Domingo, 23 de abril de 2006 | Hoy
SOCIEDAD › LA HISTORIA DEL GUERRILLERO PERUANO QUE TERMINO COMO JEFE NARCO EN UNA VILLA PORTEÑA
Su nombre es Esidio Ramos Mariño. Era: el 6 de abril lo acribillaron en la Villa 31 bis, de Retiro. Había llegado al país escapando de la Justicia peruana, que lo buscaba por “terrorista”. Aquí se reconvirtió en narco y formó parte de la sorda guerra por la territorialidad paralegal en la ciudad. Con toda la experiencia de Sendero Luminoso.
Por Cristian Alarcón
Meteoro hizo un mal cálculo de última hora. Se sintió seguro en su nuevo territorio, la Villa 31 Bis, detrás de la Facultad de Derecho, como si fuera el mismo jefe de célula que supo ser cuando estaba en los veinte años, en su Lima natal. Creyó que había heredado el poder de su hermano, Ruti, el narco peruano preso por la masacre del Bajo Flores. Supuso que controlaría militar y comercialmente las manzanas 7, 8 y 9 del barrio, donde funcionan los más rentables kioscos de cocaína, marihuana y pasta base. Pero no. Ni su preparación como viejo cuadro de Sendero Luminoso en la década del ’80 le alcanzó para salvarse del escarmiento de los traidores de su propio bando. Fue el 6 de abril pasado, aunque los combates por el poder duraron dos noches. Al cabo de la segunda, su cuerpo, de un metro 52 de altura, cayó bajo el fuego cerrado de tres calibres. Su homicidio es un capítulo más de la sorda guerra urbana por los tráficos ilegales que se vive en algunos territorios de la ciudad de Buenos Aires.
Hace dos semanas, en los pasillos de la villa 1.11.14, en el otro extremo de la ciudad, el rumor llegó a este cronista, sin certezas, apenas como un dato lábil en boca de un pibe allegado a los poderosos del lugar. “Parece que mataron a Meteoro”, dijo. La frase no era una noticia de ficción sobre uno de los abuelos del animé, el famoso dibujo animado de los que andan en los treinta y tantos. Meteoro, el narco, había logrado cierta fama durante los ’90 como mano derecha de su hermano menor, Alionso Rutillo Ramos Mariño, alias Ruti, en el Bajo Flores. Su nombre real era Esidio Teobaldo Ramos Mariño. Había nacido en 1959 en Lima, con lo cual tenía ya unos 46, cuatro más que Ruti. Parecidos –los dos petisos, morochos y delgados– solían usar los mismos lentecitos de carey, pequeños, sobre los ojos achinados. Fieles el uno al otro, habían pasado juntos los tres años de cárcel que les tocó pagar después de una investigación federal por tráfico de drogas. Y de regreso a la calle, juntos habían entrado para mandar en la 31, donde esperaban hacerse lo suficientemente fuertes como para volver a competir por el territorio perdido.
Los senderos narcos
La gran escena que eligieron para quebrar al enemigo fue el 29 de octubre. Así lo dice el procesamiento de Ruti, dictado el 9 de marzo por el juez en lo criminal Domingo Altieri. El magistrado, que conoce no sólo el nombre de Meteoro, sino el de otros sospechosos de haber colaborado en el ataque, limitó sus dardos a Ruti, señalado en algunas escuchas telefónicas y por dos testigos de identidad reservada como el autor ideológico y material del operativo. Cuando un millar de creyentes y devotos del Señor de los Milagros, el cristo moreno de los peruanos, caminaban en procesión por la avenida Bonorino, un grupo de por lo menos cinco sicarios atacó con armas automáticas, cortas y ametralladoras, dejando un tendal de muertos. Fueron cinco los fallecidos, entre niños, mujeres y hombres. Y más de ocho los heridos. Esa tarde, entre los presentes no estaba el hombre al que se supone que los matadores querían bajar: Salvador, como se lo ha nombrado en estas crónicas del narco.
Lo más sorprendente de las estructuras que hay detrás de esta guerra urbana es el nivel de organización y control militar de sus zonas que logran. En el caso de Bajo Flores ya se ha contado cómo Salvador maneja el barrio en el que viven ochenta mil habitantes gracias a un pequeño ejército de 60 soldados, jóvenes desocupados y pobres, que prestan servicios diarios a 30 pesos la jornada como campanas, vigilantes y vendedores de la que dicen, es la mejor cocaína de la ciudad.
