Domingo, 23 de abril de 2006 | Hoy
SOCIEDAD › RELATOS DEL TERRIBLE PASAJE DE AFRICA AL PAIS MAS CERCANO DE LA UNION EUROPEA
Nahir no quiere recordar lo que vivió para llegar al Mediterráneo: nueve años en los que pasó de la adolescencia a la juventud y de los que se rehúsa a hablar. El nigeriano Sunday Taiwo, en cambio, acepta contar lo que llama un milagro que duró dos años y terminó en un puerto español, con una pierna destrozada, pero con el final feliz de una visa y una vida.
“El color de nuestra piel nos delata”, dice Nahir. “No somos blancos los que llegamos de Africa. Yo llegué hace diez años, tengo papeles, trabajo, soy enfermera y todavía me piden documentos”, dice, y corre tras su hijo pequeño que camina rápido hacia los bordes de la plaza. Le pregunto si charlaría conmigo sobre su llegada y responde que no, que no le gusta recordar. Que cuando otros africanos empiezan con ese tema ella se va. “Sólo le digo una cosa, decidí venirme cuando tenía 17 años y cuando pisé suelo español tenía 26. Y no me pregunte qué pasó en el medio”.
En su acento extraño que no delata ningún idioma conocido hay de tanto en tanto algún giro que hace pensar en la lengua portuguesa. “Sí, soy de Guinea Bisau –dice, cuando se le mencionan sus giros en portugués–, pero antes de llegar acá di muchas vueltas. Siempre por lugares que prefiero olvidar. Le deseo que encuentre a alguien que quiera hablar con usted.”
Varios días demoré en encontrar ese alguien dispuesto. Se llamaba Sunday Taiwo, tenía 30 años y en su momento había contado con la ayuda de una organización cristiana que fue la que me puso en contacto con él.
“Carlos, a quien usted conoció en el Centro de Acogida, me dijo que era una amiga, que hablara tranquilo” comienza Sunday Taiwo. “A mí no me gusta hablar de mi vida con gente que no conozco. No sé por qué, pero uno queda con miedo. Aunque hoy ya nadie se empeñe en devolverme. Esa historia vieja no termina de borrarse.”
–Ahora tiene documentos, trabajo.
–Sí, todo. Tengo todo. Esposa y un buen trabajo.
–Es importante un buen trabajo.
–Sí, hace unos años yo estaba afuera, lejos de Cádiz. Caminaba media hora hasta encontrar un ómnibus que me traía a la ciudad a trabajar. Pero un día me prendieron y me dijeron que ya basta, que tenían que devolverme. Me llevaron a un Centro de Internamiento para extranjeros en Málaga y luego a Madrid donde me tuvieron un tiempo hasta que me soltaron.
–¿Qué pasó que lo soltaron?
–Me soltaron porque no tenía ningún documento.
–¿Y eso lo beneficia?
–Si tú no tienes ningún documento, ellos no saben, de dónde eres. Y si no saben ¿a dónde te mandan? Hasta hace seis meses era así. Si no se conoce el país de origen, ¿quién te acepta?
–Es fácil quedarse, entonces. Alcanza con perder los documentos.
–No hay que perderlos, hay que viajar sin nada. Ellos así, no tienen a dónde devolverte. No tenían, porque ahora ya resolvieron el problema. Hicieron un acuerdo con el gobierno de Nigeria de manera que a cualquier subsahariano que llega a España sin documentos lo mandan a Nigeria. Nigeria se ocupa de hacer los trámites para que lo reciban en su país. Tienen en cuenta tales o cuales cosas que permiten ubicarlos.
–Me dijo que era de Nigeria.
–Sí, soy del país con quien se realizó el acuerdo: Nigeria.
–¿Qué país colonizó a Nigeria?
–Inglaterra. Hasta 1960 estuvieron ahí los ingleses.
–¿Qué produce Nigeria?
–Nosotros éramos un país agrícola hasta 1970 en que apareció petróleo. Y ahí...
–¿Y ahí qué pasó?
–Ahí lo cagamos. A ese país lindo lo cagamos. ¿De qué te ríes?
–De la palabra que usa.
–¿Está mal?
–No. Está muy bien, muy española. Nigeria está al oeste, sobre el Atlántico.
–Sí, encima de la línea del Ecuador, cerca de Camerún y Togo.
–¿Y por qué piensa que todo se arruinó cuando descubrieron el petróleo?
–Porque todos quieren estar en el negocio del petróleo. Nadie planta más, sólo se habla de petróleo. Hay mucho, pero el petróleo mató todo. Nosotros somos siete hermanos. Siempre mis padres dijeron que había que estudiar para tener luego un buen trabajo. Varios de mis hermanos y yo estudiamos, tuvimos diploma, pero no tuvimos trabajo. Llegó un momento en que todos pensamos –hijos y padres– que si queríamos progresar teníamos que irnos.
