Domingo, 12 de agosto de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
De cómo se corrió el eje del debate sobre la corrupción. Los dilemas de Cristina en campaña, persistir o hacerse cargo. Los riesgos de cada alternativa. La sensación térmica y una tendencia a la polarización por el segundo puesto. Y la pregunta de moda: ¿por qué ahora?
Por Mario Wainfeld
Las percepciones sociales dominantes tienen el mismo peso que los hechos. Son hechos, en rigor. Ese puntal de la sociología de masas es conocido por cualquier gobernante que basa su legitimidad en su relación directa con la opinión pública o “la gente”, como se prefiera llamar. Néstor Kirchner es uno de ellos y sólo un encierro en el microclima de palacio podría distraerlo de un par de hechos instalados en los últimos meses. El Gobierno ha perdido la virginidad (condición, ay, irrecuperable) respecto de la corrupción y toda polémica al respecto arranca de ese sentido común. Podrá argumentarse (con razón) que reacciona más rápido ante las denuncias que sus predecesores, que los organismos de control funcionan, que no se entorpece la Justicia. Podrá sopesarse que el número de casos conocidos es bastante menor al de otras administraciones, podrá ponerse en tela de juicio si sus alternativas electorales tendrán desempeños mejores y, aun, si es evitable algún grado de corrupción estatal.
En cualquier caso, el debate rebaja al kirchnerismo respecto del lugar en que estaba situado a principios de año, se transforma en punto esencial de la campaña y lo coloca a la defensiva. Los hechos pueden ser analizados, desmenuzados, acomodados en contexto, sometidos a reflexiones contrafactuales. Lo que no puede hacer un político de primer nivel es ignorarlos.
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En forma inminente el cuadro de situación interpela a Cristina Fernández de Kirchner. ¿Debe mantener indemne su cronograma de campaña, colmado de viajes al exterior y de discursos generales conceptualizando la acción del actual gobierno? ¿Debe persistir, asumiendo que serán traducidos como elusiones? ¿O debe hacerse cargo de esta polémica en su narrativa y, eventualmente, en acciones? Hasta ahora, el reflejo de una cúpula que está teniéndolos lentos en todo 2007 ha sido perseverar en el diseño previo. Se lo mecha con relatos que le atribuyen a Cristina integrar el ala más dura de la mesa chica en las decisiones. Así habría ocurrido, cuentan sus contertulios, respecto de Felisa Miceli y de Claudio Uberti. Hay quien susurra que fue Cristina la única que sugirió la renuncia de Julio De Vido. Como fuera, hasta ahora, se lee que la candidata avala las respuestas conocidas.
El dilema no es sencillo, a menos de dos meses de las elecciones. Es evidente que la oposición pide cabezas apostando a algo más que el saneamiento republicano. Nadie es inocente en campaña, nadie tiene una prioridad superior a desmontar al contrincante electoral.
Defenestrar a dos ministros en cuestión de semanas es exponerse a un deterioro serio, los adversarios ganarán terreno y no le reconocerán mérito alguno. Un ejemplo que parece remoto sin serlo tanto es de Eduardo Angeloz quien, siendo candidato radical en 1989, pidió (y obtuvo) la cabeza de Juan Vital Sourrouille, ministro de Economía de Raúl Alfonsín. El entonces gobernador cordobés perdió por buena diferencia, nadie sabrá qué hubiera pasado si no hubiera producido esa severa movida. Pero es innegable que empujó al abismo al gobierno de Alfonsín.
Callar también tiene sus precios para la presidenciable, en especial el de quedar sindicada como convalidando lo que precedió a la salida de Uberti.
En el corto plazo, el kirchnerismo debería meditar si no es hora de talar la candidatura de Ricardo Jaime a diputado nacional por Córdoba. En la pleamar del equipo de Planificación, la búsqueda de fueros de su secretario con más causas penales abiertas es un pésimo ejemplo.
La cotización de las acciones de José Francisco López, actual secretario de Obras Públicas, para suceder a De Vido, debería haber tenido una caída superior a la del MerVal en estos días, si el equipo de la senadora analiza un horizonte de victoria y las señales que deberá propagar después. La imagen pública de todo ese staff, ya se dijo, es un hecho incontestable. Ningún guarismo lo borrará.
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Las atribuciones recíprocas de culpas con el gobierno venezolano tienen su interés, pero no eximen al Gobierno de responsabilidades severas, aun en el supuesto de ser real su relato sobre el vuelo.
Abrir la compuerta del aeroplano a un trucho internacional en un viaje oficial es una falta grave. Si Enarsa pagó la suculenta factura del aerotaxi no se adivina por qué la sanción recae sólo sobre Uberti y no sobre Ezequiel Espinoza, quien debía hacerse cargo de corroborar a quien llevaba de upa, por cuenta de terceros. Si el titular de Enarsa delegó mal, no tiene atenuantes. No todo funcionario debe responder con su cargo por la torpeza de sus inferiores, pueden eximirlo la atribución de competencias o haber sido sorprendido en su buena fue por conductas desplegadas a sus espaldas. En un viaje con siete pasajeros, nadie puede alegar que estaba distante del centro de decisiones, que éstas se tomaron desafiando sus directivas o fuera de su esfera de competencia.
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El Gobierno refuta que exista “diplomacia paralela” con Venezuela.
Podría motejarse al esquema con otras palabras, pero algo de eso hay. Nadie puede poner en palabras qué incumbencias podría tener Uberti para cumplir misiones que competen a Kirchner, Alberto Fernández, De Vido, Jorge Taiana, Alicia Castro o Espinoza.
