Viernes, 9 de julio de 2010 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Diego Bonadeo
Pocas veces, casi nunca, en un partido oficial, la primera infracción es cobrada por el árbitro alrededor de los veinticinco minutos.
Pocas veces, casi nunca, en un partido oficial, un referí pudo haber pasado más inadvertido.
Pocas veces, casi nunca, en un partido oficial, se le ha tenido tanto amor al juego y por consiguiente a la pelota.
Pocas veces, casi nunca, en un partido oficial, se le ha tenido tanto respeto al adversario.
Pocas veces, casi nunca, en un partido oficial, el pase largo al compañero reemplazó al pelotazo a dividir.
Pocas veces, casi nunca, en un partido oficial, todos los participantes salieron jugando y tocando desde cualquier lugar de la cancha, despreciando la menesterosa “toma de precauciones”.
Pocas veces, casi nunca, en un partido oficial, no hubo revolcones ni teatralizaciones para simular o no faltas existentes o inexistentes.
Pocas veces, casi nunca, en un partido oficial, la consigna excluyente fue jugar a un toque.
Pocas veces, casi nunca, en un partido oficial, los apóstoles del “así no se puede jugar una Copa del Mundo” y los pícaros de café deberán meterse la lengua en el bolsillo.
Todo esto, y más, le entregaron al mundo los seleccionados español y alemán en la semifinal del miércoles. Porque también pocas veces, casi nunca, en un partido oficial, todos los intérpretes merecen el reconocimiento y el agradecimiento de quienes adscribimos al fútbol que le gusta a la gente. La conjura de los necios perdió una batalla importante.
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