Domingo, 17 de febrero de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Macri y Scioli, sus primeras movidas. De cómo defender una política por todos los medios. La formación de la imagen del gobernador. La seguridad, usos y abusos. El conurbano y un agujero negro. Lo que hizo y lo que no hace el jefe de Gobierno, pujas en su entorno. Y una pincelada sobre los veranos.
Por Mario Wainfeld
Las elecciones de octubre (o, mejor dicho, los ciudadanos) ordenaron el escenario: se contaron las costillas, se construyeron mayorías y minorías, se eligió a los gobernantes. Las enérgicas decisiones de Néstor Kirchner en estos meses reconfiguraron el horizonte. El Gobierno tiene un adalid extramuros de la Rosada, un aporte inédito que tiene mucho de experimento. El PJ se reanima, para euforia de algunos aliados de Kirchner y desasosiego de otros. El radicalismo se ve forzado a tramitar su división. Mauricio Macri y Daniel Scioli quedan muy mutilados para operar al interior del peronismo, privación a la que deberán acomodarse por un tiempo largo y en tanto no sobrevenga alguna catástrofe. Elisa Carrió es robustecida en su lugar: la máxima opositora, la única que no tiene ni anhela ningún canal de interlocución, la única que hace un culto de no interactuar con peronistas (salvo un puñado que ella misma selecciona), la que no gobierna. Su territorio es la palabra, su estilo, la intransigencia, su apuesta es alguna variante de crisis.
Cristina Fernández de Kirchner, de momento, es más eclipsada por su esposo que por sus antagonistas, aunque Macri y Scioli roban cámara y le compiten por el centimil. Hay un dato vistoso que mejora una gestión avara en novedades y de baja visibilidad: la presidenta va delineando un estilo político peculiar, que la va diferenciando de Kirchner y, por ahora al menos, también de quienes gobiernan Buenos Aires y la Capital. Ella es la mandataria que va armando escenas e instancias, de diálogo con gentes que no son de su propio palo: el Episcopado, el embajador norteamericano, la CTA, en esta semana los asambleístas de Gualeguaychú. Opositores acérrimos o parciales tienen su audiencia en la Rosada.
Intercambiar o discutir en el máximo nivel del Gobierno con dirigentes o emergentes sociales representativos es un paso estimulante, inusual para una cultura política que propende a asociar el diálogo con el verso y la negociación con el contubernio. La real calidad de esos encuentros podrá calibrarse con el tiempo, en función de su perduración, de la capacidad de las partes para escuchar, para afinar sus posiciones, para conceder, para generar nuevas instancias de convivencia.
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Por todos los medios: Daniel Scioli defiende su política por todos los medios. Los medios de difusión, se entiende. El gobernador recorre en sinfín radios, canales de TV de aire o de cable, atiende informativos y a la prensa escrita. Cualquier medio es el mensaje: programas políticos convencionales, infos, magazines radiales, la mesa de Mirtha cuando cuadra. Muchos cronistas deportivos han cobrado súbito interés por las cuestiones de estado provinciales, requieren (y, da la impresión, re-quieren mucho) a Scioli.
La hiperexposición es su modo de campaña permanente. El discurso es tan sencillo como torrentoso, Scioli hace un inventario de los problemas y asegura estar obrando las soluciones. La seguridad es el sol de ese universo, pero muchas otras cuestiones orbitan a su alrededor.
El gobernador da cuenta de su compromiso personal, diagnostica que la gente está harta de diagnósticos, enumera a velocidad de rayo acciones ya desplegadas o en ciernes (más patrulleros en las calles, proyecto de leyes penales y procesales, lucha contra el paco), cuenta que hay muchos que le preguntan si no se está exponiendo demasiado y les responde que para eso fue elegido. Más que responder preguntas, propala una serie de monólogos con marcada insistencia en la primera persona del singular.
La presentación es recurrente, muchas referencias se reiteran como un calco: los razonamientos, los ejemplos tonificadores o deprimentes (“la gente que llamó al 911”, tal o cual ladrón sorprendido in flagrante delicto y liberado con celeridad).
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¿Inseguro yo? La inseguridad encabeza las preocupaciones ciudadanas en muchos países, incluso los de esta región devastada por muchos otros flagelos sociales. Ya se sabe, es esquiva la relación entre los vaivenes de la tasa de criminalidad y los de la percepción de inseguridad. A partir de una interesante investigación promovida por el Ministerio de Justicia de la Nación (publicada en El delito en la Argentina post crisis VVAA, 2007), el especialista Elías Carranza escribió “en el corto plazo la percepción del delito por parte de la población y las tasas reales de criminalidad mantienen autonomía y con frecuencia contradicción entre sí (...) por lo general la sensación de inseguridad disminuye con bastante posterioridad al decrecimiento del delito”. El saber experto es una sutileza que no suele horadar la coraza de muchos comunicadores y que sólo barniza la visión de muchos dirigentes. Los delitos son un issue formidable para los medios audiovisuales, que de pálpito transforman un caso en una tendencia. Es un tópico de cronistas y entrevistados mofarse de las disquisiciones sobre la “sensación de inseguridad” tras la comisión de algún ilícito. Ese sentido común es charro y desatinado. La ecuación personal de la víctima no describe un marco general ni le concede saber en datos exóticos a su conocimiento.
