Domingo, 28 de septiembre de 2008 | Hoy
EL PAíS › ENCONTRARON DOCUMENTOS DE LA DICTADURA EN EL COLEGIO NACIONAL DE BUENOS AIRES
La actual rectora recuperó carpetas que estaban apiladas n armarios y en la escalera interna de su despacho. Son papeles dejados allí por quienes ocuparon ese lugar durante la última dictadura. Hay seguimientos a estudiantes y docentes. También los nombres de los represores que estaban en contacto con las autoridades del Buenos Aires.
Por Werner Pertot
En una escalera polvorienta y llena de telarañas, en un rincón oscuro de la rectoría del Colegio Nacional de Buenos Aires, fueron halladas decenas de carpetas con documentos de inteligencia sobre los estudiantes y docentes que acopiaron las autoridades de ese secundario durante la dictadura. Hay listas negras, con datos sobre alumnos y sus padres, organigramas de cómo funcionaba la UCR y hasta un listado de celadores y represores bajo el simpático título de “Comisión Nacional de Desaparición de Personas” (sic). Los encontró la actual rectora, Virginia González Gass, quien planea crear un Archivo de la Memoria con esos papeles. Además de informes sobre alumnos y ex alumnos –que se enviaban a los represores–, en las carpetas hay documentos de las épocas anteriores, que incluyen volantes y actas de reuniones del cuerpo de delegados de 1973.
Las carpetas estaban apiladas en varios armarios y en lo que era la escalera interna de la rectoría de ese colegio –que tiene cuatro siglos–, que era usada por el rector para ir a lo que era su residencia, que hace tiempo fue convertida en el gabinete de informática. González Gass asumió en mayo del año pasado, en reemplazo de Horacio Sanguinetti, ahora director del Colón designado por Mauricio Macri. Durante su extensa gestión frente al Buenos Aires (1983-2007), Sanguinetti no demostró mucho interés por esos documentos: dejó que juntaran polvo, aunque permitió que los revisaran dos alumnos que publicaron algunos de ellos en un libro sobre el Buenos Aires en la dictadura (ver recuadro).
González Gass, apenas encontró los nuevos documentos, llamó al Archivo Nacional de la Memoria y a la Comisión provincial de la Memoria para asesorarse y organizar un archivo. “Uno supone que los rectores, cuando se van, se llevan todo. Encontrarse después de 25 años con esto es impactante. Con esto, vamos a hacer un Archivo de la Memoria y remitiremos a la Justicia lo que corresponda”, asegura la rectora del Buenos Aires a PáginaI12.
¿Cómo llegaron ahí esos documentos? Se trata de capas geológicas de papeles dejados por los rectores. Algunos corresponden a la gestión de Raúl Aragón, que asumió en 1973 durante el gobierno de Héctor Cámpora. En esa época se formó un cuerpo de delegados muy combativo, que defendió a Aragón con una toma del colegio cuando la derecha peronista avanzó sobre la universidad y sus secundarios. En esa toma, los militantes velaron en el claustro central a un estudiante, Eduardo Bekerman, que fue fusilado por la Triple A. Poco después, Aragón fue removido y se sucedieron otros dos rectores que chocaron con los alumnos, resolvieron expulsiones masivas y finalmente tuvieron que renunciar: Mario Garda y Antonio Muñoz.
El siguiente rector llegó en 1975 y continuó durante la dictadura: se llamaba Eduardo Aníbal Rómulo Maniglia, pero los docentes lo apodaron cariñosamente “La Bestia”. Desplegó un grupo de celadores que hicieron tareas de inteligencia dentro del secundario e impusieron una disciplina similar a la de una cárcel: dictaminaron el orden marcial y el silencio en cada momento del día y los azules y grises uniformaron la vestimenta de los estudiantes. El Buenos Aires tiene 106 víctimas del terrorismo de Estado, entre alumnos y ex alumnos.
Maniglia murió en 1978 y quedó a cargo del colegio su segundo, Icas Edgardo Micillo, que continuó el contacto permanente con represores que pedían información hasta que dejó el cargo en 1982 para asumir como secretario de Educación de la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires. Y abandonó a su suerte los documentos de la rectoría, que quedaron allí como prueba de las persecuciones a alumnos y docentes y del contacto con represores. “A Aragón no los dejaron entrar más. Maniglia murió y Micillo no sé por qué no se los llevó”, resume González Gass, sobre los documentos, que hacen un recorrido por esta historia.
