Viernes, 24 de mayo de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Oscar González *
Se cumplen diez años sin Alfredo Bravo, que partió apenas horas después de que un desconocido recién llegado a la Presidencia anunciara que no iba a dejar sus convicciones en la puerta de la Casa de Gobierno. Fue en la madrugada del 26 de mayo de 2003, cuando aún resonaba la voz de Néstor Kirchner enunciando en el Congreso un impensable catálogo de medidas progresistas que muchos escuchamos entonces con escepticismo.
Fue en ese momento crucial de la historia argentina que concluía la intensa vida, llena de dramáticas vicisitudes, del viejo Maestro –el título que más amaba–, y cuya evocación, una década después, puede servir para constatar cómo se transformó aquella Argentina donde a él le tocó pelear.
Recordar a Alfredo es ubicarlo en aquel convulso 1973, cuando logra articular la demorada unidad de los gremios docentes y funda la Ctera; es revivir los días finales de 1975, cuando la certeza del golpe ensombrecía el horizonte y eso lo impele a construir esa trinchera de los derechos humanos que es la APDH; es memorar esa infausta noche de 1977, en que un grupo de tareas lo secuestra mientras daba clases en una escuela para adultos y que sólo la presión directa del presidente Carter sobre el tirano Videla logra rescatarlo, maltrecho por las torturas, para lograr el extraño privilegio de la vida en prisión.
Conmemorar esa ausencia es traer a la memoria su renuncia como subsecretario de Educación del gobierno de Raúl Alfonsín, a quien estimaba en lo personal, cuando éste es doblegado por los extorsionadores que buscaban la impunidad; es también recordar aquella primera audacia legislativa, junto a Juan Pablo Cafiero, planteando la derogación del punto final y la obediencia debida; es no olvidar su temprano alejamiento del gobierno de la Alianza, cuya primera medida fue designar como ministro de Educación a un abanderado del ajuste neoliberal.
Quienes durante largos años fuimos sus compañeros de lucha, sus colaboradores cercanos, quienes establecimos con él una intensa vinculación que incluía sueños comunes, fervores compartidos y solidaridades inquebrantables, así como también debates altisonantes y polémicas vehementes, venimos a recordarlo hoy con la serena convicción de que hemos sido fieles a su legado y continuamos su huella.
Porque en esta década se materializaron muchos de sus aspiraciones más sentidas: un presupuesto educativo impensable para su tiempo, miles de chicos reintegrados a la escuela, negociaciones salariales plenas para los docentes, retorno de científicos e investigadores y, sobre todo, una justicia que finalmente llegó para que sus perversos torturadores y sus mandantes concluyan sus días donde deben terminar los genocidas.
Por eso nos sentimos tentados a imaginar que ese hombre apasionado, de conducta insobornable, transgresor y porfiado que fue Alfredo Bravo, estaría hoy compartiendo este trayecto prodigioso de rotación hacia el futuro que protagoniza el pueblo argentino.
* Secretario de Relaciones Parlamentarias del gobierno nacional. Dirigente de la Confederación Socialista Argentina.
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