Todo modo, la demanda es alta, convoca a la acción y al verbo político. El pronóstico del gobernador no deja afuera ninguna de las variables trilladas sobre el tema, desde las policiales hasta las más progres. Habla de equipamiento policial, de presencia en las calles, de quienes “entran por una puerta y salen por la otra”, del vagabundaje juvenil, como place a las derechas. También de tópicos progres: las determinantes sociales del delito, la desigualdad, la falta de educación o de trabajo.
El arsenal convencional se enriquece con consignas de cuño propio. Razonablemente prevenido ante el afán de vecinos propensos a meter bala en forma privada, Scioli predica que “la única arma que debe usarse es el teléfono”. No propone valerse del aparato como objeto contundente o como proyectil, sino que exhorta al uso de la línea 911. Algunos casos resueltos merced a esas llamadas son eje de la publicidad oficial sobre el tema y de las palabras del gobernador. Los creativos y el protagonista político concuerdan: la apelación vecinal al 911 es una forma de participación. Scioli redondea el concepto: la seguridad se resuelve entre todos, funcionarios, policías y “la gente”. “La gente” discando, se entiende. Más allá de la incomodidad que puede causar a ciertas sensibilidades (la del cronista, por ejemplo) tratar en tono de epopeya el modo en que un vecino denuncia a “gente rara” que merodea por el barrio, sorprende que se llame participación al mero requerimiento a la autoridad.
Si se mira mejor, la participación civil fue severamente mochada por Scioli cuando desbarató el esquema dispuesto por León Arslanian y devolvió incumbencias políticas a la Bonaerense. El renacido predicamento de “la plana” (siempre mentada, loada y consultada según las alocuciones de Scioli y su ministro Carlos Stornelli) es una regresión, un retroceso de la sociedad civil.
En cuestión de días el staff de Stornelli sufrió una baja importante: el secretario Martín López Perrando, que en menos de dos meses pasó del Poder Judicial porteño al Ejecutivo provincial y de éste a la sociedad civil. Un periplo veloz de cuyo desenlace poco dijo el gobierno bonaerense, tal vez suponiendo que la genuina publicidad de los actos de gobierno (explicar sus causas y motivos) no le importa a “la gente”.
Plegado al estilo del gobernador, Stornelli deambula como un bombero en pos de los síntomas. Bueno es que las autoridades pongan el cuerpo ante los ciudadanos, que se dejen ver, que hablen. De ahí a suponer que gobernar es acudir adonde estalle un problema, hay un campo. Scioli y Stornelli están en perpetua quinesis, lo que posiblemente engalane la imagen del gobernador y no la de su funcionario, que luce desgarbado e incómodo ante micrófonos o cámaras. Pero es más que dudoso que eso sea un cabal abordaje de temáticas complejas que no sólo exigen una enumeración de sus partes sino una propuesta global de Gobierno.
Uno de sus puntos más evidentes y menos pensados es una política estatal respecto del Conurbano bonaerense, un problema de rango nacional que no se paliará por el mero crecimiento económico. Tiene una población mucho mayor que sus perspectivas virtuales de generar trabajo. Se ha convertido en un sitio poco amigable para radicaciones industriales o emprendimientos de servicios que irán en pos de comunidades con menos riesgo. Tiene una fuerza de seguridad salvaje y gigantesca y está asolada por agencias privadas mayormente compuestas por personajes patibularios. Su infraestructura urbana colapsó hace rato. Aun para los crueles registros argentinos, es chocante la desigualdad social visible en ese territorio. El conurbano no saldrá de su postración si se lo deja librado al derrame del modelo, a su mera acumulación o a las políticas reactivas e inmediatistas de su gobernación. Seguirá siendo un foco de conflictos y de inequidad donde vive una fracción muy alta de la población argentina. Un genuino problema nacional, que no se resuelve llamando al 911, sino pensando en el largo plazo, ese agujero negro de la política autóctona.
Entre tanto, Scioli sigue esculpiendo su imagen pública, frente a su propio jardín de senderos que se bifurcan. En 2011 podrá revirar por la gobernación o tentar por la presidencia. Podría hacerlo con los colores kirchneristas o con otra bandera de conveniencia. Es el único dirigente que dispone, hoy y aquí, de tal abanico de chances.
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El Jefe va de tapas: Kirchner sigue sin verle uña de guitarrero a Macri. Pronostica ante oídos fieles que fracasará, más pronto que tarde, en su gestión comunal. Que se estampará contra una pared por su falta de carácter, por la pobreza de sus equipos o por los reflejos destemplados de la sociedad porteña. En torno de “Mauricio” cunden el optimismo y la tradicional vocación criolla por la autoalabanza desmedida. Con tan pocas millas corridas, todo pronóstico suena prematuro.
