Jueves, 29 de junio de 2006 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
PRIMER TIEMPO Lo bueno de que el fútbol no te interese en absoluto y que una vez cada 4 años –por histeria colectiva, contaminación ambiental y prepotencia de trabajo– te interese un poquito, es que te permite ver cosas que no ven los fanáticos. Por ejemplo: ya es obvio y claro que los partidos son mucho más divertidos y veloces (y menos especulativos y canallitas) cuando se produce la expulsión de un jugador por equipo. El campo se abre, la acción se acelera y todos transpiran como les corresponde transpirar teniendo en cuenta lo que cobran por andar pateando una pelota o pateándose entre ellos a lo largo de una hora y media cada tres o cuatro días. Otra opción interesante sería la de –a lo largo del torneo– sortear en secreto unos diez goles en contra: la adjudicación y el partido se le comunicaría bajo juramento de muerte al pobre jugador elegido a quien no le quedaría otra que marcarlo y marcarse para la historia. Mucho más interesante adoptar medidas por el estilo que seguir perdiendo el tiempo filosofando vulgarmente en plan “el fútbol como metáfora de la condición humana y todo eso”. El otro día volví a tropezarme con el cliché en un artículo de Pascal Boniface –autor de Football et Mondialisation– titulado “La geopolítica del fútbol” donde se insiste con un “Lo que verdaderamente ofrece el fútbol es una zona residual del enfrentamiento que permite una expresión controlada de animosidad y no afecta a los ámbitos más importantes de interacción entre los países”. Está claro que Boniface no vio el Portugal-Holanda, y así, otra vez, el fútbol como secreta guerra apolínea o como epifánica tregua utópica donde son posibles venganzas épicas o protocolos caballerosos. Y de ahí saltar a la cancha de leyendas verdaderas como aquel combinado de prisioneros de campo de concentración que arrasó al Deportivo Valhalla (o como se llamara aquel equipo de Hitler, quien enseguida demostró ser MUY mal perdedor) o ese breve alto el fuego navideño en las trincheras de la Primera Guerra Mundial donde la pelota fue la única forma de comunicación por un ratito, antes de volver a hacerse pelota y sacarse mutuamente una y dos y tres y tantas tarjetas rojo sangre.
ENTRETIEMPO El entretiempo es una de los momentos más desaprovechados de los partidos. El entretiempo es la zona muerta de los vivos publicitarios y los quince minutos en que –como lo han probado las mediciones que hizo por aquí el ente responsable– el consumo de agua se dispara a niveles record luego de haber descendido a niveles record. Porque es entonces cuando todos salen corriendo a vaciar vejigas y tirar cadenas. En el Mundial hay otro entretiempo –mucho más largo– que es el que se extiende entre uno y otro partido del equipo a seguir. Días enteros de teorías, elucubraciones, curiosas compaginaciones sociopolíticas (en España, por ejemplo, primeras planas con la foto de Fernando “El Niño” Torres festejando un gol adoptando posición de héroe místico de la Marvel Comics junto a la desafiante foto del súper-villano Javier “Txapote” García Gztelu en las vistas del juicio por el asesinato del concejal del PP Miguel Angel Blanco), festejos anticipados o melancolías temidas. Mi humilde idea es, en los entretiempos, no perder el tiempo revisitando jugadas acontecidas como mucho 45 minutos antes y que se intente una mucho más totalizante memoria del pasado lejano. Que se retroceda incluso hasta la prehistoria y más allá. Y que, así, se acceda al segundo tiempo con la mirada casi divina de quien ha llegado hasta los confines del universo. Un poco como el astronauta de 2001: Odisea del Espacio pero con pantalones cortos. Y jugando todos con las posiciones cambiadas. Nota: Los árbitros deberían ser reemplazados por implacables computadoras HAL 9000 que, de tanto en tanto, como corresponde, cometan un error fatal.
SEGUNDO TIEMPO Y empiezo a escribir todo esto antes de que empiece el España-Francia y lo voy a terminar luego de que haya terminado. Uno y otro equipo dice estar seguro de ganar y a ambos les va el honor en ello. La de Francia es una selección tocada y la de España es una que jamás voló tan alto y festeja cada victoria –por las dudas– como si se tratara de una final. Hay, a dirimir, cuestiones históricas tanto inmemoriales como recientes. Antiguas batallas como aquella final de hace justo hoy 22 años de la Eurocopa en la que España perdió por un error/horror. Y meses atrás, el DT español se refirió a Henry, durante un entrenamiento de sus muchachos, con un “ese negro”. El DT galo alinea a los suyos, dicen, guiándose por cartas zodiacales y aduce “cuestiones personales”. El duelo está servido y, en principio, cabe esperar uno de esos agónicos segundos tiempos a los que –salvo excepciones– nos hemos venido acostumbrado y a los que de golpe sacude un detalle de genio o de suerte o de mala leche que no siempre inclina la balanza para el lado del que se lo merece. Nota: El segundo tiempo debería durar 30 minutos (después de todo, los segundos actos de Lawrence de Arabia o Doctor Zhivago eran más cortos) y antes se debería firmar contrato donde ambos equipos se comprometieran a ofrecer un final épico. De no ser así, se lo vuelve a jugar una y otra vez hasta que lo consigan o se desmayen, lo que suceda primero.
PENALES La definición por penales es una forma injusta de hacer justicia o una forma justa de hacer injusticia. Da igual. Los penales son el equivalente a Bruce Willis optando por cable azul o cable rojo. Nota: la posibilidad de que los 90 minutos se dedicaran en exclusiva a penales y así conseguir marcadores estratosféricos como 120 a 94 o tal vez –en una jornada inolvidable– subterráneos como un 0 a 0. Y todo hacía pensar que España-Francia se prolongaría hasta los penales. Pero no. Y es que el fútbol no se parece a la vida. Tampoco a la literatura. No: si a algo se parece el fútbol es al cine. O a las historietas. Y bastó con ver ese primer plano de Zidane –tan Eastwood, tan Pratt– antes de patear esa falta para ver lo que se venía y, enseguida, se vino y se volvió a venir.
Antes de viajar hacia Alemania, la selección española grabó una cancioncita alegórica donde se oía un demasiado canchero “¡A por ellos, oé!” Pero, claro, los franceses juegan con ventaja. Los franceses son campeones en el Mundial de Himnos desde hace mucho. Los franceses tienen “La Marsellesa”. Y, mientras ellos la cantan, aquí y ahora, a los españoles sólo les queda soñar con Nadal en Wimbledon y Alonso en Indianápolis. Otras voces, otros ámbitos, otros deportes que vaya a saber uno a qué se parecen.
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