Domingo, 10 de junio de 2007 | Hoy
EL PAíS › ENTREVISTA CON EL SOCIOLOGO MARCELO LEIRAS
Por Javier Lorca
En poco más de una década, un sistema político que parecía anclado en el bipartidismo –bajo hegemonía del PJ y la UCR– se desmembró en un mosaico de agrupaciones y coaliciones inestables, desestabilizando la identificación de los votantes. ¿Por qué ocurrió ese proceso? No sólo los sucesivos fracasos de los gobiernos, las crisis y las consecuentes variaciones en las preferencias electorales desarticularon al sistema de partidos nacionales. También las propias organizaciones políticas fomentaron la dispersión de sus miembros en nuevos agrupamientos y el repliegue en asociaciones locales: es la hipótesis que desarrolla el sociólogo Marcelo Leiras, director de la carrera de ciencia política de la Universidad de San Andrés y autor del recién publicado Todos los caballos del rey (Prometeo).
–¿Cómo se llegó a la actual fragmentación del sistema partidario?
–En mi interpretación, los motivos de la dispersión son los problemas dentro de los partidos. Los partidos son máquinas de cooperación política: gente que tiene aspiraciones políticas se reúne y supone que reunida tiene mayores posibilidades de alcanzar sus objetivos. Esos objetivos que se alcanzan son bienes colectivos que hay que distribuir entre los miembros de la organización. Y los partidos argentinos no consiguen desarrollar esquemas para repartir los beneficios de esa cooperación entre sus socios. Esto fue llevando a que los dirigentes se refugiaran en otras unidades de cooperación. En los ’80 las facciones internas de los partidos se definían a escala nacional. Las facciones no eran homogéneas, pero había alineamientos que se repetían en todas las provincias. Diez años después encontramos que las organizaciones provinciales de los partidos adquirieron mucha más autonomía y los alineamientos nacionales se debilitaron. Las reglas de juego internas de los partidos nunca les dieron seguridad suficiente a sus miembros para cooperar a largo plazo.
–¿Qué episodios marcaron ese proceso?
–Uno muy claro es el conflicto por la sucesión en el PJ entre Menem y Duhalde, que se inicia después de la reelección del ’95 y termina de resolverse recién en 2003. Fue muy largo y desarticuló al peronismo como organización nacional. Y en el radicalismo ocurrieron cosas equivalentes. La sucesión de Alfonsín y la dirigencia de los ’80 fue muy problemática. Uno tiene la imagen de que el radicalismo está muy debilitado porque saca pocos votos en las presidenciales, pero hoy tiene más gobernadores que nunca en la historia reciente. ¿Por qué sus líderes privilegian una estrategia provincial separada del partido nacional? Porque el partido no les reporta nada. Por supuesto, en la fragmentación de los partidos no se puede dejar de mencionar los cambios de opinión del electorado y los pasos traumáticos por el gobierno que tuvieron tanto la UCR como el PJ. La pregunta que me hago es si esos problemas son separables de los problemas internos de los partidos. Creo que no.
–¿Qué rol jugó la crisis de 2001?
–Aceleró la fragmentación. Debilitó cualquier incentivo para asociarse a un gran partido. Cuando el partido aparece como responsable de una catástrofe política, económica y social, uno esconde la bandera y se presenta bajo el nombre de un candidato local. La crisis intensificó un proceso que tenía raíces previas. A la vez, insisto, hay componentes de esa crisis que se originan en los problemas internos de los partidos. La crisis de 2001 podría haber tenido una salida institucional distinta si el peronismo hubiera estado unido como oposición: podría haber puesto un jefe de Gabinete, como prevé la Constitución. Después del corralito y el cacerolazo, después de la caída de De la Rúa, vino Rodríguez Saá y duró una semana. Eso expresó el problema enorme de sucesión dentro del PJ. Y la caída de De la Rúa había revelado el problema enorme que había dentro de la Alianza, que ya se había expresado con los sobornos en el Senado. Uno puede decir “no importa, aunque hubieran sido orgánicos, la convertibilidad se caía y eso arrastraba a cualquier partido”. Puede ser. Pero esas organizaciones como dique frente a la crisis no podían aguantar. Salir de la crisis hubiera sido menos traumático con partidos robustos. La crisis fue alimentada por las características de los partidos.
