Domingo, 20 de enero de 2013 | Hoy
SOCIEDAD › ARTISTAS CALLEJEROS, UN CLASICO EN LA NOCHE DE VILLA GESELL
Las funciones de circo, música y humor ya son un clásico en los espacios públicos de la villa. Una multitud disfruta de una cartelera que se destaca por su calidad. Página/12 habló con artistas que trabajan desde hace años y con otros que debutan esta temporada.
Por Carlos Rodríguez
Desde Villa Gesell
El Circo del Aire, que por quinto año consecutivo brinda en esta ciudad sus espectáculos “a la gorra” –mejor dicho “al bonete”, porque son bonetes los que reciben el visto bueno del público–, tiene todo lo que un espectáculo circense debe tener: malabaristas, equilibristas, trapecistas que son a la vez payasos o payasos que se animan al trapecio, y hasta tiene dos osos. Uno de color “marrón caca” y el otro blanco tipo Panda. Lo original de los dos osos es que hablan, y cómo. El otro detalle particular de los osos es que son “primos” que veranean juntos en Villa Gesell y se parecen mucho a una persona. Es más, se parecen mucho a la misma persona. Eso debe ser resultado de la famosa “magia” del circo. Lo único que importa es que desde las gradas donde se sube el público, la “popular”, la “Ricky Maravilla” y la “Pocho la platea”, todo el mundo aplaude, grita, se ríe a carcajadas y hasta se anima a interrumpir a los osos habladores, en una actitud realmente temeraria e inútil, porque los personales mamíferos seguirán hablando antes, durante y después de la función, para alegría de todos.
Las funciones del Circo del Aire, dirigido por María del Aire (trapecista, docente y alma mater del grupo), se hacen todos los días a las 22 y a las 23, siempre que no llueva, en un predio al aire libre cedido por la Municipalidad de Villa Gesell, ubicado en 113 y 3, al lado de la Feria de Artesanos. Para no desentonar, los artistas del circo hacen un trabajo de calidad artesanal, siempre a “carpa llena”. Se forman largas colas de espectadores, niños llevados por adultos y adultos sin niños, todos convocados por micrófono-parlante por Matías Basci, más conocido como El Oso. En este caso, como sólo se escucha su voz, es imposible saber si habla en su rol de oso color marrón o en su versión Panda. El sí debe mirar a la gente que llega, porque suele piropear a las damas: “Usted, morocha hermosa que espera el colectivo, no se pierda la función”.
Los primeros aplausos se los lleva Queca, una niñita de siete años vestida de bailarina, que hace impecables piruetas y deleita a los presentes. En su número inicial, Ileana Pastorino –la mamá de Queca– trepa varias veces hasta la cumbre de una soga a la que domina con la misma técnica de las telas de altura. Se desliza, sube, baja girando en tirabuzón, pone su cuerpo en vertical, en horizontal, oblicuo hacia arriba o hacia abajo, todo sobre una soga que parece formar parte de su cuerpo y sin perder nunca la gracia. El público estalla: abundan los “ohhh” y los “ahhh”, los grititos, los gritazos y el aplauso general. En su segunda presentación de la noche, desde el trapecio, realiza movimientos mucho más audaces que multiplican las reacciones en las gradas.
Luego del comienzo de Ileana, hace su primera salida Matías Basci enfundado en un enterito de color marrón. Antes de que diga “hola” y aclare que es “un oso”, el público se ríe y grita: “Dale oso”. Empieza a contar una larga historia de la época en que era un osezno, hasta el día en que, hastiado de su rutinaria vida, resuelve cambiar en forma drástica y borrar un pasado de tonalidad gris, que consistía en comer y dormir una siesta eterna en su cueva. “Voy a empezar a fumar”, es su brillante idea para romper el hastío. Con tal mala suerte que se pierde en el bosque, se encierra en un galpón donde hay “miles de garrafas” que estallan cuando él tira el encendedor en llamas en lugar del cigarrillo apagado.
Corre por el bosque, donde recibe los reproches de Bambi y los de la mamá de Bambi. Por suerte descubre que a Walt Disney, con quien también se encuentra, le parece muy bien que haya producido el desastre que produjo. El viaje termina cuando se encuentra con un “enano negro, totalmente negro, con flequillo Stone”, que lo fascina, lo maltrata y finalmente le regala el ovillo de hilo dorado de la vida. Termina en Miami, tan hastiado como en su cueva, con un nieto resultado de la unión de un hijo suyo, oso, con una foca y con varias moralejas: no hay que fumar, hay que ser uno mismo y tratar de vivir el presente de la mejor manera posible.
En la función que vio Página/12 hubo un momento cumbre, cuando se acercó al escenario una niña que escapó de la mano de su padre: “Otro enano”, gritó el oso fingiendo vivir el susto de su vida.
Es muy buena también la actuación del dúo formado por Charly Malleret, de contextura pequeña, vestido de blanco, y Nacho Masneri –el papá de Queca–, de negro, fortachón. Los dos hacen números en tierra y aire, como equilibristas y trapecistas. Sus volteretas sobre el trapecio son muy festejadas por el público, tanto como los movimientos y la gracia que tiene Charly, que también genera risas en cada movimiento. Nacho es el que abre el espectáculo junto con Queca, a la que eleva con sus brazos extendidos hasta llegar a alturas que la pequeña nunca alcanzará, ni aún cuando sea una persona adulta.
Otro que desata la algarabía general es Juan Palacios, haciendo sonidos guturales contagiando al público con sus “guauuu” y sus “agggggg”, creando con simples recursos de movimiento y una gracia innata, un clima de jolgorio descomunal. Luego de moverse por el centro de la escena, Juan se ubica dentro de una especie de refugio triangular, de un material transparente, dentro del cual hace maravillas con dos, tres, cuatro y hasta cinco pelotas tipo tenis, que rebotan todas al mismo tiempo en las paredes interiores de su estrecho palacio de cristal. Cuando más audaces son las maniobras de Juan, un verdadero “despelote” de pelotas que van y vienen a su alrededor –dentro del cubículo, sin tocarlo a él–, los “guauuu” que cierran las hazañas parten de la boca del artista y se transforman en alaridos del público que saluda con la misma expresión perruna.
El cierre lo hace el oso Panda, recién llegado de China y veraneando en Gesell, que como estudiante avanzado de Ciencias Económicas, es el que se encarga de “ponerle precio” al espectáculo. Aparecen en escena los bonetes-gorra, donde los que presenciaron el show circense, ponen billetes de distinto valor, según las posibilidades de cada bolsillo pero siempre lejos del valor simbólico que le puso el oso panda, para premiar la labor de verdaderos artistas. En las distintas presentaciones, el personal varía, de manera que el público siempre se encuentra con nuevas atracciones. El Circo del Aire funciona todo el año en el barrio porteño de San Telmo, en Chacabuco 629, donde se dan talleres de trapecio, telas de altura, malabarismo y otras disciplinas. Los artistas del grupo trabajan en forma habitual en circos prestigiosos de España, Francia e Italia, entre otros países. En Gesell, al bonete, se puede ver un espectáculo de calidad, a un precio módico. Hay circo, poesía, buen humor y moralejas sin moralina.
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