La Capital es menos tremenda que la provincia (como suele remarcar al desgaire Scioli, cuidando de no parecer irónico) pero es muy tonante. El jefe de Gobierno se ha hecho un lugar con acciones que poco tienen que ver con la gestión urbana y mucho con la construcción de su figura. Sus querellas con los sindicatos y la intervención a la obra social municipal son ajenas a la vida cotidiana de casi todos los porteños, pero lo consolidan como referencia de la centroderecha y le defieren tapas en los diarios. Menos dotado para el trato personal que Scioli (imbatible en la buena onda y la actitud zen ante las críticas), Macri ha sabido hacerse un poco más locuaz, aunque no consigue despojarse de su acento de Palermo Chico ni de sus mohínes de heredero. Se vale más de sus allegados en la arena mediática, Gabriela Michetti revalida los espacios y los manejos expositivos que mostró en la campaña. Horacio Rodríguez Larreta es el que va a pelearse, otros registros le calzan muy mal. El joven Marcos Peña va haciéndose lugar, como comunicador y diz que como hacedor de políticas. Correveidiles de Palacio (Municipal) chimentan que saltan chispas entre los tres mencionados, sobre todo con el recién llegado y ascendido. Los interesados niegan, unánimes, las internas. Pero, ya se dijo, todos en su derredor las perciben y obran en consecuencia. Las percepciones expandidas, digámoslo por última vez en esta columna, fungen como hechos. Las versiones conspirativas generan anticuerpos y paranoia, la paranoia suele terminar corroborando sus propias profecías. Estas cuitas continuarán.
En los pasillos ya se habla de los comicios de 2009, en voz baja por si “la gente” se encoleriza. Pero el año que viene se eligen diputados y legisladores locales, una contienda que será determinante entre PRO y la Coalición Cívica. Ninguno contará con su principal figura (una situación que los debilita mucho), quieras que no hay que ir pensando en suplentes que se la banquen. Por eso se ven aprontes de Alfonso Prat Gay o de Michetti. Son amagues, todo puede cambiar, no son puro bluff.
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To be or not to be: Hasta hoy, Macri no ha exhibido un plan de gobierno ni cosa que se le parezca, aunque sí se movió más de lo esperado. Su caballito de batalla, el traspaso de la Federal, se encastró en un embudo, que le exige una decisión. Más allá de rezongar porque otros gobernantes no complacen sus requerimientos (una costumbre que le sale bien), debe resolver si crea una fuerza propia y se hace cargo de las consecuencias de sus acciones. Su ministro de Seguridad, Guillermo Montenegro, estudia con afán (y sin especial versación) precedentes extranjeros. En la cancha, un presidente de Boca debe saberlo, las cosas son muy diferentes que en la tribuna.
¿Podrá Macri mantener su levedad como gobernante y sus potencialidades como líder nacional opositor? No es lúcido jugarse por una respuesta tajante, el precedente de Fernando de la Rúa fuerza a la prudencia predictiva. El radical llegó a presidente porque había una mayoría electoral necesitada de un paladín opaco. Nada es igual, años después, pero pueden pensarse algunas analogías. La derecha argentina, una derecha dura y despechada, necesita un referente para pujar por el poder a escala nacional.
Macri es el mejor prospecto, podría (valga el condicional pero también el verbo) seguir siéndolo a despecho de si hay más baches o menos subtes. Si se mantiene en el candelero, podría serle suficiente. Valga el condicional, otra vez, repitiendo que Scioli y Carrió también pueden interpelar a ese sector, pero por ahora a la zaga del jefe de Gobierno.
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La creación política: Las elecciones en Estados Unidos dan cuenta de la complejidad de los sistemas democráticos. La movilización popular, el voto, la performance de los líderes pueden generar lo impensado aun en un sistema estable, algo cristalizado, muy condicionado por el peso del dinero. Rudolph Giuliani, un aspirante de fuste, con carisma y buena plata, se mancó casi en la línea de largada. La atropellada de Barack Obama, su interpelación a grupos desmovilizados, la paridad con Hillary Clinton dibujan un esquema que no estaba en los cálculos previos de muchos que calculan, a menudo bien.
La dialéctica entre múltiples actores, incluidos los ciudadanos (ensalzados por los editoriales y desdeñados en los análisis de los medios), es una fuerza creativa no siempre controlable, por suerte.
Un nuevo escenario empieza a configurarse en la Argentina y dota de interés a un verano por lo demás cálido y perezoso. Es, pues, un verano atípico, debiendo hacerse la salvedad de que en estas pampas lo atípico es más bien la regla. La fauna autóctona abunda en rarezas, variantes gauchas de los ornitorrincos o los cisnes negros. Algunos veranos son atípicos por crímenes o asaltos guerrilleros a cuarteles. Otros porque caen gobiernos en cosa de horas. Otros porque hay protagonistas nuevos o en roles nuevos. Sus movidas son interesantes, también son pininos.
De todos modos, es verano. Todo cobrará más densidad cuando terminen las vacaciones, merme el calor, “la gente” retorne a sus menesteres y “la gentecita” a las escuelas.
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