La muerte de Meteoro permite comprender otros pliegues de esa misma historia. Desde los comienzos de esta investigación, diversas fuentes, testigos directos de personas vinculadas a los negocios ilegales y relatos judiciales, aseguran que los capos del narcotráfico peruano en Buenos Aires tuvieron relación con la organización guerrillera Sendero Luminoso durante la guerra que vivió Perú a lo largo de toda la década del ’80 y comienzos de los ’90. El propio juez Altieri envió pedidos de informes a Interpol y a la policía de Perú para saber si los hombres a los que investiga fueron preparados militar y políticamente por el brazo armado del Partido Comunista peruano, acorralado por la represión ilegal tras la caída en 1992 de su líder, Abimael Guzmán. En la causa por la masacre de octubre no ingresaron pruebas al respecto.
Cicatrices
Donde sí quedaron documentos que confirman el pasado senderista, al menos de Meteoro, es en la vieja causa que investigó la propia Unidad Antiterrorista de la Policía Federal durante 2001. Allí se pueden encontrar dos faxes enviados por Interpol al juzgado federal que investigó a los capos en los que se comunica a las autoridades argentinas la orden de captura por el delito de terrorismo para Esidio Ramos Mariño. Es decir, Meteoro.
“Piel trigueña, ojos pardos, cabellos lacios negros, estatura 1,52 centímetros, nariz recta, frente amplia, labios medianos, cejas semipobladas”, lo describe el parte. Con el alias de Carlos, Meteoro era buscado bajo las siguientes “señas particulares”: “Cicatriz en el pómulo izquierdo (8 centímetros). En la ceja del ojo izquierdo (3 centímetros). Altura de axila izquierda (8 centímetros). Cadera lado izquierdo. Dos tatuajes en el pómulo derecho (lunares). Otro tatuaje con el rostro de una mujer con la inscripción ‘Dios y mi madre’ en el antebrazo derecho y otro en el dorso de la mano derecha con las letras E.T.”
Esidio Teobaldo había escrito sus iniciales sobre la piel. Y en su prontuario llevaba varios párrafos de acusaciones. En el resumen de los hechos, Interpol informaba que era buscado desde 1994 por un juzgado penal del Callao, Lima. “El día 07 mayo 86, miembros de la Policía Nacional contra el Terrorismo intervienen el inmueble ubicado en MZ. SI. LOTE 20. Urbanización Taboadita Callao, encontrándose en su interior abundante material bibliográfico (volantes, folletos, hojas mecanografiadas y manuscritos) perteneciente a la organización subversiva ‘Sendero Luminoso’ encontrándose, entre éstos, el informe de aniquilamiento de miembros de las fuerzas armadas y fuerzas policiales elaborado por el procesado Esidio Teobaldo Ramos Mariños (a) Carlos”. El documento lo marca como un “integrante de uno de los destacamentos del Comité Zonal Este de Lima Metropolitana del partido comunista peruano”.
El diario La Nación –particularmente interesado en divulgar en sus páginas internacionales presuntos resurgimientos guerrilleros en diversos puntos de Latinoamérica– fue el único medio argentino que se hizo eco, el 17 de agosto de 2001, de la caída de Meteoro y su hermano Ruti en Buenos Aires. “Detienen a un supuesto ex terrorista”, dice el título de la nota en la que se da cuenta de la investigación exitosa de la DUIA. Lo que había llevado a la Justicia a investigar a los hermanos y sus socios del momento –entre otros el propio Salvador, hoy capo absoluto de la 1.11.14– era en realidad un triple homicidio, el de Julio Chamorro, otrora jefe de la banda narco, y dos de sus guardaespaldas y parientes. Los Chamorro fueron encerrados en lo que se conoce como la canchita de los Peruanos, en el medio de la villa, cuando descansaban después de un partido de fútbol con las camisetas de San Lorenzo todavía puestas. A lo largo de la causa judicial en la que terminaron presos los Ramos Mariño, se puede leer el derrotero de otras víctimas, mucho de ellos paraguayos expulsados del barrio por “los muchachos”, como les dicen los vecinos aún hoy a los soldados narcos que controlan sus pasillos.
