Domingo, 30 de abril de 2006 | Hoy
EL PAíS › EXPECTATIVAS Y PREPARATIVOS PARA LA MARCHA HACIA AL PUENTE
Mientras ajustan la infraestructura –sonido, agua, carpas para chicos, recorridos– en la ciudad que protagoniza el “bloqueo” se medita sobre lo que pasó, definido como “increíble”. Una mezcla de gesto, aniversario y festejo por lo que se logró.
Por Cristian Alarcón
El guardaparque tiene paciencia. Es un experto en paciencia, una virtud que ha hecho poderosos a estos hombres y mujeres que viven a orillas del río. Pero la paciencia, el más inteligente de los aliados en una lucha larga, se puede agotar. De a ratos quizás. Y cuando la paciencia se agota la calma retrocede. Entre la paciencia y la inquietud es que Gualeguaychú avanza hacia lo que ven como un camino largo de recorrer, que mañana tendrá uno de esos días que quedan en la historia: se espera que media ciudad, unos cuarenta mil personas, marchen en caravana hacia el puente internacional que los separa de Uruguay. Andarán en masa hacia el río que les saca el sueño y la calma, porque están convencidos de que si del otro lado las pasteras funcionan, para ellos llega la muerte, sin metáforas. El guardaparque, Enrique Cassela, jubilado pero en ejercicio, explica bajo las nubes oscuras pero calurosas del sábado cómo se irán muriendo los peces. Primero los sábalos, los padres de la cadena, y luego la decena de especies que se comen el río, por ahora sano, como una perfecta coreografía de cientos que se acompasan en el trajinar del alimento.
¿Qué cambio en la vida de esta ciudad con cara de pueblo con este lío en el que sin querer un buen día los metieron? A Amalia parece haberla rejuvenecido. De gorrito blanco impecable, recién salida de la cancha de tenis donde aprovechó para ver a sus hijos en medio del frenesí de los preparativos para “el 30”, Amalia explica que nunca antes había sentido esta sensación, esta emoción rara que la hace llorar cuando marcha. Hoy le tocará estar sobre el puente, esperando que la inmensa caravana pase frente a sus ojos, asistiendo al cansado, cuidando el orden de la columna junto a un equipo de vecinos como ella, todos implicados en la perfecta organización de la más grande marcha que se haya visto por esta zona y en el país, por qué no decirlo. La columna saldrá del corsódromo que arde con el carnaval de Gualeguaychú cada verano, a un costado del centro, y cerca de los barrios más populares. Unos cuarenta micros y siete kilómetros, o más, de autos. Llenarán la ruta 136 hasta el corte, y después del corte hacia el puente, y hasta cierto punto, justo donde está el ángulo a partir del cual baja como si fuera una falsa montaña. Entonces la columna, los cuarenta mil, doblarán en U para volver hacia sus coches y regresar a casa.
Se espera aquí con una expectativa tal que se nota en el aire. La ciudad respira entre el calor increíble del viernes, la lluvia persistente de toda la madrugada y el sofocón abochornado de ayer. Hoy será un día de sol, y mucho calor, pronostican. Todos andan poniendo a punto el plan maestro que concretarán, justo seis días antes de la visita del Presidente y sus laderos. A Amalia le suena el teléfono –alguien que no conoce preguntando por otro de la asamblea. La cantidad de números que acumula en su memoria son tantos más que cuando comenzó hace tres años a comprender de qué se trataba una pastera, que no puede ni calcular la gente que ha conocido. “Somos un pueblo tan inteligente y capaz que durante estos cinco años de lucha no nos ayudó ningún político y sin embargo estamos donde estamos. Lo hicieron los amigos, los políticos que pudieron dejar la camiseta afuera, pero lo logramos solos, sin partidos”, se pone ancha Amalia. “Es una parte mía que no conocía. Se despertó un nuevo sentido y empiezo a cambiar en todos los niveles. Es un proceso de cambio”, se define como si se tratara de una iluminación.
