Otro de las voces del juicio retomadas en el alegato fue la de Carlos Morelli, trabajador de Astarsa entre 1971 y 1976, ex delegado y compañero de Martín Mastinú, uno de los desaparecidos. Cuando declaró recordó que en total hacían doce horas de trabajo: ocho comunes y cuatro adicionales que pagaban al ciento por ciento. Explicó que “hacían un trabajo brutal, que hacía muchísimo calor, mucho más que el normal, las condiciones de trabajo eran malas, insalubres, la construcción de cada buque significaba una o dos muertes, además de lastimados y mutilados. Que entonces empezaron a reunirse, formaron una lista opositora, pusieron como candidatos a los viejos, pero perdieron porque el sindicato para la lista oficialista llevó a votar hasta a los que estaban internados, los llevaban con las camillas y con el suero colgando. Después hubo despidos, por ejemplo el caso de Luis Benencio”. Recordó que el 22 de mayo de 1973, en el doble fondo de un buque en construcción, se prendió fuego un compañero que era muy querido, José María Alessio. Eso colmó la paciencia. Se tomó la fábrica, se hizo una olla popular, hasta fue el flamante ministro de trabajo Carlos Otero a negociar en persona. El resultado fue que se firmó un acuerdo con cinco puntos, lo más importante que no hubiera represalias, que se pagaran los salarios caídos y se formara una comisión de seguridad e higiene integrada por obreros. Se tiene entendido que esa comisión de seguridad e higiene fue la primera y única de América. Carlos Morelli destacó, orgulloso, que eso hizo que nunca más hubiera un muerto, e inclusive redundó en beneficio de la empresa porque se ganó en producción, ya que cada vez que había un muerto por algún accidente se paraba la fábrica y eso implicaba costos para la empresa. Pese a esto, increíblemente, la patronal no estaba conforme, había amenazas. El ejemplo de esa lucha trascendió: otros gremios de la Zona Norte los empezaron a consultar.