–¿Cuáles son los factores internos que debilitaron a los partidos?
–Cuando una persona decide integrar un partido, cede cierta autonomía a cambio de recursos que le facilitan alcanzar objetivos: comunicación con el electorado, recursos económicos, ayuda de otras personas, un programa. Mi hipótesis es que uno le da lealtad al nivel de la organización que le ofrece todo eso: si te lo da un partido nacional, sos miembro del partido nacional; si te lo da el partido provincial, integrás el partido provincial; si te lo da una facción municipal, trabajás ahí. ¿Qué tan capaces son los partidos nacionales de ofrecer estos recursos? El financiamiento estatal de los partidos es pobre. El financiamiento privado tiene una regulación débil. Los puntos fuertes de financiamiento de los partidos son los cargos públicos, a los que están asociados recursos que se pueden manejar con discreción. Por eso en los partidos predomina la gente que ocupa posiciones ejecutivas: gobernadores, intendentes, presidentes. El partido no tiene capacidad de obtener otros recursos para competir, entonces, los únicos recursos a los que accede los ofrece de manera arbitraria, imprevisible, no colectiva. Los grandes partidos tampoco pueden ya ofrecer identificación: ¿cuál es hoy el significado de ser peronista o radical? Las políticas y propuestas de los partidos han oscilado del centroderecha al centroizquierda con mucha facilidad, y los votantes no pueden estar seguros de qué van a hacer.
–¿Cómo aflora este proceso en las elecciones de la semana pasada?
–El vendaval de 2001 fragmentó mucho más a los partidos en provincias y ciudades grandes: Santa Fe, Córdoba, Mendoza, la provincia y la ciudad de Buenos Aires. En otras provincias no aparecieron tantas nuevas agrupaciones, ni la fragmentación fue importante. Y eso ocurrió porque, por ejemplo en Formosa, Neuquén, Salta, hay diques que son los sistemas electorales, que inducen a la concentración al haber pocos cargos para repartir. La elección de Buenos Aires mostró una enorme fragmentación de los partidos, con muchos problemas de cooperación. Por ejemplo, dos de los principales candidatos a jefe de Gobierno fueron con dos listas de legisladores. Y el que ganó fue con una sola. Pensemos en un miembro de una de las listas de Telerman: labura en la campaña de su candidato sabiendo que el capital político que consiga lo va a tener que repartir con la gente de la otra lista. Imagino que esa persona trabaja con menos entusiasmo que el que estaba en la lista de Macri, donde parece haber esfuerzo por construir un partido. Los espacios políticos que construyeron Filmus y Telerman no tuvieron mecanismos de resolución de conflictos para acordar quién iba primero y quién último. No hubo reglas de juego para que los candidatos de la lista de Maffía participaran de una elección interna con el socialismo o el radicalismo que apoyó a Telerman. Aunque se le presta menos atención, asociado al fenómeno de fragmentación es común que haya bastante incongruencia entre las listas electorales y la conformación de los bloques en las legislaturas y el Congreso.
–¿Cómo puede impactar la fragmentación en las elecciones presidenciales?
–Si la fragmentación se hubiera originado sólo en la crisis de 2001, se podría haber esperado que paulatinamente volviera el equilibrio anterior. Pero la dispersión se mantuvo. Primero, porque es muy difícil construir una organización nacional que ocupe el espacio que dejó vacante el radicalismo. Por eso creo que va a ser muy difícil encontrar una candidatura de oposición fuerte en la competencia presidencial, por lo que sería relativamente fácil para el oficialismo reelegir. En segundo lugar, el peronismo también se debilitó, aunque mucho menos que el radicalismo. Una parte del voto peronista se podría organizar en respaldo al Presidente, que también reuniría apoyo de organizaciones alternativas, algunas con origen radical. Hay entonces un presidente justicialista que podría galvanizar al partido, pero de todos modos recibe un apoyo fragmentado. La dispersión va a continuar porque la cooperación fallida dentro de los partidos alimenta las dificultades: cuando no te ponés de acuerdo con tus adversarios dentro del partido, es más difícil que lo hagas en el cuarto oscuro.
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