La calle central, la 25 de Mayo, tiene los negocios abiertos hasta tarde y parejas de chicos y chicas abrazados pasan antes de la cena, dando la vuelta. En cada vidriera está la leyenda del no a las papeleras. En cada auto. En todos los rincones. En la Casa de la Cultura se reúne parte de la asamblea para definir tareas para “el 30”. En una mesa chica de ocho, todos varones, se termina de diagramar el megaoperativo de seguridad y control para la marcha. En una hilera larga de puestos y números los líderes sin nombre debaten, apasionados, por los últimos detalles. “Acá, el centro de difusión. Estos, los centros de control, podríamos llamarlos, y acá nos falta un puesto, con agua”, dice uno, de guardapolvo blanco. Rompen con las manos los planos viejos, los ya desestimados y se quedan con el definitivo, dibujado a mano en una hoja blanca doble oficio.
Por un pasillo interno cada vez más cavernoso se llega, entre bambalinas, al histórico Teatro Gualeguaychú. Dos niveles de palco, pisos de madera, butacas de cuero viejo, la humedad que lo afecta todo y el murmullo de los asambleístas en penumbras, esperando que desde la mesa sobre las tablas, adelante, señalen quiénes pasan a reunirse en grupo. Una mujer, que parece cansada, de pescadores de jean y una chalina criolla que dice no a las papeleras, lee el comunicado, su ultimísima versión. Básicamente hace referencia al Tratado del Río Uruguay firmado por orientales y argentinos el 26 de febrero de 1975. “Requerimos a los gobernantes que garanticen el desarrollo económico sustentable”, dice. “Por nosotros, por los que vendrán, no a las papeleras”, lee y todos aplauden. En los asientos de atrás dos hombres se cuentan las últimas payadas. Así como los relatos del corso circulan por la ciudad como los zancudos, las canciones y los versos de infinitas payadas hacen folclore con estatus de historia. El hit “No a las papeleras” suena en los bares y hasta en El Angel, la disco gay amadrinada por Florencia de la V, casada con un odontólogo local para orgullo de todos.
En el camerino del teatro donde se presentan están anunciadas la obra con Mariquita Valenzuela y la comedia de Pepito Cibrián, las paredes son flores rosas de antaño. Allí, dice un recorte que sobrevive en una pared, estuvo la propia Rosita Contreras en Esta chica es un demonio. Toda la ciudad tiene esos dejos de esplendor del novecientos, incluida la costanera, donde se concentran los restaurantes y una alicaída vuelta del perro que fue desplazada con fuerza por el corte ya famoso. El que ha asumido el rol de prensero es el secretario de Turismo de la Municipalidad, como el de cultura anda metido en la asamblea desde el comienzo. Con los locales, incluido el intendente justicialista, Daniel Irigoyen, no se hace diferencia. Se confunden, en su condición de propios, con el resto de los vecinos y no se les reprocha usar a favor o en contra el asunto. Con el gobernador y con el presidente, la cosa cambia. Este cronista alcanzó entre el viernes y el sábado a mantener charlas con una docena de ciudadanos, más o menos, cerca del enorme grupo que sostiene la pelea ecológica, y el sentir común es de resentimiento con Jorge Busti, y apenas con un asomo de reconciliación por los desaires anteriores de un Néstor Kirchner próximo a llegar a la ciudad después de haber sido demasiadas veces invitado.
Existe un solo punto desde el que se puede ver al enemigo. Es el borde de la playa del balneario El Ñandubaisal. En su faz turística, la ciudad se extiende hacia el noreste por una ruta angosta. De un lado se suceden las casas de los lugareños que han construido cientos de bungalows, pequeñas cabañas para alquilar a los sesenta mil turistas que en el verano llegan por semana a Gualeguaychú. Del otro el horizonte, a medida que se recorren los quince kilómetros hacia la costa del río Uruguay, cada vez más limpio. El balneario es una reserva de árboles gigantes que termina en la playa. Desde allí se ve, pequeña como un punto blanco, la mole, la enorme estructura que a unos dos kilómetros amenaza con arruinar el lugar. Y lo más temible, a los ojos verdes de Florencia Badaracco, 19 años, estudiante de Derecho, “medio peronista” y defensora de su tierra, es la chimenea, que de tan alta en la punta tiene una luz intermitente por los aviones. Florencia es la hija de Carlitos Badaracco, un próspero comerciante que comenzó en los noventa alquilando sombrillas en el balneario y hoy tiene este restaurante mirador en la playa chica, con vista al río que parece, como dijo Paco Urondo, la piel de un animal dormido. “Si no hubiéramos cortado, no sé si viene el Presidente. La verdad es que no sé si usamos el método más legítimo, pero sabemos que es limpio, es puro, el reclamo es justo. La gente cambia cualquier cosa por ir al corte. El corte se metió en las costumbres. En todas las sobremesas, en todas partes y a cada rato se habla de lo mismo. Es masivo total. Nunca lo hubiera imaginado de la gente de mi pueblo, hoy estoy orgullosa de ser de acá.”
