Viernes, 14 de septiembre de 2007 | Hoy
EL PAíS › PEREZ ESQUIVEL CUESTIONO A LA JERARQUIA DE LA IGLESIA DURANTE LA DICTADURA
Al declarar en la última audiencia del juicio al cura Von Wernich, el Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel recordó que trató “de motivar a la cúpula de la Iglesia, pero nunca tuvimos respuesta”, en la búsqueda de los desaparecidos. Destacó las excepciones como los obispos Hesayne y Novak.
“Dios no mata.” Esa inscripción, escrita con su sangre por un detenido en una pared de la Superintendencia de Seguridad Federal, dejó una marca imborrable en el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel. En la última audiencia del juicio contra el ex capellán de la Policía Bonaerense Christian von Wernich, tanto la Iglesia Católica Argentina como el Vaticano fueron duramente cuestionados. “Traté de motivar a la cúpula de la Iglesia para que nos ayudara en la búsqueda de los desaparecidos, pero nunca tuvimos respuesta”, afirmó. Tras relatar su cautiverio y el vuelo de la muerte del que se salvó, Pérez Esquivel sentenció: “Hubo concepciones ideológicas e intereses que han llevado a sectores de la Iglesia a comprometerse con la dictadura y con la represión”. En su declaración, describió un encuentro con el Papa Juan Pablo II en el que le presentó un informe con 84 casos de niños desaparecidos y recibió una respuesta: “Usted tiene que pensar también en los niños de los países comunistas”. Ante el tribunal también se presentó el teólogo y ex sacerdote, Rubén Dri, quien envió al entonces presidente de la Conferencia Episcopal, el cardenal Raúl Primatesta, un documento sobre las violaciones de los Derechos Humanos que nunca fue contestado.
Los familiares de los funcionarios civiles que debían declarar ayer por su participación en la última dictadura no se quedaron a escuchar el relato de Pérez Esquivel, el presidente del Servicio de Paz y Justicia (Serpaj) en América latina. El había sido citado como Premio Nobel de la Paz –al que era candidato estando en cautiverio– y por su participación en el Movimiento Cristiano no violento en Latinoamérica que, en 1975, dio lugar al Movimiento Ecuménico y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos.
Con su testimonio, Esquivel dio cuenta de las similitudes del proceso militar en toda América latina y del “avance entre luces y sombras, con grandes contrastes” de la Iglesia. Después del 24 de marzo del ’76, abandonó el país y viajó a Riobamba, Ecuador, donde fue apresado junto a 14 obispos latinoamericanos y 4 norteamericanos por un batallón del ejército local en un hecho que fue relacionado con el “operativo Cóndor” y “la internacional del terror”. Allí también los acusaron de subversivos y el obispo de Riobamba les respondió: “El único libro subversivo que tenemos es el Evangelio”. En ese encuentro se esperaba a dos obispos argentinos, Enrique Angelelli, de La Rioja, y Vicente Zaspe, de Santa Fe. “Con Angelelli había hablado unos días antes de su asesinato. Tenía dificultades en llegar a Ecuador porque habían asesinado a dos sacerdotes de su diócesis”, detalló Pérez Esquivel de sus últimas conversaciones con el obispo. “Lo que pasaba cuando se trabajaba en las villas miserias –declaró–, cuando se atendía a los pobres y a los campesinos, cuando uno trabajaba con los sectores más necesitados, era que el sistema los veía como enemigos.”
De vuelta en Argentina, el 4 de abril de 1977, Pérez Esquivel fue detenido en el departamento de policía cuando intentaba renovar su pasaporte. Desde entonces pasó por la Superintendencia de Seguridad Federal –adonde también llevaron al director del diario Buenos Aires Herald, Robert Cox y a la familia Graiver–, la base aérea de Morón en El Palomar y la Unidad número 9 de La Plata. “Nunca fui interrogado a pesar de las torturas”, resumió. Además, hizo un claro análisis sobre la situación general: “La doctrina de la seguridad nacional, impuesta como política para todo el continente, es muy clara: señala que a la religión hay que usarla vaciada de contenido por la acción psicosocial que ejerce sobre los pueblos”.
En 1981, se realizó la primera audiencia con el Papa. Las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo –que todavía no se habían terminado de formar– habían confeccionado con el caso de 84 niños secuestrados y desaparecidos en el país. “Yo se lo entregué en mano al Papa –recordó–. No fue una reunión feliz. Fue una reunión muy complicada, un recibimiento muy duro y muy frío. Le dije al Papa que le llevaba el dossier que nos había dado Chicha Mariani, fundadora de Abuelas.”
“Este informe yo se lo mandé por tres canales, pero él me dijo que nunca llegó a sus manos. El Papa guardó eso y después, de muy mal modo, me dijo: Usted tiene que pensar en los niños de los países comunistas. Yo le respondo que tenemos que pensar en todos los niños del mundo, pero éstos son niños secuestrados y desaparecidos en la Argentina por una dictadura que se dice cristiana y occidental”, relató.
En otras oportunidades la Nunciatura apostólica recibió el reclamo de intervención por parte del Vaticano. Algunos de esos encuentros con el nuncio Pío Laghi “fueron muy duras y muy críticas”. “Aquí estuvieron los tres comandantes anoche y les dije sobre la cuestión de los desaparecidos y los derechos humanos en Argentina. ¿Qué quiere que haga?, yo no puedo hacer lo que los obispos argentinos no quieren hacer”, fue la respuesta de Pío Laghi en una de esas reuniones, según relató Pérez Esquivel.
La madrugada del 5 de mayo del ’77 lo llevaron esposado hasta lo que Pérez Esquivel reconoció como el aeropuerto de San Justo. “Veo en la pista un avión –relató–, me encadenan. El avión era pequeño. Había un oficial, un suboficial, tres soldados, el piloto y el copiloto. Vuela sobre el Río de la Plata, el Paraná de las Palmas, el Paraná Guazú, el Paraná Miní, la isla Martín García, reconozco la costa del Uruguay, la barra de San Juan. El avión da vueltas y vueltas por ese lugar hasta que llega una orden para que el avión se dirija a la Base Aérea de Morón, en el Palomar. Es decir, soy un sobreviviente de esos vuelos de la muerte.”
El último testimonio perteneció a Rubén Dri, un teólogo y filósofo que se había ordenado sacerdote en Chaco y que debió exiliarse en México a partir del ’76. Desde allí, elaboró un documento sobre las violaciones de los Derechos Humanos que envió al cardenal Primatesta sin que le respondiera. “Nos extrañaba que la jerarquía eclesiástica no denunciara estos terribles hechos”, confesó. Además, criticó la existencia de las capellanías porque los militares pueden confesarse con el sacerdote que le corresponda. En el juicio se planteó el problema de la responsabilidad del capellán quien, según Dri, si luego de denunciar los hechos ante su obispo no recibe la orden de abandonar su cargo, debe renunciar por su propia cuenta. “Es una aberración aceptar trabajar en un lugar donde se violan todos los derechos cristianos.” Rechazó totalmente que puedan ser consideradas como confesiones las condiciones en las que Von Wernich actuaba en los centros clandestinos. “La confesión no es válida si el que la recibe pertenece a otra religión” y, de ser católico, “tiene que haber un consentimiento absolutamente explícito”, aclaró. Además, sostuvo que es un acto totalmente privado, por lo que no es lícito que haya otras personas presentes en ese momento.
Informe: Sebastián Abrevaya.
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