1968. El año del Mayo Francés. Dos de los documentos encontrados contraponen lo que era la militancia en el Buenos Aires en esa época. Uno de ellos es de la juventud comunista y está fechado: 17 de julio de 1968.
Cuestiona “el sistema disciplinario carcelario basado en la ley de Talión, basado en celadores y auxiliares con grandes complejos de autoridad y machismo” y cierra con la frase: “Leña a los cabrones que impidan nuestra lucha”. Lo firman los “comités de resistencia año nocturno”. Otro volante convoca a un paro estudiantil nacional en homenaje al estudiante asesinado Santiago Pampillón. En contraposición, hay otra tanda de volantes, firmados por un “Grupo Anticomunista F. Quiroga”, que alerta que “las asambleas son organizadas por extremistas rojos”. “Combata al comunismo. No traicione a la patria. No manche nuestra bandera poniendo la hoz y el martillo en su centro”, alecciona el panfleto.
Una carpeta entera dice “rectorado de Aragón”. Son los documentos que dejó el rector y que fueron aprovechados como “evidencia” por las autoridades de la dictadura: allí están las actas de las “mesas de trabajo para la reconstrucción nacional” de 1973, en las que estudiantes, docentes y no docentes discutieron cuál tenía que se el sistema educativo del secundario; si se tenía o no que enseñar latín, si el Buenos Aires era elitista y cuál era la solución. También hay minutas –escritas a mano en hojas de carpeta– de las reuniones de delegados, listas de los presentes en los encuentros (entre ellos, Magdalena Gallardo, que fue secuestrada cuando tenía 15 años), nombres de los integrantes de las comisiones de campamentos.
Un comunicado del cuerpo de delegados refleja el clima en la toma del ’74: “El avance de la derecha ha cambiado de táctica en su intento de destruir el último bastión leal a la política votada por el pueblo el 11 de marzo. Ya no ataca directamente, sino que busca el desgaste progresivo de nuestras fuerzas”. Una oblea de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) lo sintetiza mejor: “Los botones nos reprimen y no podemos estudiar. Gracias Isabel”.
Varios volantes y obleas recuperan trazos de los conflictos que tuvieron con los rectores que siguieron a Aragón: “Garda no nos pudo pisar, ¿por qué nos va a pisar Muñoz?”; “Fuera Muñoz y sus matones. Cuerpo de delegados”; “Insurrección y resistencia. Movilización y lucha contra Muñoz y su política. Juventud Radical Revolucionaria”; “Fuera la policía de Maniglia. Juventud Guevarista”. Todos fueron prolijamente guardados por las autoridades de la dictadura, que incluso conservaron un ejemplar de la revista de la Federación Juvenil Comunista: Claustro Nuevo.
“El alumno Aníbal Ibarra fue detenido por personal de la comisaría 29ª por inscripciones políticas en muros (...) según informe de Policía Federal del 25/2/75 y tiene fama de líder de izquierda en el colegio”, informó Maniglia en un memorándum del 5 de mayo de 1976 al delegado militar Edmundo Said, que estaba a cargo del Buenos Aires, el Carlos Pellegrini y el ILSE. El rector de la dictadura también denunciaba que “Daniel Peylocea fue sorprendido en octubre de 1975 mientras distribuía folletos pertenecientes a la Juventud Radical”.
En marzo de 1976, Maniglia optó por no dejar inscribirse a quienes consideraba militantes, con la excusa de que no había cupos. Pero un listado que manejaba internamente tiene el título de “alumnos expulsados durante 1975/76”. Lo encabezan el ex jefe de Gobierno porteño Aníbal Ibarra y el periodista Jorge Dorio. En otro documento, asegura que fueron echados “por orden de la Junta Militar”. Como “alumnos expulsados durante 1974” aparecen Diego Aragón –el hijo del rector–, el legislador porteño Martín Hourest y la diputada Vilma Ibarra. Ella vuelve a aparecer a la cabeza de una lista negra, en la que están su domicilio, su teléfono y los nombres y profesiones de sus padres.
