Domingo, 24 de septiembre de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
La relativa abundancia de candidatos "presidenciables" podría inducir a un observador desprevenido a creer que el sistema político se ha regenerado tras su crisis finisecular. Pero no hay tal. Los dos Kirchner, Mauricio Macri, Roberto Lavagna, Elisa Carrió, más los dos o tres dirigentes de izquierda que se postularán de modo testimonial, parecen oferta suficientemente vasta para un espectro amplio de votantes y quizá lo sean. Sin embargo, los partidos con más virtualidades (incluido el oficialismo) padecen el síndrome de la frazada corta. Ninguno tiene suficientes candidatos potables y votables para todos los distritos en los que aspira a competir.
La atomización de los partidos y de las mediaciones políticas eleva a la enésima potencia la centralidad de los protagonistas. El mejor candidato del macrismo para presidente es (hasta que Ricardo López Murphy pruebe lo contrario) el mejor para la Capital. Cristina Fernández de Kirchner sigue siendo la postulante más taquillera del kirchnerismo para la provincia de Buenos Aires, aunque no luce que vaya a ser su destino. El paladín presidencial del lavagnismo sigue siendo un buen prospecto para jefe de Gobierno de la Capital, el mejor de su sector. La cantidad de personalidades es desmesurada para el peso de las organizaciones políticas.
El Frente Para la Victoria (FPV) es el único partido con implantación en todas las provincias, aunque aludir a su unidad suena a licencia poética, dada su falta de orgánica, la dispersión del peronismo y el peso de sus cacicazgos locales, de ordinario intranscendentes más allá de las fronteras provinciales.
La preeminencia del Presidente en la brega interna de su partido es la mayor que se recuerde en los últimos 23 años. Kirchner, como ya ensayó en 2005, será gran elector de su coalición en todos los distritos. Eso no quiere decir que hará lo que quiera (nadie accede a tanto cuando media el voto popular) sino lo que quiera dentro de lo que pueda. Pero puede meter mucha más cuchara que Raúl Alfonsín en su momento de apogeo, allá por 1985, o que Carlos Menem, que nunca hizo pie en Buenos Aires. Kirchner juega ese juego con frenesí y una vastedad táctica asombrosa. "Arma" por arriba y por abajo, con Reutemanns, Agustines Rossis y Tuminis. Si todo le sale bien, el oficialismo urdirá de facto su propia ley de lemas en muchas geografías. Aliados suyos contenderán en varias provincias: radicales K contra Pichettos, juecistas contra delasotistas, setentistas armando listas locales y así. Ese repertorio de rebusques no le basta para tener buenos candidatos en todos los distritos, ni siquiera en los más importantes. La carencia de cuadros del kirchnerismo es toda una referencia acerca de sus límites para convocar, para promover cuadros, para hacer algo fuera de los marcos de la gestión gubernamental.
Nostalgias
Kirchner fue el único presidente electo desde 1983 que no sumó alrededor del cincuenta por ciento de los votos en primera vuelta. Raúl Alfonsín, Carlos Menem (dos veces) y Fernando de la Rúa sí accedieron a ese firme sustento de legitimidad de origen. Esa diferencia marcó el código genético de la gestión del Presidente, empecinado en revertirla en 2007. Hasta el 2003, con un esquema bipartidista matizado por el Frepaso y la Alianza, a la segunda fuerza le cabía un premio consuelo en tiempos de vacas flacas: hacer un buen papel para quedar en pole position para el período ulterior. Conservar un piso alto de votos, si se pierde, es una estrategia de supervivencia básica para cualquier partido que ponga fichas a la alternancia. Italo Luder cumplió ese rol para el PJ, aunque nunca tuvo en mira su derrota. Eduardo Angeloz (¿se acuerdan?) preservó bastante bien el patrimonio radical, Horacio Massacesi lo achicó bastante y Leopoldo Moreau fracasó en el intento. Eduardo Duhalde, en 1999, se fue resignando a esa función a medida que asumía la inexorable ascensión de la Alianza. Todos los peronistas, incluso su ex aliado que está en el cenit y lo abomina, le deben mucho a su cazurra capacidad de conservar posiciones.
En una democracia estable, el plan B puede integrar el bagaje de las oposiciones cuando el oficialismo va viento en popa. Las actuales fuerzas opositoras no dan la impresión de estar preparando un escenario de esa naturaleza, con la notable excepción de la UCR de Alfonsín, que para sobrevivir muta hasta lo inimaginable aceptando la entente con Lavagna.
La disciplina interna y la vocación de subsistencia de un partido, más vale, no pueden germinar donde no hay partidos o los hay agónicos. Donde proliferan las individualidades son improbables los sacrificios en pos de un objetivo común.
La urdimbre de una coalición sería otro recurso posible para la oposición, que tiene antecedentes en el Frepaso (1994) y la Alianza (1999). De momento no hay atisbos de que se conforme otra, amén de la que acompaña a Lavagna. La ocasión parecería ameritarlo, dada el campo que separa su intención de voto de la del oficialismo. La característica personalista de los emergentes presidenciables torna improbable un armado superador, en el que alguno debería resignar ambiciones y protagonismo. Es todo un detalle que el Frepaso y la Alianza tenían un integrante, Carlos Alvarez, muy dispuesto a ceder primacías en pos del proyecto común. Excede la economía de esta nota preguntarse si Chacho estaba demasiado dispuesto a ceder pero es un hecho que su vocación por construir fue determinante en el surgimiento de alternativas opositoras viables y no parece tener símiles en el primer nivel de la oposición actual.
