SOCIEDAD

“Yo iría a visitar a Junior, y lo haría con mi hijo”

Javier Saldías es el padre de Pablo, 15 años, el chico que recibió cinco balazos en la escuela de Patagones y sobrevivió por milagro. Su padre no culpa a Junior, el compañero que llevó un arma: “El también es una víctima”, dice. Y lo explica.

 Por Horacio Cecchi

Se llama Javier Saldías. Vive en Viedma. Tiene tres hijos. Uno de ellos, Pablo, de 15, flotó dramáticamente durante tres días entre la vida y la muerte, después de recibir cinco de las trece balas disparadas en el 1º B de la escuela Islas Malvinas de Carmen de Patagones, el martes 28 de septiembre. A Pablo lo encontraron prácticamente sin pulso y sin sangre. Mientras lo intervenían quirúrgicamente sufrió dos paros cardíacos y le hicieron seis transfusiones de sangre. Sus dos pulmones resultaron perforados. Le extrajeron el bazo y un riñón, otro proyectil impactó en su abdomen y el quinto rozó su brazo. Sin embargo, Javier no guarda encono contra Junior, el chico que disparó con el arma de su padre; sostiene que “él también es una víctima” y aseguró: “Yo iría a visitar a Junior. Y lo haría con mi hijo si Pablo acepta ir conmigo”. También sostuvo que con el discurso de bajar la edad de inimputabilidad lo que se busca “no es resolver problemas o prevenir, sino castigar y sancionar”.
El martes 28 de septiembre a las 7.50, cuando las balas comenzaron a silbar dentro del aula del 1º B, Pablo se encontraba en una de las primeras filas. Según algunos relatos de sus compañeros, no del todo precisos, Pablo se abalanzó sobre Junior cuando recibió los impactos. “La trayectoria de las balas pareciera indicar eso”, dijo Javier a Página/12, y el tono de su voz oscila entre un extraño orgullo y el nudo que provoca la angustia cuando atora las palabras. “Si hubiese estado parado, la bala que entra por debajo de la clavícula, por el pectoral, y le quiebra las costillas, hubiera salido por la espalda, pero se fue hacia abajo y le involucró el bazo. Parece como si hubiera estado en posición más horizontal, hacia el que dispara.”
Javier se enteró de lo que había ocurrido esa mañana por la radio. “Cuando lo llevaron hasta el hospital de Patagones había perdido tanta sangre que casi no tenía pulso –recuerda, respira profundo y sigue la tarea de recorrer la memoria sinuosa de aquel día–. Le hicieron seis transfusiones de sangre. Seis –repite, como si escucharlo una vez más pudiera ayudar a entender–. Le tuvieron que sacar el bazo y un riñón. Mientras lo operaban tuvo dos paros cardíacos. Después lo llevaron hasta el hospital Zatti, de Viedma, porque en Patagones no tienen sala de terapia intensiva. Recién lo llevaron cuando comprobaron que habían detenido la hemorragia.”
Al Zatti ingresó ese mismo día junto a otros dos compañeros que también requerían de terapia intensiva: Natalia Salomón y Rodrigo Torres. Pablo entró en estado absolutamente reservado. Durante ese día, cuando las autoridades del hospital presentaban el informe médico a la prensa, los periodistas no reconocían a Pablo por su nombre sino como “el que está más grave”. “Los médicos no me hablaron de porcentajes –explicó Javier–. Pero para darme una idea gráfica me dijeron: ‘Su hijo tiene un 10 por ciento de posibilidad de continuar con vida’. Mi hermano, que es médico emergentólogo en Rosario, se vino enseguida para acá y me dijo que estaba conectado al mejor respirador, porque según me explicó es el único que reemplaza exactamente la función de los pulmones, y ése es el que le habían puesto. Si no tenían ese aparato, no hubiera sobrevivido. El viernes, tres días después, dio un salto en su salud y empezó a mejorar.”
Según recordó Javier, “Pablo se despertó cuando pasó la comitiva del gobierno de la provincia. Eran muchos, y después de que pasaron, se largó a llorar. Fue la primera señal que escuchamos que nos decía que estaba consciente. Los médicos nos decían háblenle que escucha. Ahí, a mí se me partió el corazón”. Ese mismo viernes fue el día elegido para el retorno a clases del resto de las escuelas de Carmen de Patagones. No para los alumnos de la escuela 2, que se reunieron con los equipos de salud mental que trabajaban sobre el caso intentando poner en palabras todo el horror vivido. La reunión no se hizo en la escuela porque muchos de los chicos tenían miedo a regresar y se negaban a pasar el umbral o, siquiera,acercarse al establecimiento. Al término de esas reuniones, que se realizaron en el Centro de Jubilados de Patagones, los alumnos, espontáneamente, organizaron una marcha hasta el hospital Zatti, en Viedma, del otro lado del Río Negro. Ya se habían enterado de los sollozos de Pablo. Al llegar al hospital hicieron un abrazo que rodeó el edificio. Había tanta alegría y angustia en el aire que el impulso dado por los chicos arrastró incluso la solemnidad de los médicos. Natalia abandonaba el hospital esa tarde. Rodrigo estaba en franca mejoría. Pero todos hablaban de Pablo.
