordar la consigna “luche y vuelve”, impulsando el regreso a la Argentina de Juan Domingo Perón después de casi 18 años de exilio. Eso la lleva a la Masacre de Ezeiza, el 20 de junio de 1973. “La columna más grande era la que venía de La Plata, Berisso y Ensenada; lo primero que me viene a la cabeza es que nos recomendaron no tomar el agua que te ofrecían desde las ambulancias, porque le habían puesto algo para hacerte dormir y te hacían desaparecer.”
De lo que puede dar fe es de la agresión con armas de fuego que sufrieron los militantes de la JP que iban a recibir a Perón: “Estaba sentada abajo de un árbol y escuchaba un silbido, mientras veía que los pastos se movían”. Primero pensó que se estaba “volviendo loca, hasta que un compañero me dijo que eran tiros”. Cuando empezaron la retirada tuvieron que cruzar “un zanjón enorme” y mojados siguieron caminando porque otra de las advertencias era que no subieran a ningún vehículo que no conocieran. “Yo regresé a mi casa dos días después y tuve que escuchar recriminaciones, y tiradas de pelo, de mis familiares antiperonistas”.
De todos modos, peor la pasó a comienzos del año 1976, poco antes del golpe del 24 de marzo, cuando la llevaron detenida a la comisaría tercera de Los Hornos. “Estaba embarazada de cuatro meses y tuve suerte, porque un conocido de mi papá me dejó salir, me escapé. Estuve una noche detenida, no me hicieron nada, pero de todos modos fue una experiencia terrible.” El vecino del padre, que integraba el plantel policial, le dijo después que esa noche le estaban “preparando algo, pero pude zafar, y me tuve que refugiar un tiempo en la casa de mi abuela”.
Pocha, que también concurre a una iglesia evangélica, cree que no hay una colisión entre lo religioso y su historia política: “Yo creo que el primer revolucionario fue Jesucristo, porque se acercó a los que menos tenían y por eso lo mataron”. En ese sentido, agrega que “si Dios me conoció así como soy, me tiene que querer así como soy; me vio tirando piedras en los noventa y ahora tenemos un Papa que dice que cuando hay una injusticia hay que ‘hacer lío’, hay que ‘portarse mal’ para combatir esa injusticia y es lo que yo hago desde siempre”.
Afirma que las mujeres de La Plata están sufriendo “la violencia doméstica y la violencia institucional, porque el 70 por ciento de las que viven en los barrios tienen a sus hijos detenidos”. Ella conoce el problema porque “uno de mis hijos estuvo preso y no es fácil traspasar la puerta de una cárcel porque hay mucha violencia institucional”. Agrega que esa misma violencia se advierte “en los juzgados, por la forma en que nos tratan”. Sobre este punto, relata una anécdota: “Un día fui a un juzgado con un (reloj) despertador y cuando me preguntaron por qué, les dije que era ‘para que se despierten porque ustedes no atienden a nadie, están dormidos. Y bueno, afuera Pocha del tribunal porque me sacaron con la policía”.
Pocha menciona algunos datos estadísticos que hablan de su compromiso con los más débiles: “De empezar ayudando a 16 pibes que tenían problemas con la ley, pasamos a 242 pibes que vienen a esta casa a estudiar para poder terminar sus estudios primarios y secundarios” con el plan Fines.
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