En otra carta al delegado militar, Maniglia considera que Aragón “mostró evidencia plena de haber patrocinado a la juventud troskysta, montoneros, FAR, ERP, Franja Morada, de haber convertido cada dependencia en un soviet” y se queja por “el ultraje inferido al Colegio cuando se llevó a cabo el velatorio de Bekerman”. Aragón se tuvo que exiliar con su familia para no ser secuestrado.
Un instructivo tipeado a máquina describe los “aspectos particulares a tener en cuenta con relación a la detección de agentes de la subversión”. Allí, los militares le advirtieron que “las autoridades de los establecimientos educacionales deberán informar sobre la detección de agentes o presuntas actividades subversivas a las que diere origen el personal a sus órdenes, a las autoridades militares de sus jurisdicción”.
Maniglia y Micillo no tuvieron problemas en cumplir esa instrucción. En otro documento, compilan los nombres de los represores con los que se escribían frecuentemente, seguido de los de sus celadores (los más recordados: Tito Gristelli y Eduardo Kember Urquiza). El documento se titula “Comisión nacional de desaparición de personas (ámbito educacional) CNdeBA”. Y lo integran: “coronel: Hoffman, Amiano, Genovese, Valladares. Tnte. Coronel: Guillermo Brizuela. Oficial: Navarro (S.I.F.A.). Doctor: Bianchi”.
Juan Carlos Amiano fue responsable de los centros clandestinos de detención de Florencio Varela y Berazategui, mientras que Héctor Hoffman dirigía la base naval de Mar del Plata. Pero el más significativo es el coronel Agustín Valladares, quien dirigió el “operativo claridad”, destinado a buscar subversivos en el ámbito educativo. Su enlace con los rectores del Buenos Aires fue el secretario de Coordinación Universitaria, Carlos Bianchi. Valladares le solicitó a Micillo información sobre varios estudiantes y Micillo le contestó con un prontuario sobre Hourest.
De hecho, entre los documentos hallados hay una carpeta completa con el título “Martín Hourest. Franja Morada 1975-agosto 1976”. Allí hay una ficha con un organigrama de cómo funcionaba la UCR (conducciones regionales, secretarías de prensa, círculos de tres a seis personas), con la foto de Martín Hourest enganchada. Y otra ficha, con la letra de Maniglia, se refiere al “activismo en general. Selecciones clandestinas de delegados estudiantiles. Conexiones estudiantes con CGT” y menciona a “Perla, Mariano. Cursó 1er. año 1972. 2do. año 1973 incompleto”, seguido de su domicilio y los nombres de sus padres.
En 1976, Maniglia dictó una resolución en la que ordenaba a los profesores de historia y castellano que dieran una clase sobre “los valerosos esfuerzos del Ejército en el combate contra la subversión”. Por ese motivo, lo felicitó públicamente el jefe de la SIDE, Otto Paladino, que regenteaba en ese momento el centro clandestino Automotores Orletti. Entre los documentos encontrados, hay una “ficha de comunicación” de Micillo a Maniglia, del 15 de octubre de 1976. En ella, informa “sobre profesores que no han dado cumplimiento a la resolución 629 (homenaje a miembros del Ejército caídos en combate)”. Menciona a Elvira Meyer, Osvaldo Giorno y Juan Turrens, tres de los docentes que resistieron desde las aulas a la dictadura con pequeños gestos cotidianos.
“La dictadura de Videla le tiene miedo a la escuela popular. La política proimperialista de los milicos trata de frenar con asesinatos, torturas, despidos y hambre las luchas del pueblo”, denuncia un volante de la UES, probablemente de comienzos de 1976. “Libres o Muertos, Jamás Esclavos”, dice el panfleto. Pegados en una sola hoja, con la fecha de 22 de noviembre de 1977, están los primeros intentos de los estudiantes del Buenos Aires por combatir el miedo y el aislamiento. Son diversas obleas, que dicen todas lo mismo: “Contra la disciplina carcelaria, los planes de estudio anticientíficos, el actual sistema elitista, por una seria orientación vocacional, por la libre agremiación estudiantil, por la democracia educativa. Comisión organizadora centro de estudiantes CNBA”. Las pegaron manos anónimas de adolescentes en medio de la dictadura.
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