Florencia vivió en Buenos Aires, en Córdoba y Callao. Estudiaba Derecho. Trabajaba en un gran estudio, ganaba mejor, y al comienzo el vértigo metropolitano la había ganado. Se volvió a estudiar en un privada de Concepción del Uruguay, y se sienta los fines de semana frente al río, en el mostrador de la cabaña del Ñandubaisal, y con sus hermanos maneja el sitio. Hoy se levantan más temprano para poner todo a punto, salir hacia la caravana a las once, y regresar por la tarde. Don Choua, el mozo de 62 años, que en el verano trabaja de sol y a sol y después brilla en su personaje de la comparsa Marí Marí, agita también. “¿Cuándo termina la entrevista?”, pregunta para joderla a la patrona, sentada a contar ese cambio que también ella se propone, y que intuye no termina en la pelea contra la contaminación. “Para todos nosotros esto es una posibilidad de dejar el ‘no te metas’. Hoy ese sentimiento de hacerse cargo está vedado acá. Yo diría que lo de las papeleras es un disparador para que la gente empiece a pensar con conciencia de ciudadano.”
En el corte los autos se estacionan en lo que parece un embudo que termina con un camión rojo atravesado en el kilómetro 28, frente a Arroyo Verde. Ahí, a un costado, se inventaron una tranquera con un candado que posee, en estos momentos, don Fredi Bocalandro, ex docente de una escuela técnica. El maestro se trajo la misma casa rodante que él se armó para irse los tres meses de verano durante toda su vida, con mujer e hijos a Las Cañas, un balneario del lado uruguayo al que ya no podrá ir. Ahora lleva tres meses viviendo en el corte. El promedio de edad entre el staff permanente es de cincuenta. Han sido los mayores. “Dicen que el 5, cuando viene el Presidente, entran los papeles en La Haya”, dice mientras abre la tranquera para que los camiones con los parlantes que armarán 15 columnas de sonido a lo largo de 4200 metros pasen hacia el teatro de operaciones en el que todos desfilaran mañana como si fueran a La Meca.
Alfredo, el guardafauna, dice que la marcha de hoy es “para reivindicar la lucha y para recordar el pasado de los primeros movimientos que en el ’99 comenzamos el camino”. Para la mayoría es una especie de aniversario. Para los más jóvenes del corte que se reúnen en ronda a un costado de la ruta y tienen montada una carpa en la que hay desde música hasta videos y encuentros con gente de todas partes que llega a conocer esta vanguardia verde argentina, la marcha será una fiesta. Andrés y Juan Martín Rivas se vinieron en kayac desde Encrucillada, en Brasil, navegando el río Uruguay, para denunciar el desastre ácido de Gualeguaychú. Tardaron más de dos meses. Ahora comen de un cordero tirado a la parrilla y hablan en ronda para los que llegan. Son los más desconfiados y no creen que el problema se resuelva con La Haya. “Si no lo solucionan podemos pasar a acciones directas de otro tipo”, dicen.
En Punta Sur, junto al río Gualeguaychú la noche suena y tiene ruido a chicharra. La paz del verde junto al agua es inmensa. Roberto Carro, el dueño de casa, recibe a los turistas y les habla de lo que podría pasar si permiten que avancen los del otro lado. Los turistas que llegan en masa de la Asociación Sentimiento de Buenos Aires entran bravos. Somos uruguayos, dicen. Y para decidir si les dan al asado que ofrecen esta noche lo debatirán en asamblea. Los chicos juegan a la luz de las estrellas. La ciudad esta noche descansa para lanzarse mañana a la ruta, al puente, a la inquieta calma.
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