Domingo, 24 de septiembre de 2006 | Hoy
Por H. V.
En medio de una crisis terminal de legitimidad de su conducción, el presidente de la DAIA, Jorge Kirszenbaum, dijo que el procesamiento de Rubén Beraja era un ataque a toda la colectividad judía y convertía a las víctimas en victimarios. Todas las asociaciones de familiares de los muertos lo repudiaron y hasta el presidente de la AMIA, con la que comparte el edificio reconstruido después del atentado, tomó distancia de esa afirmación inconsulta. Memoria Activa sostuvo que se trataba de un sofisma y que Kirszenbaum hablaba “en defensa propia”. Beraja fue procesado por el juez federal Ariel Lijo junto con el ex jefe de la SIDE Hugo Anzorreguy, el ex juez federal Eduardo Galeano, el reducidor de autos Carlos Telleldín y su abogado Víctor Stinfale, entre otros responsables del encubrimiento de los autores del atentado y el peculado por el cual se sustrajeron al Estado 400.000 dólares con los que se pagó el testimonio amañado de Telleldín. Los familiares de las víctimas reclaman que la investigación ascienda hasta el ex ministro Carlos Corach y al propio Menem, ya que no es creíble que la falsificación de pruebas haya sido iniciativa propia de Anzorreguy y Galeano. Según Memoria Activa, la DAIA parece expresarse “como representante de los dirigentes de la comunidad involucrados y no como representante de la comunidad víctima del atentado”.
En el caso de Kirszenbaum eso es literalmente así. Era un modesto abogado de militancia alfonsinista que promovió la creación de una coalición opositora a Beraja. Pero Beraja lo nombró su abogado y se convirtió al oficialismo. El azar lo depositó en la presidencia de la DAIA, por enfermedad del titular Gilbert Levi. Beraja era presidente del Banco Mayo, que recibió 300 millones de dólares del Banco Central y está procesado por haberlos prestado a personas y empresas vinculadas. A medida que se aproxima el juicio oral en el que se analizará la conducta de Beraja, Kirszenbaum ha multiplicado denuncias sobre un presunto brote de antisemitismo. Su soporte fáctico es endeble, como las pintadas en algunas paredes de la Facultad de Filosofía y Letras o la presencia de miembros de la organización Quebracho frente a la embajada de Irán cuando un grupo juvenil judío se dirigía hacia ella. Según Kirszenbaum, Quebracho impidió que se manifestaran frente a la embajada. La transmisión televisiva en directo mostró que los manifestantes nunca llegaron al lugar, que estaba saturado de policías. Pero la revista Nueva Sión (que expresa al movimiento que usó Kirszenbaum para su abordaje a la directiva de la DAIA) sostiene que Kirszenbaum “fue criticado por lo bajo por los jóvenes que se sintieron abandonados”. Según uno de esos jóvenes, a quien la revista no identifica “nos dejaron solos, no puso la cara ninguno ese día ahí”.
Con el auxilio de medios de comunicación que impulsan la candidatura presidencial de Roberto Lavagna, estos episodios minúsculos fueron convertidos en una acusación al gobierno nacional. A ello se sumó una declaración de dirigentes políticos opositores que denunciaron “un peligroso renacer del antisemitismo”. Entre ellos estaban la multipartidaria Patricia Bullrich; el líder de Recrear Ricardo López Murphy; los macristas Federico Pinedo, Hugo Martini y Nora Ginzburg; los radicales Ricardo Gil Lavedra y Andrés Delich; el menemista Diego Guelar y el forzudo republicano de Tucumán Pablo Walter. También firmaron algunos intelectuales de distintas tendencias como Marcos Aguinis, Juan José Sebrelli, Ivonne Bordelois, Roberto Cortés Conde, y José María Poirier. Además de la defensa propia, Kirszenbaum y la directiva de la DAIA (cuyo mandato vence dentro de un mes y medio) también engloban como antisemitismo las críticas políticas y éticas a la agresión del gobierno de Israel contra el Líbano y los ataques sistemáticos a infraestructura y población civil, un rubro que efectivamente va en ascenso. Durante la dictadura militar, cuando la represión mostró un encarnizamiento especial con los detenidos judíos, la DAIA omitió cualquier pronunciamiento que lo denunciara. Por el contrario, ante las denuncias internacionales del periodista Jacobo Timerman se pronunció en defensa del gobierno militar y sostuvo que no había persecuciones antisemitas en la Argentina.
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