De momento, con muchos caciques y tal vez demasiadas tribus, cada cual atiende a su juego.
"Gente" y personajes
La convocatoria de los hipotéticos candidatos se mide mediante sondeos que proponen a encuestados distraídos escenarios muy alejados de sus horizontes volitivos. "La gente" se expresa, pues, como opinión pública. Es "la política" la que le propone los temas y la configura colectivamente. No hay democracia actual que no proceda de tal modo, pero es del caso lamentar que no existan otras instancias de intervención ciudadana en la determinación de los candidatos. La excitación de los operadores (y la de los candidateables) es inversamente proporcional al activismo de las personas del común.
En un ejercicio de concentración de poder que es muy transversal, son los protagonistas (leyendo las encuestas, eso sí) quienes definen lo que vendrá. Hubo en la historia reciente internas partidarias que catapultaron a los vencedores a la escena nacional (la radical que ganó Alfonsín como anticipo de su presidencia). Hubo internas abiertas con enorme participación, las del Frepaso, la de la Alianza y la de la Izquierda Unida en 1989. Esas interesantes experiencias son pasado, si no prehistoria. Juan Carlos Blumberg, el mejor proyecto de la derecha para la provincia de Buenos Aires, optará entre aceptar la candidatura o rechazarla solo o consultando con un puñados de amigos. Los principales dirigentes del FPV tampoco intervendrán para determinar si Kirchner irá por la reelección o si Cristina Fernández llevará los colores del oficialismo. Una opción estratégica se resolverá en algo más pequeño que un cenáculo, sin convocatoria a cuadros ni a militantes. Las explicaciones de la opción serán ulteriores y, como es de rigor en el peronismo, elogiadas por los compañeros en cualquier caso. La mengua de la participación es otra característica del sistema político que tiende a desalentar cualquier forma de involucramiento a fuerza de restarle peso decisorio. Sólo la protesta social vía acción directa es premiada en la praxis local. No es reconfortante pero así funcionan las cosas.
El talón de Aquiles
El Gobierno domina la situación y pinta para ganar cómodo, situación sólo parangonable a la que atravesaba Menem en 1994, luego matizada (pero no comprometida) por la irrupción del Frepaso. De los opositores, Lavagna y Carrió son mucho más convocantes que cualquiera de sus allegados y comparten una marcada escasez de candidatos atractivos en la mayoría de los distritos. Con la foto de hoy, la derecha puede proponerse un esquema mejor. Tiene tras candidatos que, si se los ubica bien, podrían sumar votos: Macri, López Murphy y Blumberg. Si sumara a Jorge Sobisch podría ser competitiva o favorita en Capital y Neuquén.
Frente a un gobierno consolidado, le cabe a la oposición innovar, sorprender y esperar un traspié del adversario. El oficialismo, como suelen decir los futbolistas en aburridas declaraciones, está mejor pues depende de sus propios desempeños. En ese contexto la crisis energética es el único elemento de la realidad que podría ser el talón de Aquiles del Gobierno. De ahí que sus antagonistas la tengan en sus plegarias secretas.
Hasta ahora el oficialismo ha venido desmintiendo las profecías de sus oponentes, de las cúpulas de las privatizadas y sus portavoces. Lo ha hecho a su modo, defendiéndose como un gato panza arriba cuando las cosas se le complican, echando mano a la caja y a su inventiva para buscar socorro o poner parches. Desde la vereda de enfrente se reconoce a regañadientes esa aptitud y se la complementa adjudicándole al Presidente una dosis alta de suerte. Según ellos, los inviernos no son cruentos, los veranos no terminan de ser cálidos, la lluvia cae cuando el sistema hidroeléctrico lo necesita... el clima funciona a pedir de Kirchner.
La discusión de fondo, que es cómo acompañar un crecimiento fastuoso con la infraestructura acorde (asignatura olvidada durante décadas) se postula de modo precario. El Gobierno elogia su praxis y redondea a su guisa datos significativos. En estos días confirmó esos rasgos de estilo. Sorprendió a todos con un preacuerdo con Paraguay, creativo y promisorio. Pero la información al respecto es confusa (el proyecto de tratado no se conoce) y da toda la sensación de que las estimaciones de Julio de Vido exageran los resultados imaginables. De cualquier forma, la iniciativa sigue siendo toda del Gobierno: si el acuerdo se concreta será una acción positiva, un paliativo a futuro que ningún otro opinante siquiera pensó.
El discurso de las fuerzas políticas opositoras de mayor peso se va confinando a proponer un aumento de tarifas, un enfoque demasiado sesgado. Es real que el Gobierno está subsidiando a sectores sociales que no lo necesitan. Pero es también evidente que subir las tarifas no reparará el faltante de inversión en obra pública. Esta no provendrá básicamente del sector privado.
Falta un tiempazo para que hablen las urnas, nada está sellado. Hecha esa advertencia puede decirse que, si no median cambios bruscos, el oficialismo es gran favorito para una victoria amplia. La economía, pronostican los que suponen que saben, no le dará dolores de cabeza en los próximos dos octubres. Un batifondo energético podría ser un revulsivo para una contienda electoral que sólo excita a los iniciados, en la que la pobreza de la política se comprueba en la carencia de cuadros. Una contienda que, hasta aquí, se parece a un curioso juego de las sillas en el que hay más sillas que participantes.
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