De todas formas, Meteoro estuvo preso por tres años. Cayó en la puerta del pool que administraba sobre la avenida Bonorino, a metros de donde cuatro años después sería la masacre del Señor de los Milagros. Entonces declaró ante el juez: “Vine a trabajar en 1997. Empecé cortando cueros para zapatos durante ocho meses y por no tener documentos tuve que trabajar después en un vivero como jardinero un año y medio, y con la plata que ahorré, compré un Ford Taunus, para trabajar de remisero. Así logramos poner un pool en la villa. Soy inocente, no sé ni manejar un arma. Ni siquiera fui al ejército por mi baja estatura”. Los informes de Interpol lo pintan, en cambio, como un cuadro: “Participó en reuniones de adoctrinamiento ideológico, incursiones, investigaciones de aniquilamiento de dos miembros de las fuerzas policiales, como del movimiento de un coronel del ejército peruano en Ayacucho. Participó en atentados terroristas a los locales del PAIT –un polémico programa de empleo temporal de la época– y del Coprode –Comité de Promoción del Desarrollo– del distrito de Canto Grande, Lima, utilizando para perpetración de estos actos sustancias inflamables”.
El bis de la 31
Hasta acá la historia, el pasado lejano de Meteoro Ramos. Tras aquel golpe frente al pool, en el que fue esposado y sacado en un coche policial de la villa, volvió a la calle el 6 de julio de 2004, antes que Ruti, quien tuvo que cumplir una condena más larga porque le encontraron encima documentos falsos. Desde entonces lo ven caminar, tranquilo y bien educado por los pasillos de la Villa 31 bis. “Cuando mataron a la gente en la procesión del año pasado en el Bajo Flores, acá escuchábamos que festejaban porque les había salido bien”, le cuenta desde el más secreto de los nombres una mujer a este cronista. La villa, en la que viven cinco mil familias, además de las diez mil que hay en la 31 propiamente dicha, se extiende entre la autopista y la avenida Libertador, justo detrás de la Facultad de Derecho. “Ese sábado a la noche ellos vinieron a festejar acá, como si lo que habían hecho hubiera sido ganar un partido de fútbol”, cuenta un pibe que los escuchaba cuando iban a cargarse de cerveza.
Puede resultar extraño, pero en los dos extremos de la ciudad, los porteños tienen noticias de sus vecinos remotos. Así como en la 1.11.14 se supo enseguida que los sicarios fueron sacados del Bajo en una combi blanca hacia Retiro, en Retiro supieron lo ocurrido en el Bajo. “Sabemos, pero no podemos hacer nada cuando nos enteramos de algo porque no tenemos manera de ir en contra de los transas. Una vecina se quejó ante el comisario de la 46ª porque está lleno de kioscos, y a los tres días los propios narcos la apretaron porque ya sabían quién había hablado”, se lamenta la mujer ante este cronista. Ella pudo escuchar los tiros que anunciaban, la madrugada del 5, el fin para Meteoro. Fueron ráfagas de ametralladora –como las que sonaron en la masacre– y de pistolas automáticas. En los ranchos y las casas de las manzanas 7 y 8 se ven hoy los agujeros que dejaron las balas. “Esa noche el rumor era que había muerto uno, pero lo sacaron del barrio envuelto en una sábana”, dice un testigo desde el anonimato.
La noche siguiente, el tiroteo fue más duro. Los peruanos, cuentan los vecinos, habían pasado el día entero reunidos en una esquina, esperando a alguien. Todo el barrio sabía que el combate continuaría a la noche. Por eso nadie se movió después de las doce. A las dos y media volvieron las balas. “Era sabido que perdía un peruano al que se le habían rebelado los de la banda. El intentó retener el poder, pero esa noche le dieron con todo. El cuerpo dicen que quedó destrozado”, cuenta la mujer en voz muy baja. Fuentes judiciales confirmaron a Página/12 que la policía tardó tres días en identificar el cuerpo de Meteoro, al que le habían sacado las armas y las identificaciones. La fiscalía en lo criminal 10 allanó varias casas. En una de ellas se encontró con 7 kilos de marihuana, lo que implicó la apertura de una investigación en el Juzgado Federal 2. “Cuando lo mataron vinieron y desaparecieron los kioscos de drogas por unos días, pero ya volvió todo a la normalidad. Ellos tienen mujeres solas con hijos que les trabajan de campana, sistemas de timbre para avisar quién entra, y sólo se cuidan cuando hay algunos cambios en la guardia de la policía. “Nosotros vimos morir muchos peruanos en los últimos años. Por eso pensamos que con la muerte de Meteoro, no va a cambiar nada”, se atreve a decir un hombre cuando anochecía el viernes sobre la villa. La luz del sendero de Meteoro apenas si alcanza a iluminar las nuevas fuerzas en los territorios de la paralegalidad.
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