Miércoles, 7 de mayo de 2008 | Hoy
EL MUNDO › LA RIñA OBAMA-CLINTON POLARIZó AL ELECTORADO
Por Antonio Caño *
Desde Indianápolis
Tanto Barack Obama como Hillary Clinton han prometido que, cualquiera sea el resultado de las elecciones primarias, el Partido Demócrata se unirá en torno de quien sea designado candidato presidencial. Pero en los últimos comicios de esta larga campaña, cuando el duelo ha alcanzado mayor ferocidad, se hace difícil imaginar que los dos grandes contendientes sean capaces de olvidar sus diferencias para dar paso al vencedor y, sobre todo, que los millones de electores que los han respaldado estén dispuestos a volver a las urnas en noviembre para votar por el rival.
Con las encuestas en la mano, la campaña de Clinton, la que más energías ha consumido en la destrucción del oponente, es la que más perjuicios ha causado a la unidad. Cerca de un 40 por ciento de sus votantes en algunos estados confiesa que no votarían por Obama en las elecciones presidenciales. Esa cifra se queda en un nada despreciable 25 por ciento cuando se les pregunta a los votantes de Obama sobre sus intenciones en otoño. Pero lo más grave no son estas cifras. Lo peor es la división política (incluso ideológica) que la campaña ha marcado. En primer lugar, por la introducción del factor racial. Lo hizo el propio Bill Clinton en vísperas de las primarias de Carolina del Sur, las primeras en las que el voto negro era decisivo. El ex presidente relacionó el favoritismo de Obama con el color de su piel y vinculó para siempre ambas circunstancias. Desde entonces, Obama está ganando el 90 por ciento del voto negro (que constituye alrededor de una cuarta parte del voto total de las primarias), pero perdió considerablemente su atractivo para el voto blanco, en el que ahora le cuesta superar el 40 por ciento. La polémica en torno del reverendo Jeremiah Wright vino a agudizar todo esto. Como candidato negro, Obama se convirtió, por supuesto, en el mayor foco de esperanza para la comunidad afroamericana desde Martin Luther King. Su derrota, sobre todo si ésta se produce como consecuencia de la decisión de los superdelegados (los notables no elegidos en las urnas), podría provocar un cisma insuperable entre los votantes negros y el Partido Demócrata.
El segundo factor de profunda división ocurrió al desplazarse la campaña hacia los estados industriales del Nordeste y el Medio Oeste, como consecuencia del voto de los trabajadores y la clase media de las pequeñas ciudades. Hillary Clinton se convirtió de repente en una campeona de la clase obrera, una luchadora nata que bebía cerveza y whisky barato en bares mugrientos mientras jugaba al billar. Por el contrario, un par de errores propios –ese comentario sobre la desesperación que “engancha” a los obreros a las armas y a la religión– y algunas habilidades de los rivales caracterizaron de repente a Obama como un elitista de Harvard incapaz de comprender los sufrimientos de los trabajadores.
El capricho de la política consigue a veces, en efecto, que el hijo de una madre abandonada que tuvo que comer muchas veces de la caridad pública parezca un elitista frente a la esposa de un ex presidente que presentó ingresos superiores a los 100 millones de dólares en su última declaración de hacienda.
Todavía hay quien habla de una candidatura Obama-Clinton. Pero ahora suena a chiste.
* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.
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