Viernes, 3 de junio de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Washington Uranga
Varias voces desde el Gobierno repiten y se ufanan diciendo que el país está volviendo a la “normalidad”. Porque todo lo realizado antes estuvo mal, los funcionarios del gobierno anterior son todos corruptos y las universidades públicas son un desastre, entre otros temas. Por eso le pedimos perdón a los empresarios españoles por las estatizaciones de YPF y Aerolíneas Argentinas. Y “estamos mal pero vamos bien” aunque una parte de los dirigentes sindicales no lo entiendan y convoquen a marchas de protesta, y los usuarios de servicios públicos no conciban que los aumentos de tarifas son en su “beneficio”. Y si el Papa está preocupado es por desinformado o porque tiene mala fe.
El gobierno de la alianza Cambiemos y el presidente Macri se victimizan mientras siguen generando sus propias víctimas como consecuencia del “Excel” que tienen que cumplir, según los dichos del ministro de Energía, Juan José Aranguren.
Nacido de la debilidad política inherente de un ajustado triunfo en segunda vuelta y de la falta de una mayoría parlamentaria propia, el gobierno de Cambiemos se sintió obligado a exhibir su fortaleza en la gestión y, en ese marco, Mauricio Macri hizo lo propio para diferenciarse de Fernando de la Rúa. Para lograrlo no solo apunta a mostrar contrastes con el modelo económico político anterior, sino que pretende a cualquier precio sumar aliados al programa de restauración conservadora de nuevo estilo. Y si la billetera no alcanza para sumar votos en el Congreso el Presidente usa el veto, una prerrogativa que por ser constitucional no garantiza ni razón ni mucho menos legitimidad política. A la hora de conquistar voluntades tampoco quedan de lado los militares a quienes Macri seduce liberándolos de controles civiles en favor de su mayor autonomía. Da la impresión de que el macrismo sabe que su “tiempo de gracia” no será muy largo y que, por lo tanto, necesita tomar las medidas, producir los cambios y arrasar con los opositores (si es posible hasta su desaparición como sujeto político) en el más breve plazo. Todo antes de que se agoten los créditos.
Mientras tanto la oposición –fragmentada, desorientada y sin ideas– sigue lamentando su suerte y reactivando internas. No aparece por ahora como un rival serio a considerar, sin capacidad (¿sin voluntad?) de ponerle freno a las desmesuras del macrismo. Del macrismo, bien dicho está. Porque aún cuando el Gobierno está en manos de una alianza, está claro que el radicalismo, principal socio del PRO, está haciendo unos de los mayores papelones de su historia política, carente de opinión propia, lejano de sus tradiciones nacionales y populares y jugando el papel de amanuense de quien hoy habita la Casa Rosada. Al construir la alianza Cambiemos algunos dirigentes de la UCR pensaron que sacando al kirchnerismo del poder y obteniendo junto al PRO unas cuantas intendencias podrían poner las bases para el resurgimiento del radicalismo. No parece ser este el camino que están transitando cuando contradicen postulados históricos de la UCR al avalar atropellos del macrismo.
Volviendo al Gobierno y a la metodología del PRO. La táctica incluye todos los recursos y la metodología que, a la hora de predicar “el cambio”, se le atribuyó en campaña electoral al gobierno que dejó la Rosada el 10 de diciembre. A saber. Fuerte utilización de la caja del Estado nacional para doblegar la voluntad de gobernadores (y por este camino de sus legisladores); la misma medicina y amenazas de paseo por tribunales para disciplinar a los dirigentes sindicales más prominentes (admitido incluso por los periodistas guionistas del oficialismo); la utilización de una Justicia obsecuente que sabe “leer” los vaivenes del poder y, finalmente, la construcción de un relato justificativo de todas las medidas apoyado, hasta el momento, en la idea fuerte de la “pesada herencia”.
