DEPORTES › OPINION

Doctrina Monroe futbolera

Por Gustavo Veiga

América para los americanos, nos enseñaron desde chiquitos en las escuelas y ya sabemos cómo nos fue. A la doctrina Monroe la podemos reelaborar en el fútbol con un significado distinto del que le dieron los Estados Unidos para la política: Latinoamérica para los latinoamericanos en plural y no a favor de los intereses de un solo país. Hacerlo es saludable en dos sentidos. Porque mientras se despeja el camino hacia las instancias finales del Mundial, es bueno que ganen Brasil, Chile y Colombia, como lo hicieron hasta ahora, en ese orden. Y no debería excluirse a México y Costa Rica, que entregó la primera sorpresa y derrotó a Uruguay.

¿O acaso el moreno Campbell que enloqueció a Lugano y Godín no tiene la genética futbolera de los sudamericanos? El mismo que en abril compró cien sobres de figuritas coleccionables del torneo y no se encontró en ninguna de las quinientas que traían. Los fabricantes ni lo tenían en cuenta.

Decíamos, es bueno este arranque del Mundial para el juego de nuestro subcontinente, porque llevamos una marca en el orillo. La que fabrica habilidad y destreza de un modo inagotable, como nuestras riquezas. Es una línea de producción que no cierra, con una matriz identificable en un quiebre de cintura o gambeta. Ahora se verá durante un mes, toda junta. Con cazadores de talentos al pie de la pasarela, como en un desfile, esperando por el modelo más redituable. Al fin, una verdad de Perogrullo todavía no descifrada. ¿El fútbol es un gran deporte para ser un negocio o un gran negocio para ser un deporte? ¿O las dos cosas al mismo tiempo? Depende de quién y cómo lo mire.

Falta ahora que Argentina complete la primera fecha con otra victoria. Aunque no estamos para pronósticos. Ya hubo un par de resultados inesperados, que incluyen la goleada de Holanda contra España. Falta también que la Selección confirme todo lo bueno que se espera de ella en el juego. Los triunfos llegarán por añadidura. Se sabe: aun con las excepciones del caso, la historia nos demuestra que gobierna una lógica darwinista. Tan darwinista como resultadista.

Aquella Holanda del ’74, de Cruyff y Krol, es un ejemplo de juego reivindicable, que hizo escuela. Fue el mejor equipo de todos, pero Alemania salió campeón mundial. De ese Mundial, del que se están cumpliendo cuarenta años, deberíamos sacar una enseñanza. Jugar bien no invalida hacer un gol de puntín sin ruborizarse. Como los que hacía Romario o el que marcó Oscar en el debut contra Croacia, uno de los más destacados jugadores de Brasil. No siempre hay que pensar que por eso se arrojan los principios al tacho de basura ni creer que se puede tirar un caño en el área propia. Un poco de pragmatismo futbolero sin perder la esencia no vendría mal.

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