–Los ingleses se fueron en 1960. ¿Qué pasó después?
–Cuando ellos se fueron dejaron instalado un gobierno democrático, pero al poco tiempo nos cayó encima un golpe de Estado.
–Militar.
–Los golpes de Estado son siempre militares. ¿Qué otros pueden ser? Ellos tienen las armas. El país se transformó en un caos, subían éstos y fusilaban a los contrarios hasta que subían los contrarios y fusilaban a los otros. Sin juicio. En la calle, siempre en la calle. Dos bandos rivales que se disputan el poder. Ninguno mejor. Todos iguales. Muy corruptos. Y los diarios también, muy corruptos. Cuando yo terminé mis cursos de economía quise irme a Alemania, donde estaba mi hermano mayor. Lo intenté tres veces y nunca conseguí visa. Tuve que renunciar. Decidí venirme a España.
–Eso tiene que contarnos. Sabemos del final feliz. Tiene papeles. Tiene trabajo.
–Sí, dos trabajos, una esposa y auto.
–¿Sí? ¿Auto?
–Sí, aquel azul que está parado junto al farol. No, ese grande no, el otro, más atrás, un poco más chico, de dos puertas. Entonces le cuento. Me decidí por España aunque aquí no tenía ningún hermano.
–¿Cómo pensaba llegar?
–Como cualquier africano pobre, en patera.
–Para eso primero debía llegar al Mediterráneo. ¿Cuántos kilómetros son desde su patria?
–En línea recta 4500 kilómetros. Pero es difícil ir en línea recta, porque muchos países no podía atravesarlos sin visa. Entonces das muchas vueltas. Para llegar a Marruecos tenés más de cinco mil kilómetros que los hacés en autobuses, camiones y todoterreno. El Sahara no podés atravesarlo si no es en todo terreno.
–¿Cuánto demoró?
–Yo me fui de Nigeria el día 21 de marzo de 1999 y llegué a España en marzo de 2001. Alguna gente llega en un mes, pero ésa es gente que tiene dinero. Si el dinero es mucho, mucho pueden ser 6 horas. Yo cuando llegué a Níger no tenía más dinero. Tuve que ponerme a trabajar en cualquier cosa, en la construcción, en los hoteles. Estuve dos o tres meses, junté un poco y seguí. Cuando llegué a Argelia ya otra vez estaba sin dinero. Tuve que volver a detenerme para ganarlo. En Argelia estuve unos cuatro meses y me fui a Marruecos. Hasta ese momento había ganado dinero para sobrevivir y para coger un autobús o un todo terreno, pero ahora debía ganar para cruzar el estrecho.
–¿De dónde a dónde?
–De la punta de Tánger a las costas de Algeciras.
–¿Cuánto se demora?
–En ferry de una hora a dos. En patera cinco o seis. Si partes de Ceuta el viaje es más corto, pero ahí hay mucho que esquivar.
–¿Cómo se conecta con la gente que se ocupa de esos viajes?
–Eso es fácil, es lo más fácil del mundo. Tienes que llegar a la playa y ahí encuentras todo. Los que como tú quieren pasar a España y los que buscan a quién llevar. Hay mucha libertad. Si tienes el dinero es fácil. Son mil euros para embarcarse sin papeles en patera. Es un barco común, es otra historia. Eres legal, pagas menos de 50 euros.
–¿Juntó los mil en cuánto tiempo?
–Más de un año.
–¿Y para vivir, al llegar? También precisaba algo.
–Nada, nada, nada, un día y luego como los vagabundos.
–¿Cómo es la gente que los lleva?
–En general son pescadores. Uno se acerca y dice: “Somos cuarenta o cincuenta que queremos llegar a España”. Si el hombre dice “sí” tiene que comprar todos los materiales. Motor, la balsa, o la barca, cuerdas, muchas cosas. Todo nuevo.
–Se trata de gente de la mafia.
–No, son pescadores, no son mafia. Son mafia los que pasan droga. Esos sí, pero éstos son pescadores. A veces los que pasan droga también llevan emigrantes, eso ocurre. Abajo ponen la droga y encima a la gente.
–Mujeres que corran esa aventura no hay muchas.
–Hay menos. Para las mujeres todo es muy duro, entonces, a menudo se arriman a algún tío que les ofrece ayuda. Después viene el problema, quedan embarazadas. Entonces tienen que cargar con el niño, ya sea en la barriga o en los brazos. No sé qué es mejor.
