Viernes, 6 de mayo de 2016 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Juan Manuel Karg *
Si uno se guiara por las columnas de opinión de las plumas más afamadas de la derecha continental, como Oppenheimer y Vargas Llosa, estaríamos asistiendo –finalmente, tras varios anuncios previos– al “fin de ciclo” de los gobiernos nacional-populares, progresistas y de la izquierda continental. Si bien la lectura anida en una verdad parcial (los triunfos electorales consecutivos de la derecha en Argentina, Venezuela y Bolivia, aunque en elecciones de distinto calibre) es una construcción discursiva que lejos está de probarse fácticamente en una región aún dominada por estos gobiernos, que permanecen en los ejecutivos de más de diez países.
El año en curso es de creciente inestabilidad política en Venezuela y Brasil. Mientras el intento de destitución de la presidenta Dilma Rousseff avanza, la MUD venezolana junta firmas para intentar revocar a Nicolás Maduro, aunque deja claro que no descarta el “calentamiento de calles” para intentar lograr su objetivo (algo que ya experimentó fatalmente en 2013 y 2014 con las guarimbas). Si en su momento la derecha distinguía entre dos izquierdas, la supuestamente aplomada de Lula da Silva y la pasional de Hugo Chávez, tal como sus medios decían, la historia demostró que en la actualidad buscan el fin de ambas experiencias a la vez. Van por todo, finalmente, sin hacer matices de ningún tipo. La “distinción” parecía ser más bien una estrategia para ensayar un intento de división de lo que fuera el histórico eje Caracas-Brasilia-Buenos Aires, ahora quebrado tras la experiencia macrista en la Rosada.
Pero la derecha, allí donde gobierna, tampoco está cómoda. Ejemplos sobran: Humala no dejó sucesor en la contienda electoral peruana aún cuando algunos medios nos contaban que su gobierno era el ejemplo a seguir; Peña Nieto transita una situación económica difícil, entre la progresiva devaluación y la caída de los precios internacionales del petróleo, sumando el caso de los 43 de Ayotzinapa, aún no aclarado, y el propio Macri registra un descenso pronunciado en las encuestas, promovido por una política de progresivo desmantelamiento estatal –miles de despidos y copamientos de CEO`s mediante– y un paquetazo de los denominados ortodoxos (aumentos de luz, gas, agua, transporte, y aumento apoteósico de la inflación aún con una baja pronunciada en el consumo).
Como se ve, un momento complejo para los presidencialismos latinoamericanos en su conjunto: tanto para los de derecha, como para los de izquierda. Aun en esas convulsiones, el escenario sigue siendo el de una creciente puja entre las dos corrientes. Esa disputa, aún no saldada y pronunciada en los últimos años, intenta desequilibrarse en el “país continente” de la región: Brasil. Un “triunfo” de la derecha allí, más no sea parcial –es decir, hasta las elecciones de 2018– significaría un impasse regional rumbo al otro objetivo que este sector se plantea: salir de Maduro. Sólo logrando ese escenario, es decir, cayendo Brasilia y Caracas, la derecha podría intentar ensayar algún tipo de hegemonía continental. Sin embargo, a juzgar por la actual situación en Perú, México y Argentina, primero tendrá que resolver la situación al interior de sus países. No es para menos: vivimos un momento de convulsiones, y también de definiciones, en toda América latina.
* Politólogo UBA / Analista Internacional.
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