Domingo, 16 de septiembre de 2007 | Hoy
EL PAíS › LA ESPOSA Y EL HIJO DE LOPEZ, A UN AÑO DEL CASO
Por Adriana Meyer
Irene no tiene ganas de nada. Ya no sale de su casa por miedo a que le pase algo. Las noches se le hacen largas. La cercanía del primer aniversario de la desaparición de su esposo, Jorge Julio López, la deprime aún más. Tampoco tiene ánimo de hablar, pero acepta conversar con Página/12 porque comparte la idea de que es necesario hacerlo por la memoria de su compañero. El peso de la ausencia de Tito es demasiado para esta mujer pequeña de casi ochenta años, que transita la pesadilla de la desaparición por segunda vez en su vida. La soledad, la impotencia, la resignación aparecen en la charla, junto con la “bronca contra todos porque no encuentran nada”. Todavía se pregunta “dónde está, quién lo tiene”, pero admite que perdió la esperanza de que siga con vida. Y espera, junto a su hijo Ruben, una respuesta del presidente Néstor Kirchner a la carta abierta que difundieron esta semana. La familia López cree que la sociedad se acostumbra, incluso, a tener un desaparecido en democracia, y ya no duda en vincular al represor Miguel Etchecolatz con la nueva tragedia que están viviendo.
La rutina en la esquina de 140 y 69, en este barrio de techos bajos y casas modestas que es Los Hornos, no se alteró demasiado: la vecina que mira curiosa a los visitantes que llegan, el custodio de la Federal sentado afuera de la casita de los López, los árboles recién podados y las plantas de Julio un poco más descuidadas. Nunca hubo rejas, apenas hace falta traspasar la puerta del cerco para ingresar al jardín, y al instante aparecen las perras Violeta y Lupita con sus ladridos agudos. “Julio las sacaba a pasear dos o tres veces por día”, dice Irene tras el saludo.
El 17 a la noche Irene se acostó a dormir mientras su marido miraba un partido de fútbol por televisión. Al día siguiente, la primera señal de alarma fue su faltazo a la audiencia de los alegatos del juicio contra Etchecolatz, en la Cámara Federal de La Plata. La última vez que fue visto caminaba por su barrio, a pocas cuadras de su casa, entre las 9 y las 10 y media de aquella mañana. Los primeros días la familia pensó que podía estar perdido, aunque siempre fueron enfáticos en que López no tenía problemas mentales. Fue su forma de aferrarse al mejor escenario posible. Pero con el paso de los días, Irene tuvo que volver a acostumbrarse a la palabra “desaparecido”, que la atormentó hace 30 años, cuando la patota de Etchecolatz lo secuestró. Su angustia se disipó cientos de veces este año, ante las llamadas de los investigadores para que reconocieran cada cuerpo encontrado, ante cada testigo que decía haberlo visto en tal provincia, en aquel pueblo, en ese descampado. El último sobresalto provino de La Pampa, donde un hombre muy parecido a López se hacía pasar por él, al parecer por tener sus facultades mentales alteradas. La de los López nunca fue una casa politizada, más allá de la militancia de Tito en la unidad básica Juan Pablo Maestre, que respondía a Montoneros. Si bien dicen haber entendido las razones de Julio para declarar y contar el tormento de su primer cautiverio, tienen la certeza de que la política se metió en sus vidas sólo para causarles sufrimiento.
Tras la desaparición de Tito encontraron unos cuadernos que guardaba en el doble fondo de una caja de herramientas, y en los que escribió y dibujó sus vivencias en los campos de concentración. Ahora que los descubrieron los hojearon pero no los han leído. “Empezás y no podés seguir, son sus vivencias.” Y quedaron guardados.
Irene y Ruben no entienden muy bien por qué a un año de los hechos León Arslanian, ministro de Seguridad bonaerense, pidió “paciencia”, ya que “algo va a haber”. Para expresar lo que siente por estos días Ruben se remite a la carta abierta que enviaron al Presidente, en la que expresaron su “bronca, rabia y dolor” por la falta de resultados en la búsqueda de su familiar. Irene, en cambio, confesó: “Me siento cada vez más angustiada, más triste, porque pasa el tiempo y no hay noticias, cuando me quedo sola me agarra... porque cuando pasa el tiempo...”.
–¿Crece la incertidumbre?
–(Irene) Y sí, por lo menos saber, para bien o para mal, pero saber. No sé qué más decir.
–En la anterior carta abierta ustedes hablaban de angustia y desesperación, y en esta mencionan la bronca...
–Es que pasa el tiempo y te tiene que agarrar bronca.
–¿Contra quién?
