Viernes, 26 de diciembre de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Pablo Salinas y Rodolfo Yanzón *
Los jueces responden a su clase y castigan a los postergados, a los excluidos. Otorgan excarcelaciones a acusados de crímenes contra la humanidad, como es el caso de la Cámara Federal de Apelaciones de Mendoza, que liberó a todos los represores detenidos por los crímenes aberrantes cometidos en la última dictadura, basándose en el plenario 13 de la Cámara Nacional de Casación Penal referido al represor Ramón Genaro Díaz Bessone. En este plenario los jueces habían dicho que la privación de libertad durante el proceso penal debe ser la excepción. Pero la excepción, al menos por ahora, sólo se aplica a favor de unos pocos.
Libres están hoy todos los represores en Mendoza y presos están los pobres acusados de cometer delitos leves; esa es la Justicia en la Argentina, que criminaliza a trabajadores y excluidos, que considera espantoso el tráfico de drogas y el robo, pero considera menos grave los crímenes cometidos por militares bien vestidos, amigos de jueces, y con sueldos y jubilaciones pagados por el Estado.
El mundo del revés que pinta el escritor Eduardo Galeano en su Patas para Arriba, o el Macondo de Gabriel García Márquez donde las personas asesinadas y puestas en un tren son olvidadas por los habitantes del pueblo que llegan a negar la masacre perpetrada por la empresa bananera.
Así estamos en esta Argentina donde los represores no sólo están libres, sino que se dan el gusto de amenazar a abogados y jueces, desaparecer testigos y protestar por las calles pidiendo “mano dura” contra pobres y marginados.
Así es en la Argentina donde los pactos de derechos humanos se aplican a policías de “gatillo fácil” y a represores de capucha y picana.
Hasta cuándo vamos a tolerar esta sociedad esquizofrénica, esta sociedad que grita “mano dura” haciendo el caldo gordo a los Macri, a los Scioli, a los Jaque que se solazan con discursos fáciles y leyes duras que nada resuelven y sólo agravan la inseguridad y la situación carcelaria.
Aún suenan las palabras de Rodolfo Walsh: “Sienta la satisfacción moral de un acto de libertad”. La satisfacción moral de gritar, de escribir y de decir que esta Justicia argentina es una Justicia de clases donde los ricos y poderosos, los policías e integrantes de fuerzas de seguridad, tienen privilegios y gozan de una plena impunidad, y los pobres y marginados son objeto de la “mano dura” de la violencia estatal de policías y jueces.
La calidad de un país no se mide por cómo trata a sus clases privilegiadas, sino a sus clases más débiles. Es imperioso que aquellas personas dignas empiecen a dar el debate sobre la Justicia argentina, a indignarse ante tanto privilegio e impunidad para los criminales contra la humanidad, a movilizarse para exigir un verdadero cambio de paradigma.
La cárcel debe ser la excepción en el proceso penal. Pero debe haber otra Justicia.
* Abogados querellantes en las causas contra los represores.
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