Un diagrama lábil y factual promueve la discrecionalidad, el amiguismo o la desaprensión. Al fin y al cabo, si no se conoce cuál es el cometido republicano de Uberti, mal puede suponerse cuáles son sus límites, por ejemplo, para admitir colados.
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El ciclo económico ha sido más consecuente con el Gobierno que el ciclo político que ostenta desgaste, pérdida de centralidad del Presidente y de la disciplina interna, hasta hace poco férrea. También quedó desfasado su modo de comunicar que siempre fue imperfecto pero que otrora le redituó.
Contra lo que es artículo de fe del kirchnerismo, es nociva la proliferación de funcionarios mudos. La palabra, la discusión es un valor o más bien un deber democrático. El cronista no comparte la cruzada en pos de las conferencias de prensa, como registro obligatorio. Pueden pensarse otros modos, acaso menos redituables para los medios pero más enriquecedores. Debates académicos, paneles, mesas redondas, intervenciones escritas en medios masivos o técnicos. Los funcionarios pueden optar por el modo de entrar al ágora, no les cabe escudarse en el silencio y el misterio.
Espinoza, por caso, no está físicamente privado del don de la palabra. El cronista puede dar fe que hace un par de años vocalizaba. Su formación y versación en materia petrolera autorizan a suponer que sabe expresarse por escrito. Pero el lector, atento a la producción política cotidiana, no tiene por qué creer la información precedente si el hombre no dio señales de vida (esto es, no comunicó) durante toda su gestión.
La política energética amerita una puesta en escena, la asunción de las controversias. El silencio no es salud, como predicaba (buena referencia) la peor dictadura que asoló esta patria.
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El enigma del millón (valga la expresión) es el impacto electoral de todos estos sucedidos. Seguramente la especulación no es el fuerte de Mauricio Macri pero cuesta imaginar que no se pregunte si debió ir derecho a por la presidencia. Ahora, su camino se desvió y no da la impresión que pueda rectificarlo, aunque el operativo clamor está en gateras y el Gobierno pone todo de sí para hacer competitivos los comicios.
La sensación térmica metropolitana da registros complicados para el oficialismo aunque es de rigor subrayar que a veces (a veces) la sensación térmica no es idéntica a la temperatura real. Y que la metrópoli no suele tener unidad de registro con el resto del Peloponeso.
Con la prudencia que exige asomarse a escenarios cambiantes, sin poner las manos en el fuego por las encuestas, puede insinuarse que la coyuntura favorece una polarización al interior de las fórmulas opositoras. El sistema de ballottage imperfecto incentiva, entre quienes rechazan al favorito, al voto útil al segundo, para “no perderlo”. En el ballottage neto, cualquier opción expresiva le resta al primero que debe llegar al 50 por ciento más uno de los sufragios. El régimen constitucional argentino, que castiga mucho a la segunda fuerza que no llega al 30 por ciento, induce la polarización anticipada.
En el caleidoscopio de oferta opositora, Elisa Carrió y Roberto Lavagna despuntan como los más viables para disputar la medalla de plata, con la ilusión de dorarla si se llega al segundo turno. Su capital común es su lenguaje crítico al Gobierno en general y al caído De Vido en particular. La sensible diferencia es el perfil dominante de cada cual. El ex ministro “pinta” más como un prospecto de gobernante avezado y como un sostenedor de las líneas maestras de la economía. La ex senadora y diputada resalta más por su intransigencia y su mensaje revulsivo. Ambos tratarán de embellecer sus rasgos dominantes y de matizarlos con las características dominantes de su adversario.
Ricardo López Murphy da la traza de quedar relegado a una moción testimonial, sin apetencias de campeonato, más parecida a la que sostuvo por décadas Alvaro Alsogaray que a Mauricio Macri.
El peronismo residual va por un puñado de votos, no es certero si se los restará al oficialismo o al colectivo opositor.
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¿Por qué “todo esto” ocurre “ahora”? La pregunta es recurrente factor común de mentideros VIP o de corrillos de café. El cronista, nacido y criado en este suelo fértil para el mestizaje, cree en las explicaciones multicausales, que pueden comprender una dosis menor de azar. La fatiga del equipo de Gobierno, su conformismo autorreferencial, la proclividad criolla a vender la piel del oso (el resultado de octubre) antes de haberlo cazado. Se añaden la tensionante falta de data acerca de quiénes quedarán y quiénes se irán. Las hipótesis conspirativas que están a la orden del día (ver asimismo nota aparte) pueden encastrar unas piezas del rompecabezas, que no develarlo en plenitud.
El oficialismo está de salida, lo que podría ser una validación de la candidatura de Cristina Kirchner pero también determinar una pérdida de poder de Kirchner, máxime sobre sus propias huestes. Las elecciones entran en su larga recta final, lo que acrecienta las lupas sobre el Gobierno y la audacia de contrincantes, leales o no.
En línea con la tradición, las urnas llegarán en un clima exasperado y antagónico. Todos los protagonistas plantearán la rutina institucional como una instancia agónica, al borde del precipicio. Es llamativo que eso ocurra cuando la gobernabilidad democrática luce como más viable que en los últimos diez años y la sustentabilidad económica (conservando todo, cambiando algo) es considerada un hecho por todos los aspirantes de fuste. Pero la tradición tiene un peso enorme, aun mayor que el de una maleta bien rellena.
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