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No todo seguirá igual mañana
Por Luis Bruschtein
No todo seguirá igual mañana. La sociedad, esta ciudad y cada uno de los que la habitamos, tiene pequeños efectos Cromañón diseminándose, produciendo pequeñas mutaciones interiores que se manifestarán o ya empiezan a manifestarse en una superficie que a veces aparenta lo inmutable, o lo insensible, o la desaprensión. Y es un proceso que involucra a todas las partes, sin importar de qué lado esté en el debate de este momento, en la causa legal, en el juicio político o en las diferentes opiniones de los familiares de las víctimas y de los supervivientes.
Hay mecanismos en las sociedades que tienden a enterrar el recuerdo del dolor, del error, de lo que no se hizo y se pudo haber hecho, del acto irresponsable, del sentimiento de culpa y hasta de la fatalidad. Pero el olvido, ominoso fantasma, siempre será aparente. Siempre habrá partículas de Cromañón circulando en el organismo aunque no lleguen a la conciencia, y sus efectos serán a pesar de ella. Y hay otros mecanismos que sostienen la memoria. A lo largo de todo el año que pasó, Cromañón palpitó en la vida de la ciudad, en sus escuelas, en sus calles y hasta en sus fiestas, incluso más allá del recordatorio luctuoso de Once, o de las páginas de los medios, o de las marchas.
A veces, los familiares de las víctimas expresan que se sienten solos. Hay una soledad que es así y no puede ser de otra manera, no hay una respuesta lógica ni sincera para esa soledad. Porque sería hipócrita decir que alguien puede sentir lo mismo que los padres, los hermanos o los amigos de las víctimas. Y esa diferencia hace que la sociedad perciba la tragedia con matices diferentes. Pero Cromañón, además del dolor íntimo de los familiares, es una herida social, es una ciudad entera que elabora su duelo, el dolor, sus miedos y responsabilidades. Y en ese proceso, los familiares son el catalizador, el factor más activo, es allí donde confluyen ellos y la sociedad en general en un solo movimiento complejo y plagado de perplejidades. Hay más perplejidades cuanto menos entienden unos y otros esa diferencia y esa necesidad de entenderse.
El sentido Cromañón tiene implicancias apenas tangibles, susurrantes, que la cortina de una cultura instalada las torna inasibles, pero aterradoras, sugieren un algo horroroso de porvenir detrás de esa envoltura que impide comprender. Como si la sociedad tuviera que salirse de su lógica para revisarse y descubrirse con otros ojos. Un punto ciego donde el lugar de la juventud es el más expuesto, en vez del más protegido, porque sí es siempre el más vulnerable. Y el más vulnerable no tendría que ser el más expuesto, el que pague con sus vidas las formas aberrantes de una sociedad que tiende a concebirse a sí misma como el estado natural de las cosas.
Ese sentido de tragedia inminente que tiene Cromañón –pese a que ya pasó–, no quedará atrás sólo con la causa legal, el juicio político y ni siquiera con las medidas de seguridad que se han multiplicado. Hay una sociedad que tiene que cambiar, que necesita encontrar nuevos valores para organizar su vida. Y la sensación es que, sin ese cambio, las respuestas que se encuentren serán parte también del problema. Como sucede –guardando las distancias– con los planes trabajar y el desempleo.
Porque los planes trabajar fueron la respuesta de una sociedad que asumía como algo natural que hubiera millones de desocupados. Entonces no se le ocurría que había que cambiar para crear trabajo, sino que otorgaba subsidios para que la situación siguiera igual. La solución formaba parte del problema, era un paliativo para el síntoma pero no atacaba la causa de la enfermedad.
Los desocupados fueron los excluidos más evidentes de una organización y un modelo cultural que comenzó a instalarse con la dictadura y se coronó en los ’90. Y gran parte de esos desocupados fueron las sucesivas generaciones de jóvenes sin futuro. El mundo de los jóvenes pasó a ser también un mundo excluido como las grandes barriadas de donde surgieron los piqueteros. Pero ni siquiera hubo planes trabajar para ellos porque era un fenómeno menos evidente. No tener futuro no es tan concreto como elhambre. Con un subsidio se puede comprar comida, pero no se puede comprar futuro. Una juventud sin futuro es lo mismo que un trabajador sin trabajo. Las víctimas de Cromañón fueron los más jóvenes, los que apenas llegaban a los veinte años, y por eso tenían sueños e ilusiones, pero comenzaban a transitar un lugar del que la sociedad ya se había desentendido porque no tenía respuestas para esas ilusiones. Se suponía que cuando no había solución, tampoco había problema, porque se trataba de algo natural, inherente a la condición humana. Como se excluyó a las grandes barriadas humildes, también fue excluido el mundo de los jóvenes, los más vulnerables y los más expuestos.
La sensación de vulnerabilidad extrema que produce Cromañón destila el veneno de la duda de que pueda repetirse a pesar de todo lo que se haga. Sobre ese terreno sembrado de dudas, de buscar respuestas y soluciones que nunca darán seguridad ni satisfacción plena, de ausencias dolorosas pero irreversibles, lo cierto es que esta sociedad tiene una deuda con la juventud, que es no desentenderse y ofrecerle nuevamente la posibilidad de futuro.