–Usted no corre ese peligro que corren las mujeres, pero alguna tía habrá encontrado que tal vez ayudó en ese largo camino.
(Sunday me mira con una expresión tan seria que me pregunto si se habrá sentido ofendido.)
–Perdón, no le gusta lo que digo.
–No, no es eso, no. Nunca pensé en mujer ni en nada que no fuera llegar. Durante todo el viaje sólo en llegar. Nada más que llegar y en Dios, que me ayudara a avanzar. No había lugar para otra cosa en mi corazón. Sólo Dios estaba a mi lado para ayudarme. Todos mis pensamientos y mis fuerzas estaban dedicados a lo que me había propuesto: escapar de aquella maldita tierra. Cuando yo empiezo algo sé que voy a lograrlo. Soy optimista cien por cien, pero no hago nada que me desvíe de lo que quiero.
–Y lo que quería...
–Era escapar de la maldita tierra.
–¿Tan enojado estaba con Africa? Tal vez todavía lo está. ¿Tan poco quiere a su tierra?
–Uno no debe querer a quien no lo quiere a uno.
–Tiene razón. Para salir, entonces se precisa una cantidad que no es fácil de ganar en Africa.
–Uno para salir precisa dinero y suerte. Una cosa es el dinero y otra la suerte. Hay gente que ha juntado y cruzado tres y cuatro veces el Mediterráneo y sigue mirando a Europa desde lejos.
–Tres y cuatro veces. Son años.
–Sí, así es. Los cogen al llegar y días después otra vez Africa.
–Usted pagó y embarcó. De noche tarde, por supuesto.
–Sí, cuando está bien oscuro. Con luna llena no se viaja. Eramos 60 en una balsa de 15 metros que abajo tenía flotadores.
–Quince metros es muy larga. ¿Y de ancho?
–Puede tener cinco, seis. Eso no sé. Tendría cinco. Ahí nos sentamos todos uno pegado al otro, rezando.
–¿Todos?
–No lo sé, yo, la mayoría.
–¿No se caen de la balsa?
–Sí, sí, se caen. Si hay marea, si el mar se pone picado se caen. Yo me caí.
–¿Cómo que se cayó?
–Nos caímos siete, cuatro se ahogaron.
–Mi Dios, ¿qué dice?
–Cuatro se ahogaron.
–Nada bien.
–No, yo no sé nadar. Fue un milagro. Caí, la balsa siguió pasando y yo me agarré al final.
–Tuvo mucha suerte.
–Dios me ayudó. Dios me ayudó. Cuando caí únicamente pensé en Dios. Lo llamé en mi ayuda y él acudió. Me salvó la vida. La vida, sí. No la pierna que me deshizo la hélice.
–¿Tanto?
–Sí, tenía la tibia completamente rota. Estuve seis meses en el hospital para recuperarme.
–Quiere decir que llegó herido a la costa y no lo devolvieron.
–No, me curaron. La ley dice que si el emigrante llega enfermo o herido hay que darle médico.
–Pero una vez curado lo mandan de vuelta. Tuvo suerte.
–Sí, mucha suerte. Mi enfermedad se complicó mucho y me fui quedando. De Algeciras me mandaron acá, a Cádiz, para hacerme entre otras cosas cirugía plástica. La pierna había quedado sana, pero muy fea. Aquí arreglaron todo.
–¿Y mientras tanto qué se decía sobre su situación? ¿Hablaban de devolverlo?
–Mucho hablaban. Unos querían y otros me defendían. Acá estaba en un centro de acogida e iba al hospital a curarme. Me decían: “Te van a devolver”, no quiero ni acordarme, era muy triste. Me mandaron a un centro de internamiento primero en Málaga y después en Madrid mientras decidían a dónde me devolvían. De verdad que no quiero acordarme. Todo era demasiado triste. Un día me decían “están buscando cómo devolverte” o “en unos días ya te mandan”. Así cerca de dos meses.
–¿Qué hacen esas organizaciones no gubernamentales, algunas religiosas, cuyo fin es protegerlos, intentar que les permitan quedarse?
–Esas organizaciones nos ayudan mucho, pero sólo pueden un poco.
–Finalmente le permitieron quedarse.
–Sí, yo no tenía documentos, no había a dónde mandarme. En ese momento era así, pero eso ya te lo conté.
–Se quedó, consiguió trabajo y se casó. ¿Con mujer africana?
–No, blanca, española de Cádiz.
–¿Le gustan las blancas?
–Yo nunca había pensado si me gustaban. Eran personas que estaban en otros mundos. Nunca había pensado en eso. Pero llegué aquí y es lo que había.
(Y se quedó mirándome, muy serio, por varios segundos, Hasta que metió la cara entre las manos y rió largamente.)
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