Domingo, 18 de noviembre de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
Con el veredicto popular fresco, el oficialismo recupera (por fuerza gravitatoria y merced a su energía) una costumbre que le es grata. Vuelve a dominar la agenda pública que se le había ido un poco de las manos por los escándalos de este año y la campaña. La designación del gabinete de Cristina Fernández de Kirchner y el formidable incremento de las retenciones a las exportaciones petroleras testimonian su primacía.
Mucho puede debatirse acerca de la selección que hizo la presidenta y cualquiera está en su derecho a opinar. Esto aceptado, suena a demasía denunciar una violación de la promesa electoral a lo que, en sustancia, fue la convalidación de quienes dieron sustento a la victoria. Mucho más continuidad que cambio hubo y cualquiera puede imaginar opciones mejores. Pero nadie quedó legitimado en las urnas para descifrar desde las minorías que el mandato mayoritario fue otro.
La novedad mayor terminó siendo la más abrupta en su génesis: la llegada de Martín Lousteau al Ministerio de Economía. Cualquiera de las reseñas de la salida de Miguel Peirano, que trastocó los tiempos del anuncio, es incompleta y deja cabos sueltos. Hay un hecho central en blanco: de dónde provino la filtración periodística de una reunión reservada de Peirano quejándose de Guillermo Moreno. Las versiones difieren, ninguna cierra del todo a los ojos del cronista. Un hecho refulge como indiscutible: conocida esa reunión, Peirano tenía los días contados en Economía. La Unión Industrial Argentina (UIA), que lo venía ensalzando a niveles empalagosos, completó su sobreactuación aplaudiéndolo de cuerpo presente. Ahora brega para que encabece el nuevo Banco de Desarrollo. Allende la corporación, tanto entusiasmo enciende luces amarillas. La “burguesía nacional” dudosamente saldrá de su incubadora si no tiene del otro lado del mostrador funcionarios que mantengan condigna distancia respecto de sus demandas malcriadas.
La recepción a Lousteau debe haber superado las expectativas más voluntaristas del oficialismo. Las alabanzas recorrieron casi todo el arco ideológico, académico y mediático. Las descripciones, estilizadas, del joven funcionario transitan un espinel curioso: hay quien lo tipifica como un ortodoxo decontracté, otros lo encasillan como un heterodoxo moderado. Nadie puede desearle que tamaña unanimidad dure porque es desearle algo inalcanzable. Está destinada a la pronta extinción: la acción de gobierno afecta intereses y éstos tiran más que una yunta de elogios genéricos. Cuando se vayan definiendo vectores de la política económica, Lousteau será expulsado de algunos paraísos... ese es el mejor de sus futuros posibles. Si le va muy mal lo desterrarán de todos.
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Innovación y sustancia: El nuevo Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva es uno de los pocos aportes que llevan la exclusiva firma de la presidenta. El punto siempre le interesó e integró sus discursos. Consolidó su punto de vista en encuentros internacionales que fatigó en Ginebra, durante la asamblea anual de la Organización del Trabajo (OIT). Y lo remachó en una reunión realizada en Nueva York, con científicos y académicos, organizada por Adrián Paenza y por Lino Barañao, el ministro en ciernes.
La realización de ese cónclave desató una discusión pasional en estos lares porque no se permitió la asistencia de periodistas. Se trata de un aspecto digno de controversia, a condición de dejar sentado lo obvio. Algunos actos públicos deben abrirse a la presencia ciudadana y la de los medios: el recinto de los Parlamentos, las audiencias de los juicios orales serían ejemplos de libro. Otros pueden prescindir de ella. Otros deben prescindir de ella. La idea de que toda cuestión de gobierno debe tener visibilidad absoluta es una simpleza, que nadie osaría trasladar a la actividad empresaria privada.
El cronista no aventura qué debió hacerse en esa ocasión, ya superada. Sí le parece interesante consignar que en las polémicas no siempre se espiga lo esencial de lo contingente. Lo esencial, de momento, es que un rato después el saldo pinta fructífero, con potencialidades virtuosas.
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Retención de líquidos: Como nunca antes son estrechos los márgenes de la discusión sobre política económica entre los partidos con más votos. Sí sigue en entredicho la prédica de reducir el gasto y eventualmente matizar el ritmo de crecimiento, muy extendida entre economistas de variado pelaje (no sólo noventistas). El tema, que es fascinante, se condimenta con disidencias sobre el peso relativo que deben tener el Presidente y el titular de Economía.
En meses recientes se advirtió acerca de la incontinencia del gasto y la reducción del superávit, proyectándolos hacia adelante y anunciando horizontes borrascosos. Néstor Kirchner irrumpió en esa tenida discursiva a su manera, sin golpear la puerta y haciendo alarde de voluntad política.
Las retenciones anunciadas anteayer modifican el escenario y obligarían a reacomodar los pronósticos. La medida captura una fracción importante de la renta petrolera. No repara los desaguisados entreguistas de los ’90 (responsabilidad insalvable del peronismo, abarcando buena parte de la elite del actual oficialismo) pero los atenúa de modo sensible.
El cambio en las reglas de juego trasluce la escala de prioridades del oficialismo, siempre pendiente de los equilibrios fiscales y dispuesto a contar con muchas reservas y disponibilidad de recursos.
Asimismo, resalta por default que sigue en pie la impunidad fiscal de la actividad minera. Fernando “Pino” Solanas puso el dedo en esa llaga, en uno de los pocos aportes sugestivos de la oposición en la campaña. Sin necesidad de compartir la radicalidad de sus discursos, cabe anotarle un poroto por embanderarse en esa temática. La liviandad del trato a las empresas mineras es puntualizada por otros actores, en otros registros. Un reciente documento de los economistas Alejandro Peyrou y Hernán Neyra (El legado: tipo de cambio e inversión) se pregunta de modo delicado pero inequívoco si la minería está demasiado promocionada. La respuesta cae por su peso e impone un ítem de agenda hasta ahora soslayado. Neyra y Peyrou son profesionales de nivel, mucho menos alejados del pensamiento oficial que Solanas.
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Como antes: La semana replicó lo que fue casi todo el cuatrienio. El kirchnerismo se mostró poco cordial, filo despectivo, con sus aliados radicales en la composición del gabinete y aun en la liturgia con que lo presentó. Es una fea manera de empezar una relación que se pretende prolongada y un modo insólito de concebir una concertación de gobierno.
A la vez, lanzó al ruedo al nuevo gabinete, dando cuenta de su satisfacción con el que se va, por así decirlo. Y cambió la escena económica con una decisión que lleva su marca de fábrica.
Pechador en política, muy pendiente de “estar líquido” siempre, dueño de la agenda. Así construyó el Presidente saliente su mandato que, en esos aspectos cardinales, termina como empezó.
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