Jueves, 9 de agosto de 2007 | Hoy
El objetivo, según el Pentágono, era atacar a la insurgencia en Sadr City, liderada por Moqtada Sadr. Testigos informaron que murieron al menos doce civiles, entre ellos tres niños.
Estados Unidos lanzó ayer una inusual ofensiva contra la insurgencia iraquí al bombardear un barrio chiíta de Bagdad. El ataque estuvo dirigido contra Sadr City, el feudo del clérigo radical y férreo opositor de la ocupación extranjera, Moqtada Sadr, en el noreste de la capital. Doce supuestos terroristas fueron arrestados y otros 32 murieron, según el ejército estadounidense. Los testigos, sin embargo, aseguraron que el bombardeo también mató a once civiles, entre ellos tres niños y cuatro mujeres. El ataque coincidió con el peregrinaje de la comunidad chiíta, que esta semana, hasta el sábado, celebra una de sus principales festividades religiosas.
El objetivo del bombardeo era, según los militares estadounidenses, una presunta célula terrorista que contrabandeaba armas desde Irán. En los últimos meses, el Pentágono ha repetido sus acusaciones contra Teherán y su alianza militar con las milicias chiítas iraquíes. Según sostiene, el régimen islámico, por acción u omisión, permite el ingreso de armas a Irak a través de su frontera. El vicecomandante del contingente norteamericano en Irak, el general Raymond Odierno, le dijo ayer al diario The New York Times que julio fue el mes que más explosivos de presunto origen iraní se utilizaron contra sus tropas. Los llamados EFP son explosivos especiales que penetran los blindajes, por ejemplo de los tanques. En julio explotaron casi cien de ellos y dejaron 23 militares estadounidenses muertos, un tercio del total de bajas que sufrió el ejército ese mes. Odierno sostuvo que tienen pruebas de que los explosivos provienen de Irán, aunque por ahora nunca las hicieron públicas.
Esas cifras habrían sido la motivación detrás del bombardeo. Aunque Bagdad es una de las ciudades más violentas de Irak, con casi cotidianos atentados suicidas y operativos militares estadounidenses e iraquíes, los ataques aéreos son muy infrecuentes desde que las fuerzas norteamericanas tomaron el control del país y de la capital. Por eso sorprendió a muchos iraquíes cuando las bombas empezaron a caer sobre su barrio. Primero hubo una incursión terrestre de un contingente conjunto de estadounidenses e iraquíes, que realizaron varias redadas y detuvieron a doce supuestos terroristas. Un grupo de unos 32 hombres armados intentó resistir el operativo, ante lo cual los comandantes pidieron el apoyo de un helicóptero que disparó sobre los militantes sin dejar ningún sobreviviente.
Aunque los militares norteamericanos lo negaron, la policía iraquí y los habitantes del barrio chiíta aseguran que hubo también al menos once civiles muertos. Por la tarde, en el centro de Sadr City se podía ver una escena ya conocida para los iraquíes. Grandes y chicos lloraban sobre ataúdes de madera, mientras la policía los subía a una camioneta. Las mujeres, todas de negro, negaban que sus familiares fueran terroristas y acusaban a Estados Unidos de matar a civiles. El ataque de ayer no hizo más que acentuar el sentimiento antiestadounidense que ya reinaba en Sadr City. Construida con el dinero y la ayuda del clérigo Moqtada Al Sadr, la mayoría de los chiítas que viven allí lo siguen, aunque no todos participan de sus milicias. La tensión entre el líder religioso y las fuerzas de ocupación y el gobierno iraquí parecía ser menor después de que Al Sadr ordenara a sus hombres replegarse y dejar las calles, ante el megaoperativo de seguridad que lanzó Washington en febrero pasado. Sin embargo, recientemente varios milicianos chiítas rompieron con el clérigo y comenzaron a denunciar los periódicos viajes que habían realizado a Irán para entrenarse y buscar armas.
Pero el bombardeo no sólo no ayudó a que Estados Unidos sumara aliados en un barrio chiíta opositor, sino que podría provocar nuevos rechazos entre sectores más moderados de esa etnia. El ataque coincidió con la víspera de una de las festividades chiítas más importantes. Hoy la gran mayoría de los iraquíes recuerda un nuevo aniversario de la muerte, en el año 799, del imán Mussa ibn Jaafar al Khadim, una suerte de santo islámico. Según la tradición, los peregrinos marchan flagelándose a sí mismos con cadenas de acero y haciéndose cortes en la frente con espadas hacia el sepulcro del imán en el barrio Kazimiyah, en el norte de Bagdad.
Los peregrinos temían que hubiera incidentes como en los últimos años. En 2005 casi mil chiítas murieron ahogados cuando el miedo a un atentado generó una estampida que hizo colapsar el puente por el que pasaba la procesión. El año pasado varios ataques, atribuidos a los sunnitas, dejaron cerca de una decena de muertos. Para evitar una nueva tragedia –y también una posterior cadena de represalias–, el gobierno de Nuri al Maliki ha implementado una serie de medidas de seguridad. Desde ayer hasta el sábado ningún auto, moto o bicicleta podrá circular por la capital. Pero para muchos chiítas ya es tarde, la celebración quedó nuevamente manchada de sangre.
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