Jueves, 12 de octubre de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Martín Sabbatella *
Cada mañana, desde hace tres semanas, nos encontramos con la misma increíble pregunta: dónde está Jorge Julio López. Y somos miles, millones a quienes nos desvela la misma inquietud. Encima, como si la respuesta vacía no fuera suficiente martirio, a cada rato nos enteramos de algún nuevo brote intimidatorio que no podemos menos que interpretar como parte de un todo: se suceden amenazas contra ciudadanos y ciudadanas que investigan, acusan, juzgan o condenan crímenes de lesa humanidad, contra víctimas de la última dictadura y contra funcionarios y funcionarias de instituciones democráticas.
Como por arte de una casualidad que cualquier bien pensante se niega a admitir, de golpe coinciden llamadas y cartas anónimas con editoriales de justificadores del terrorismo estatal, más una carta del dictador y ex reo Bignone adulando a jóvenes quijotescos y la concentración de ese mismo puñado de jóvenes cuyos talones están tan lejos del costillar de Rocinante como ajena su causa a la Memoria, la Verdad y la Justicia.
Y el desaparecido que no está, que no aparece.
Lo ocurrido hasta ahora es gravísimo. Lo que sucede con López horroriza al mismo tiempo que obliga a no amedrentarnos ni ceder. Su aparición con vida no es la causa de una parte de la sociedad; no es la bandera que encolumna a un sector político o a un grupo de organismos defensores de los derechos humanos que vienen criando esta Democracia con el mismo amor que a los hijos, las hermanas, las compañeras o los nietos que el terror genocida persiguió, raptó y asesinó. La desaparición de López es un poco la desaparición de cada uno de nosotros. Y por ello, la respuesta vacía a aquella pregunta angustiante de cada mañana es un vacío en nuestra democracia que no podemos, que no debemos tolerar.
También, las amenazas contra jueces, testigos, fiscales, luchadores por los derechos humanos y diversos miembros de nuestra comunidad son actos de intimidación y violencia sobre todos y cada uno de los ciudadanos y ciudadanas de este país. Todos y todas somos víctimas directas o indirectas de estas amenazas. La pregunta es de todos y la respuesta la encontraremos entre todos o latirá inquieta, desesperada y para siempre, en cada uno de nosotros.
Marchamos con la emoción apretando por dentro. Marchamos con la certeza de ser parte de una sociedad que eligió una y otra vez vivir en paz y en democracia, respetando la diversidad y luchando juntos para construir el país en el que queremos vivir y en el que queremos que vivan nuestros hijos y nuestros nietos.
Puede haber muchos temas en los que tengamos diversos puntos de vista y posiciones, pero en un aspecto como éste no tiene sentido la postura fragmentada ni la reivindicación sectorial. Demostrémoles a los profetas del pasado que no hay oídos para su murmullo conspirativo; que son sólo la imagen sepia de una foto que ya nadie quiere ver.
Es hora de volver a encontrarnos, de no dejarle espacio al terror, de seguir por el camino de la Memoria, la Verdad y la Justicia; sin mezquindades, sin sectarismos, por la aparición con vida de Jorge Julio López y para que nuestros sueños no vuelvan a ser secuestrados.
* Intendente de Morón.
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