“Después, todo fue mucho más rápido –recordó Javier–. Empezamos a comunicarnos tomándole la mano y diciéndole que apretara si nos escuchaba. Y él apretaba. A los dos días ya estaba tomando té, sentado y de a poco caminando. Los otros chiquitos (Natalia y Rodrigo) sabían cómo había terminado todo, sabían que había muertos. Pero Pablo no, es el más rezagado de todos. Sabe que pasó algo grave, recién el otro día se empezó a enterar de que había muertos, pero todavía no sabe quién. El otro día empezó a tomar contacto con una revista en la que se publicaba algo, pero poco. ‘¿Querés que te cuente?’, me dijo, pero le dijimos que no. No sé, en ese momento... no, y después se olvidó porque no lo volvió a mencionar. Igual, los psicólogos nos dicen que estemos preparados porque va a querer saber y va a empezar a preguntar.”
–¿Qué piensa de Junior?
–Para nosotros, Junior también es una víctima, de otra forma, pero también una víctima. Es una cuestión muy compleja. Es un buen alumno, introvertido. Hay muchos planos, el familiar, el social, el contexto escolar, son planos que se van superponiendo. Seguro que en algún momento en alguno de esos planos Junior prendió una lucecita de alarma. Es muy ligero decir como dijeron muchos medios, que por la música de Marylin Manson, que el aro, que se viste así o asá. Es cierto que Junior, por lo que hizo, es un victimario, pero el también es una víctima. Alguien tendría que haber visto esa lucecita de alarma. Yo puedo compartir o no las costumbres de mis hijos, pero sí tengo la obligación de interiorizarme, de dedicarle ese tiempo para saber por qué cambió de hábitos, de amigos, de dinámica. Los medios hablan de pedir justicia y arrastran a las familias más dolidas. Pero parece que hay más preocupación por pedir el castigo y la sanción merecida que por determinar los motivos, no sólo en él sino en la familia y en otros ámbitos, como para que no pase de nuevo.
A la semana siguiente de lo ocurrido, ya diferentes medios reflejaban un reclamo vago, montado sobre el dolor, que bordeaba la polémica de la baja de la edad de imputabilidad de menores y el reclamo de justicia. “Se está poniendo demasiado de relieve lo de la edad de la imputabilidad –dijo Javier–. Se está hablando mucho desde los castigos. Pero no pasa por la edad. Cuando se piden castigos sólo se pide una parte de las intervenciones judiciales. Cuando se habla reclamando justicia y venganza, se habla sólo de castigo. En el caso de Junior, primero es la atención y después, en todo caso, analizar si hay o no sanción.”
“Mi compromiso –aseguró el padre de Pablo– no sólo es acercarme a los familiares, que están bombardeados por toda la sociedad. Yo también me acercaría a Junior y su familia. Primero, porque después del martes, yo creo que el miércoles o el jueves, ya nos pusimos por un momento en el lugar de ellos. Nosotros teníamos una mochila muy pesada. Pero la podíamos levantar porque aunque leve, existía ese hilito de esperanza. Ellos, en cambio, la mochila la van a tener de por vida. Y el nene también. Sabemos que les va a resultar dificilísimo. Por lo que hizo y por lo que resultó, las muertes de los otros chicos, los heridos. Eso no se lo va a sacar más de encima.”
–¿Usted está diciendo que iría a visitar a Junior y a su familia?
–Sí.
–¿Iría con Pablo?
–Esto merece una charla con Pablo muy profunda. Tiene un corazón enorme, pero también hay que reflejar lo que piensen su papá y su mamá. Seguramente va a emitir un juicio de valor, que piense por sí mismo, pero también le vamos a fundamentar lo que pensamos nosotros. Ahora está puesto en recuperarse y salir. Yo lo veo entero y dispuesto. Lo que quiere hacer es rajarse y hacer la vida normal. Dice que va a ir al cyber, al cine, a la escuela. El otro día estaba reticente a comer. Vino la nutricionista y él le preguntó “quién sos”. Cuando se enteró de que era la nutricionista le dijo que en la escuela querían que fuera una nutricionista para dar una charla. Está empezando a mirar para adelante.
–Pablo ahora está mejor. Pasó por una situación muy grave, pero está mejor. ¿Cree que si hubiera muerto usted sería capaz de decir que Junior es una víctima y sostendría el mismo criterio que sostiene ahora?
–No lo sé. Cuando no sabíamos si Pablo iba a sobrevivir, y apenas teníamos una mínima esperanza, lo que nosotros pensábamos era lo mismo que ahora. Los interrogantes van a estar durante mucho tiempo, si es que no van a estar para siempre. Es una situación límite. Supongo que sí.

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Saldías no quiere ni oír hablar de leyes contra menores: “Eso no es resolver, es castigar y sancionar”.
 
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