–Qué sé yo, contra el que hace la investigación, contra todos porque no encuentran nada. (Rubén) He participado de algunos allanamientos en estos últimos días. No lo digo porque no corresponde que tenga que estar justificando lo que hacen, pero he visto que hacen cosas. La bronca es que no se encuentre nada. No acuso a tal o a cual... (Irene) Uno no acusa a nadie pero llega un momento en que te sentís mal porque va pasando el tiempo y ¿qué hacemos? Ahora llega el 18 y qué... un año. ¿A dónde está? ¿Quién lo tiene? A eso voy. Y en democracia. ¿Para qué queremos una democracia así. Yo ya la pasé treinta años atrás, lo mismo. ¿Y ahora otra vez? Pero en aquellos años al menos lo iba a ver, sabía dónde estaba.
–¿Piensa que aún está vivo?
–(Irene) Creo que no. Es mucho tiempo. ¿Quién lo tiene? ¿Cómo aguanta tanto tiempo? El tenía sus pastillas, tomaba sus remedios. Era un hombre que no se movía de la casa, ¿cómo lo tienen fuera de casa? Tenía presión alta, ácido úrico..., tengo todas sus pastillas arriba de la mesita. No sé... me parece que pasó mucho tiempo. Hasta hace poco sí, pero veo cómo va pasando el tiempo... Y más como era él, con su carácter. Era por demás bueno pero a veces le agarraba..., como a todos.
–¿Se hubiera rebelado ante sus captores?
–Claro, digo yo.
–¿Lo pueden haber lastimado apenas se lo llevaron para tenerlo quieto?
–Sí, y desde ya se lo llevó algún conocido. Si no no le abre la puerta a nadie, y menos a esa hora de la noche en que se fue. No sé si eran las doce o la una, no lo sabemos. Yo estaba durmiendo, tomo las pastillas y duermo profundo.
–¿Y no lo pueden haber llevado engañado?
–Sí, desde ya.
–Varios testigos lo vieron caminando por el barrio esa mañana.
–Uno se puede confundir, pero son cuatro testigos. No puedo desconfiar de los cuatro. Era común que saliera a caminar. Son específicos cuando dicen que ese lunes uno no tuvo clases y se fue con la madre al trabajo, el otro porque el día anterior había visto el partido de Gimnasia-Banfield, no había forma de que se confundiera. Eso fue como entre las 9 y las 10 y media.
–La hipótesis de los investigadores es que lo contactaron para que se desdijera de su declaración en el juicio contra Etchecolatz y como se negó lo hicieron desaparecer. ¿Qué piensan?
–(Irene) Es una posibilidad. (Ruben) Es una más de las hipótesis. Pero era un hombre de profundas convicciones. (Irene) De volverse atrás de lo que había dicho, no, nunca. (Rubén) Primero porque no mintió. Y no le tenía miedo a ese salvaje ni a ningún otro.
–Las abogadas querellantes afirman que lo que se hace en la investigación se produce tarde y mal. ¿A ustedes qué les parece?
–(Rubén) No lo sabemos, no podemos juzgar. No tengo otra que confiar, si sacás a los policías, ¿a quién ponés? Si no puedo confiar en democracia en el juez, cierro la puerta y me voy del país. Si no para qué están.
–¿Cuál creen que es la responsabilidad de los políticos?
–(Ruben) De eso no vamos a opinar. Hasta ahora tengo que agradecer que no están usando esto en la campaña. (Irene) Esperamos que el Presidente responda nuestra carta. (Ruben) El juez mismo dijo que la investigación es un fracaso pero no porque no se estén haciendo las cosas sino porque no se encuentra a la persona. Bien, mal, peor, pero es lo que hay.
–Más que bronca tienen cierta resignación respecto de la investigación.
–(Rubén) Es que tenemos que confiar. (Irene) ¿A dónde vamos a ir si no confiamos en el juez? (Ruben) Se hacen investigaciones por falsas denuncias, se pierde en tiempo en historietas sin sentido. Pero como dijo el juez, entran tres denuncias por semana y las tienen que investigar.
–Fue así que terminaron investigando a un pariente de ustedes.
–(Rubén) Sí, como lo hicieron con nosotros desde el primer día. (Irene) A toda la familia investigaron. (Ruben) Yo ya se los dije en la cara, perdieron mucho tiempo al principio con nosotros. Pero nosotros tampoco en el primer momento pensamos que podía venir por este lado, suponíamos que podía estar perdido.
–¿Temen al olvido de la sociedad?
–(Irene) Esperemos que no se olviden. (Ruben) Creo que no. Pero es cierto que te acostumbrás a estas noticias. Preguntá a 100 personas en la calle a ver cuántos se acuerdan, pero no sólo de este hecho, de cualquiera. Uno se va acostumbrando, se vuelve común.
–¿Cómo es posible acostumbrarse a un desaparecido en democracia?
–Desaparecidas hay muchísimas personas, aunque no en el contexto en el que está mi viejo. Fijate si la gente sabe. Mirá el cadáver de Punta Lara, ¿alguien investigó si tiene familia? (El cuerpo sin vida apareció dos días después de la desaparición de López y sigue siendo un NN.)
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