Domingo, 6 de julio de 2014 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Aldo Ferrer *
La apertura de las conversaciones con los representantes de los Fondos Buitre requiere tener en claro las condiciones que determinan la posición argentina. La primera es que, desde la salida de la crisis del 2001, el Estado y los bancos se están financiando con recursos propios. El Estado está cumpliendo puntualmente los servicios de la deuda reestructurada sin pedirle nada a nadie. Acaba de ratificarlo, depositando los fondos para pagar los vencimientos del 30 de junio. A su vez, los bancos están rentables, con carteras sólidas, fondeados en pesos, sin burbujas especulativas ni descalce de monedas dependiente del crédito externo. Las reservas internacionales son genuinas fundadas en dólares, resultantes de la economía real, no de deuda externa.
Conviene recordar, sobre esto último, que la crisis mundial, iniciada con el derrumbe de las hipotecas norteamericanas y la caída de Lehman Bros., tuvo su origen en la insolvencia de los bancos “muy grandes para quebrar”. Nuestra propia crisis y el derrumbe de la convertibilidad fueron consecuencia de la dolarización y el fondeo externo del sistema bancario. Nada de esto sucede hoy en la Argentina.
Podríamos estar más fuertes, si la restricción externa se hubiera manejado mejor en los últimos años. De todos modos, la fortaleza que conservamos es suficiente para negociar sin miedo ni urgencias. Haya o no acuerdo, el país está parado en sus propios recursos, sin depender de las calificadoras de riesgo ni del salvataje internacional.
Si no hay acuerdo, se sumarán nuevos embargos a los 900, incluida la fragata, ya entablados, sin que se interrumpieran las relaciones normales de la economía argentina con el resto del mundo. Si, como está sucediendo, Argentina pone a disposición de los acreedores los servicios de la deuda reestructurada, los problemas son responsabilidad de quien interfiere en la interrupción de la cadena de pagos.
Si hay arreglo, en términos compatibles con la fortaleza y el interés argentinos, mejor. Se habrá resuelto otra de las herencias del neoliberalismo, como se acaban de resolver, los diferendos con Repsol, el Ciadi y el Club de París. Pero, en este caso, debe descartarse la fantasía de que van a llover los dólares y las inversiones, que sólo son realizables en una economía sólida y soberana.
Conviene no darle a esta cuestión más importancia de la que merece. Los problemas reales de la economía argentina siguen siendo exactamente los mismos el día antes, que el día después del fallo del juez Griesa. No se arreglan ni empeoran por el resultado de estas negociaciones, Por esto mismo es conveniente, como lo vengo sosteniendo desde el principio, que la negociación debe ser entablada al nivel jerárquico que corresponda. Alcanza con la Subsecretaría de Finanzas y el equipo jurídico necesario, sin involucrar a las máximas autoridades del Gobierno, que tienen otras cosas más importantes de que ocuparse. A este nivel superior, ya se ha dicho lo necesario. Es preciso que nos respetemos a noso-tros mismos, preservando el orden jerárquico.
¿Cuáles deberían ser los límites de la oferta argentina? Los mismos que los de los canjes del 2005 y 2010, que recibieron el apoyo de más del 90 por ciento de los tenedores de la deuda en default. No sólo por la cláusula RUFO sino, principalmente, por una cuestión de principios que nos compromete y ayudaría a implantar las reformas necesarias en el orden financiero internacional. Convendría una ley de nuestro Congreso, que fije una fecha límite para adherir al último canje posible. Después de esa fecha, Argentina debería desconocer los papeles no canjeados. Conviene señalar a la contraparte que corre el riesgo de no cobrar nunca.
Por último, recordemos que operamos dentro de un orden mundial, dentro del cual la inmunidad soberana de los Estados pone límites a la extrapolación de la jurisdicción de tribunales nacionales sobre terceros países. En este escenario mundial, la razonabilidad de la posición argentina ha recogido un consenso prácticamente unánime. Podemos estar tranquilos, no somos el “patio trasero” de nadie.
* Profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires.
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