Domingo, 20 de agosto de 2006 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
Dos temas dominaron la semana internacional y ninguno favoreció a George Bush. El primero es la tregua en Medio Oriente. Más allá de los análisis y especulaciones desde uno y otro lado que llegan de todo el mundo, se hace difícil pasar por alto el detalle de lo que está pasando ahora mismo en el Líbano. Hezbolá está reconstruyendo con dinero iraní lo que Israel destruyó con bombas de Estados Unidos. Eso no puede ser bueno para el presidente norteamericano.
El otro tema es Cuba. Ahí la desilusión de Bush puede ser aún mayor por la expectativa generada. No sólo en él, sino en muchos norteamericanos que no terminan de entender lo que está pasando.
El título de tapa del New York Times del lunes pasado es ilustrativo: “Sorprendiendo a los expertos, Cuba mantiene la calma con Castro fuera de juego”. Encabeza un relato de Ginger Thompson fechado en Ciudad de México, en el que la periodista cuenta la semana que pasó en La Habana con visa de turista antes de ser expulsada por las autoridades. Thompson escribe que los cubanos siguen trabajando, siguen tomando helado en Copelia, siguen defendiendo a Fidel y siguen quejándose en voz baja de los rigores del régimen. Como siempre, como si nada hubiera pasado.
Para intentar una explicación de semejante fenómeno, apela a la sabiduría de dos intelectuales, el profesor Damián Fernández, de la Florida International University, y el consultor Phillip Peters, del Lexington Institute.
“No estábamos preparados para un escenario de continuidad del régimen en vez de cambio”, admite el profesor.
“Nuestras políticas siempre estuvieron basadas en la idea de que (sin Fidel) el sistema cubano es tan frágil que se puede derrumbar con un dedo. Los hechos demostraron lo contrario”, coincide el consultor.
Lo que Bush y sus policy makers no parecen entender es que algo ha cambiado en el vecindario. Los mismos países que antes reclamaban su atención hoy rechazan sus tratados comerciales, cancelan deudas con sus organismos de crédito y le retacean soldados para sus aventuras bélicas.
Así las cosas, parece una ingenuidad suponer que Bush pueda imponer a voluntad un cambio de régimen en Cuba. Pero mucha gente en Estados Unidos todavía cree que la Unión Soviética colapsó porque Ronald Reagan le ordenó con voz firme a Mikhail Gorbachov que derribe el muro de Berlín. A juzgar por el tono paternalista de su discurso al pueblo cubano, Bush habrá pensado que podría hacer lo mismo que Reagan, que al escucharlo los cubanos iban a saltar al agua y nadar en masa hasta Miami. La presunción de que todos queremos vivir como Estados Unidos, bajo las reglas de Estados Unidos y si es posible en Estados Unidos es muy fuerte en el imperio.
Puede ser que alguna vez haya sido así, que haya existido un Pensamiento Unico, un Consenso de Washington, un ALCA, una Escuela de las Américas, un alineamiento automático para aislar a Cuba y mandar tropas adonde sea. Puede ser que esos tiempos vuelvan porque la historia a veces se repite. Pero este Estados Unidos, paranoico y hostil, ha perdido gran parte de su encanto.
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