SOCIEDAD › LA HISTORIA DE LA FAMILIA GIACCAGLIA

Un siglo frente al mar

En 1898, un inmigrante italiano llegó a Mar del Plata y comenzó a trabajar en la playa, como “capero” y guardián del pudor de las damas. La familia sigue ahí, con una historia de piletas, carpas y balnearios propios.

 Por Carlos Rodríguez

Desde Mar del Plata

Luis Giaccaglia nació en la comuna de Numana, en la provincia italiana de Ancona, cuyo territorio se extiende desde Los Apeninos hasta la costa del Adriático. En 1898, con la frescura de los 20 años, llegó a Mar del Plata como avanzada de una familia numerosa que venía a la conquista pacífica de una América salvaje, pero prometedora. En los primeros años su trabajo en la primitiva playa Bristol fue el de “capero”. Su función era la de un biombo, de carne y hueso. “Las damas de la sociedad de entonces, que se metían al mar casi vestidas, llevaban sobre el traje de baño una capa que las recubría desde el cuello a los pies”, recuerda hoy su nieto, Mariano Giaccaglia (58 años). El capero acompañaba a las señoras y señoritas hasta la orilla del mar, donde recibía el atuendo, sin siquiera mirar a su patrona, para no romper las rígidas normas de urbanidad (ver nota aparte). Luego del chapuzón, tan ciego como durante el camino de ida, el capero volvía a emponchar a la dama, como reaseguro de lo que ya tapaba el traje de baño blindado. Con el tiempo, los Giaccaglia, a través de tres generaciones, supieron ser dueños de las primeras piletas públicas, de los incipientes balnearios. Ya son leyenda, pero su apellido aparece muy de vez en cuando en las historias oficiales.

Mariano Giaccaglia es hoy dueño del balneario Cruz del Sur, una especie de último rincón playero marplatense, al lado del Complejo Turístico de Chapadmalal, a 12 kilómetros de Miramar. Es uno de los tres hijos que tuvo Mariano Ricardo Giaccaglia, ya fallecido. Su padre fue el heredero principal de la vocación marina del nono Luis, el capero. “Nuestra familia es una mezcla de arena, sal y pejerrey. Lo heredamos del abuelo Luiggi”, dice Mariano, que vive tostado todo el año. La mitad del sol lo toma en Mar del Plata, de noviembre a marzo, y el resto bajo el verano europeo, en Ibiza, donde es patrón (conductor) de un crucero turístico propiedad de una dama adinerada cuyo nombre se reserva.

De los mil oficios que ha tenido, Mariano prioriza el de “bañero, que no es lo mismo que guardavidas”. Cuando recuerda a su padre, dice que hablaba muy poco. A razón de “tres palabras por mes”, exagera. El salió a su madre, de ascendencia española, “que hablando era una ametralladora”. Ella se llamaba Azucena y tenía cinco hermanas, todas con nombre de flor. Su vocación por el diálogo lo lleva a aclarar por qué “no es lo mismo ‘bañero’ que ‘guardavidas’”. Hizo un curso en la Cruz Roja donde sus instructores le inculcaron que “es un error decir bañero”, porque eso señala al que limpia los baños. “Tú eres guardavidas, me decían.” El tiene otra versión, como para casi todo. “A mí me gusta bañero, porque es más humano”. Y sigue: “Cuando mi abuelo era capero, los turistas tenían servidumbre y uno de ellos era el ‘bañero’. Eran hombres de buen físico que acompañaban a sus patrones cuando iban al mar, de a tres o cuatro, tomados de la mano, formando un círculo. El bañero se ponía de espaldas al mar, para aguantar las olas y proteger a los otros. Yo soy bañero”.

El nono Luis fue uno de los primeros pescadores de Mar del Plata. Se internaba en el mar en su lanchita amarilla, que luego se volvió naranja, como las que se ven hoy, a centenares, en el puerto. Mariano sigue la tradición. Detrás del mostrador del restaurante de su balneario, que se llama Cruz del Sur, se observa una docena de fotos en las que aparece exhibiendo ejemplares de los frutos arrancados al mar. Enormes los peces, bien al estilo de Mariano. Muestras fotos viejas en las que aparecen su nono y sus tíos abuelos. Los Giaccaglia tuvieron balnearios en la zona del Alfar, en las Playas del Sur, como se las llama hoy. Eso fue en 1948. Antes habían sido propietarios de la primera pileta pública, en la Bristol, allá por 1930. Se llamaba Plus Ultra “de Giaccaglia y Zárate”, un socio de esos años. Las imágenes son de museo.

En 1970 inauguraron el balneario Mariano, llamado así en homenaje a su padre. Fue un emprendimiento familiar, con su hermano Guillermo, del que hoy está “algo distanciado”. La sociedad familiar duró diez años, hasta 1980. Hace silencio, por primera vez, sobre las razones de la disolución. Se sabe que tuvieron una disputa legal con la familia más poderosa de la ciudad, los Peralta Ramos. Y perdieron. Entonces, él se vino solo a Chapadmalal, hace ya 27 años. Con la tozudez que lo caracteriza –y que todos le reconocen– armó un negocio productivo en un lugar donde no había ni luz ni gas, ni teléfonos ni agua potable.

Sus clientes, casi eternos por lo fieles, viven por lo general en Belgrano, Martínez y otros lugares de la zona norte del Gran Buenos Aires. Con una Traxcavator, una enorme máquina que guarda en un galpón, levantó una escollera al norte y un rompeolas al sur, para tratar de preservar la arena de su playa. Fue un trabajo de hormiga apilar nueve mil toneladas de piedra sobre piedra. Eso, dice, le costó su divorcio con la madre de sus cuatro hijos. “No pudo soportar que estuviera tan cerrado en mis problemas.” El Giaccaglia “más exitoso”, como se define sin empacho, sigue trabajando de “bañero”, en su propio balneario, aunque promete jubilarse este año. Su lema eterno es de origen africano y dice: “Siempre alguien muere cuando comen los leones, pero hay alimento para quienes lo siguen”. El todavía sigue a una leona que vive en Ibiza y a la que le maneja el barco, pero algunos ejemplares más pequeños de la fauna marplatense lo siguen a él.

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Mariano Giaccaglia, continuador de la saga familiar en Chapadmalal.
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