Domingo, 8 de marzo de 2015 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Eric Nepomuceno
Desde la noche del viernes, Brasil vive una situación absolutamente insólita: el presidente de la Cámara de Diputados y el presidente del Senado, que al mismo tiempo preside el Congreso nacional, están bajo investigación del Superior Tribunal Federal, la instancia máxima de la Justicia en el país. La razón: hay fuertes indicios de que los dos están involucrados en actos de corrupción denunciados en Petrobras.
Tratándose del diputado Eduardo Cunha y del senador Renan Calheiros, ambos pertenecientes al PMDB, principal aliado del PT en el gobierno, vincular sus nombres a sospechas de maniobras irregulares, por decirlo de manera delicada, es algo que está lejos de ser sorprendente.
Pero esta vez se trata de una investigación mayor. Hay un pedido formal, de parte del Ministerio Público, para que sean investigados, y eso crea, concretamente, una situación hasta ahora inédita: las dos máximas autoridades del Congreso bajo sospecha.
Nunca antes hubo algo tan impactante –y a la vez simbólico– que tener a los presidentes de las dos Cámaras del Congreso en esa situación. Teniendo un mínimo de noción de ética y de la estatura de sus puestos, como mínimo pedirían licencia del ejercicio de sus cargos mientras dure la investigación. Pero tratándose de quienes se trata, será al revés: intentarán transformar sus puestos en trinchera para una batalla alucinada.
El primer blanco es el mismo Ministerio Público. Tanto Cunha como Calheiros ya acusan el procurador general de la República de ser una simple figura manipulada por el gobierno. Denunciarlos sería un burdo intento de someterlos a los designios del despacho presidencial. Y justamente el gobierno del cual su partido es el principal aliado, es el segundo blanco de ese odio desatado.
A partir de ahora lo que se verá es una batalla abierta cuyos rumbos y resultados son imprevisibles. El trámite de la investigación que la Corte Suprema aceptó instaurar es largo. Los mandatos de presidente de la Cámara y del Senado duran dos años, los trabajos de investigación seguramente se extenderán por más tiempo.
La imagen de los parlamentarios –de los políticos en general–, que ya está muy desgastada para la opinión pública, se derrumbará aún más. Uno de cada diez senadores estará bajo investigación. Mitad de la bancada del PP (Partido Progresista, también de la alianza de base del gobierno) estará en la misma situación.
La alianza PT-PMDB, que ya estaba tambaleando, sufrió un fuerte impacto. Si tanto Eduardo Cunha, maniobrando a su libre albedrío la Cámara de Diputados, como Renan Calheiros, haciendo lo mismo en el Senado, venían actuando como iracundos opositores, esa brecha podrá abrirse aún más. Hasta ahora, al promover acciones francamente contrarias a los intereses del gobierno, imponiendo seguidas y humillantes derrotas a Dilma, ambos trataban de dar muestra de fuerza para obtener más espacio y más poder en el reparto de cargos, puestos y presupuestos en todos los escalones del gobierno. En esa nueva situación, confrontarse a Dilma puede ser una muestra de fuerza resurgente, pero también un acto que termine por debilitarlos aún más.
No se puede olvidar, sin embargo, que tanto uno como otro son expertos en el juego sucio de la política y no se dejarán derrotar fácilmente.
En medio de todo ese confuso y grave escenario, Dilma sigue en el mismo lugar donde estaba: acosada, aislada y sin un esquema eficaz de articulación parlamentarista.
Si se acaba la alianza PMDB-PT, como parecen querer tanto Cunha como Calheiros, no se acaba el gobierno. Pero lo que nadie sabe es qué espacio de acción le quedará a Dilma.
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