Admitiendo que todo gobierno necesita de un relato, hay diferencias entre el actual y el anterior. Cristina Fernández de Kirchner tiene un natural carisma de comunicadora y a ello agrega la firme decisión de concentrar en su persona tanto las decisiones como la enunciación de las políticas. Puede considerarse una virtud y un error al mismo tiempo. Macri carece absolutamente de carisma en la comunicación pero el PRO desarrolló un aparato de comunicación que articula a través de estrategias muy precisas para alinear el discurso de todos sus voceros (desde los ministros hasta funcionarios de menor rango). Sobre cada tema de agenda los funcionarios reciben instructivos respecto de lo que tienen que decir, lo que deben omitir y la manera de hacerlo. Todo se repite vía redes sociales para que los “voluntarios” del PRO lo “viralicen”.
Sorprende, sin embargo, que el Gobierno intente abrir todos los frentes al mismo tiempo. Quizás porque confía demasiado en sus propias fuerzas o tal vez exactamente por lo contrario: porque entiende que este es su momento y que tiene que dar todas las batallas ahora porque luego no tendrá fuerzas y condiciones para hacerlo.
Desconoce el papel del Congreso aprovechando las debilidades de la oposición. Acosa a los trabajadores contrayendo sus salarios y despidiendo por mano propia o promoviendo cesantías mientras transfiere sin pudor grandes ingresos a los grupos concentrados de la economía; asume el riesgo de poner en peligro la “alegría” de la clase media que según Gabriela Michetti y Javier González Fraga se la creyó, vivió la “fiesta kirchnerista” del consumo y hoy está acosada por la inflación y las tarifas mientras espera el repunte en un “tercer semestre” (Carrió dixit) que parece tan cercano y verosímil como la “revolución productiva” de los noventa; usa la Justicia para seguir “la ruta del dinero K” y para ignorar los “Papeles de Panamá” y “la ruta del dinero M”; desconoce las movilizaciones callejeras y las concentraciones de masas aunque no se anima de poner en práctica el protocolo pergeñado por Patricia Bullrich; desoye a los obispos que, aún para su propio disgusto, hablan del aumento de la pobreza apremiados por la realidad y se atreven tibiamente a señalar los riesgos del camino emprendido; ignora a otros actores de la Iglesia Católica mucho más críticos y enrolados en los sectores populares y, para colmo, ningunea hasta el propio Papa. La síntesis, en palabras del oficialismo, es la “vuelta a la normalidad”, dando por sentado que lo “normal” es un país donde unos “merecen” más que otros.
Todo esto también es posible porque el “blindaje mediático” continúa. Para ello, utilizando un recurso que también se criticó al gobierno anterior, usan hasta innecesariamente (dadas las afinidades ideológicas y la confluencia de intereses con las grandes corporaciones de medios) la pauta publicitaria para terminar de cerrar el círculo. Mientras tanto se siguen emitiendo decretos y tomando medidas para continuar con el trabajo de demolición de la ley de servicios de comunicación audiovisual y seguir otorgando prebendas a los grupos de poder mediático. Y para que no quede duda de que se seguirá por este camino, Silvana Giúdici, coordinadora de la comisión encargada de redactar un nuevo proyecto de ley para las comunicaciones, ya confirmó que hasta abril próximo no habrá un borrador y que luego el Ejecutivo administrará los tiempos para enviar la iniciativa el Congreso. Eso siempre y cuando en lugar de mandar al Congreso el proyecto de la comisión del ENACOM no llegue en cambio la propuesta de la consultora estadounidense McKinsey que el mismo gobierno contrató para producir un proyecto de la ley. En cualquier caso habrá transcurrido más de la mitad del mandato y para entonces todas las cargas estarán acomodadas, “todo el pescado estará vendido”. Mientras se actúa sobre un supuesto vacío legal para repartir la torta entre los amigos. Después cualquier reclamo chocará contra el argumento de los “derechos adquiridos” y permitirá perpetuar la protección judicial ya no de derechos, sino de prebendas y atropellos al derecho ciudadano a la comunicación.
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