Domingo, 3 de septiembre de 2006 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Adrián Paenza
Desde Japón
Argentina perdió con España no sólo la chance de pelear por el título, sino que además se quedó sin resto mental para jugarle a Estados Unidos. El propio Ginóbili comentó después del partido: “Me da un poco de pudor reconocerlo, pero no estaba preparado ni mental ni físicamente para jugar hoy”. Y ése fue un poco el resumen de lo que sucedió. Manu se cargó pronto de faltas personales, típicas de aquellos que llegan a marcar un instante más tarde de lo que deben y, por lo tanto, terminó jugando menos de la mitad del partido. Oberto jugó con una rodilla “emparchada” y Pepe Sánchez con una contractura que ya lo había quitado en varios pasajes del partido con los españoles. Encima, con el alma herida, con el corazón solo no les alcanzó para subirse al podio y quedarse con el bronce.
Pero igual está bien. En realidad, está muy bien. Argentina se metió en la elite del básquet mundial. Ya no está para ganar y perder con cualquiera. Sólo puede perder, en un deporte donde priva como en casi ninguno la lógica, con tres o cuatro equipos: Estados Unidos, Grecia y España... y circunstancialmente con Serbia o Lituania. Pero nada más. Al resto, debería ganarles si se jugara al mejor de cinco o de siete, como en los playoffs. Los rivales lo respetan, lo estudian y saben que tienen que jugar al límite para poder superarlos.
De cara al futuro (Juegos Olímpicos de China dentro de dos años), la Argentina tiene la garantía de que la mayoría de sus jugadores es todavía joven y llega sin problemas. Pero necesita pensar en resolver el problema de los “internos” o “grandotes”. Se buscan reemplazos para el chaqueño Wolkowyski y para Fabricio Oberto. Y además hace falta que o bien Pablo Prigioni juegue como lo hace en Europa, pero con la camiseta de la Selección, o un base que maneje el equipo sin tanta diferencia con Sánchez cuando Pepe descansa en el banco.
Pero además, el equipo extraña al ex técnico Rubén Magnano. El respeto que tenía dentro del plantel no lo alcanzó todavía Sergio Hernández. El cordobés que ahora dirige en Italia imponía su autoridad por la prepotencia de sus conocimientos. Hernández es una excelente persona y los jugadores lo quieren, pero también quieren a alguien que les provea de más información y los guíe en los momentos críticos. Los detalles y sutilezas que aportaba Magnano le faltaron al equipo en la recta final. Acostumbrados a los datos que reciben en la NBA y/o en las ligas española e italiana, hubo algunos momentos de desconcierto. No graves, pero en la elite, se pagan. Varias veces, en especial contra los españoles, Argentina le dio la pelota a Manu y los jugadores se distribuyeron en el campo esperando alguna genialidad.
Igualmente el balance es altamente positivo. El equipo estuvo “a una pelota” de jugar la final. Ginóbili, el superhéroe que uno se acostumbró a ver por televisión, no siempre puede. A veces, los rivales distribuyen kriptonita que sus compañeros y el técnico no alcanzaron a sacar. Pero con él, Nocioni, Sánchez, Scola y Delfino, la Argentina tiene garantizada su vigencia por un par de años más. Más allá del cuarto puesto, el básquet argentino se instaló entre los grandes del momento, algo que hubiera sonado impensable hace menos de una década. Sólo lamento que no viva León (Najnudel), el verdadero “padre” de toda esta revolución.
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