EL PAíS

Todos contra el consenso (de Washington)

 Por Mario Wainfeld

No faltarán, en el oficialismo, quienes reclamen derechos de autor por las críticas lapidarias al Consenso de Washington que se oyeron desde el techo del mundo. Con más tino, y mejor saber, en la cima de la Cancillería se razona que mucho ha cambiado desde la anterior reunión del G-20, en noviembre del año pasado. Argentina, dicen bien cerca del ministro Jorge Taiana, tenía en noviembre un discurso bastante distante del sentido común. “Estábamos como en una punta, en un rincón. Ahora, conjugamos mejor con el mainstream” describen y celebran protagonistas del encuentro.

En ese remoto noviembre, todavía había quien podía hacerse el distraído y diagnosticar una crisis financiera enorme. A esa altura, George Bush terminaba su infausta presidencia. En pocos meses, parafraseando a Les Luthiers, los acontecimientos se precipitaron y George W. también. Nadie discute que existe un colapso capitalista de dimensiones aún no precisadas pero inmensas. Y hay otro mandatario en la primera, sí que basculante, potencia mundial. El producto de “aquel” G-20 fue retórico y desfasado, respecto de la arrolladora realidad. El cónclave de Londres revela un mejor registro, aunque siempre a la zaga de los hechos.

No fue una tenida ritual, ni primó la adormecedora liturgia diplomática. El primer ministro británico Gordon Brown obró de bastonero, transmitiendo los temas en cuestión y cediendo la palabra. Ni él, ni ningún otro mandatario, leyó un discurso preescrito, se discutió en tiempo real, dando cuenta de lo acuciante de los problemas y de la entidad del debate. Cuando se llegó a la redacción del documento final, como podría ocurrir en un plenario sindical o político, hubo tópicos suprimidos o agregados de rondón, se polemizó en consonancia. Hubo retoques de último momento, un común denominador que satisfizo a los circunstantes, compelidos a mostrar eficacia y capacidad de articular ante sus azorados votantes. El saldo fue un documento pretensioso que contiene definiciones inimaginables ayer mismo acerca del paradigma financiero de los últimos tiempos. Prescribe regulaciones financieras que se habían dejado de lado hace 40 años, por la parte baja, yendo más allá del rimbombante réquiem a los paraísos fiscales, una promesa que no aniquila pero sí desafía a la creatividad rapiñera de los banqueros.

La élite de mandatarios, en especial aquellos de países centrales, se movió en pos de un gesto político de magnitud. Es que la apodada crisis no atañe apenas a la economía, se conjuga con un cambio en el sistema político internacional. Pronosticar el fin del unilateralismo es grato a los oídos argentinos pero nadie entona aún la melodía del nuevo orden multilateral.

En la incertidumbre, los líderes políticos quieren (o más bien, deben como condición de subsistencia) probar que están al mando y que están coordinados. Es una confesión implícita: avizoran horizontes todavía más amenazantes. Barak Obama debutó en una cumbre exigente. Habló poco (“mucho menos que Nicolás Sarkozy” ranquean argentinos fogueados en esos entreveros) pero lo hizo desde el sitial de presidente de la primera potencia del globo. Gratificó a la comitiva argentina cuando se acercó a Cristina Fernández de Kirchner para preguntarle si estaba satisfecha con el producido de la reunión. No lo hizo sólo con ella, más vale. Mostró, más allá de lo protocolar, la intención de mostrarse más consensual que su precursor.

En la Casa Rosada y el Palacio San Martín también se computa como positiva la asentada coordinación con el presidente brasileño. Tal como se reseñó días atrás en este diario, Lula da Silva y Fernández de Kirchner fueron uno al mocionar (y conseguir) que se suprimiera del documento final la mención a la “flexibilización” del trabajo. Explicaron a sus pares que, en este Sur, la expresión designa precarización y pérdida de derechos.

El mayor fondeo a los Bancos internacionales de fomento (Banco Mundial y BID) forma parte del haber, según la lectura del gobierno argentino. En ese punto, hubo trabajo conjunto con el presidente de México.

Funcionarios de primer nivel de Cancillería y Economía suponen que el espíritu del acuerdo y sus mandatos tácitos implicarán la posibilidad de recibir recursos frescos del Fondo Monetario Internacional sin supeditarse a sus ominosas condicionalidades. El lector medio de este diario y este cronista seguramente no compartirán ese optimismo que contradice la praxis de décadas. No, al menos hasta que aparezca contante prueba en contrario. Cuesta suponer que el mundo (y los organismos internacionales de crédito) puedan mutar tanto su esencia.

En cualquier caso, un puñado VIP de gobernantes del planeta, en general de países incomparablemente más poderosos que el nuestro, hizo ademán de ponerse las pilas. Emitió señales de descalificación al jubileo financiero y arrimó un granito a “la primacía de la política”. Es un paso adelante, en un sentido deseable. No da la impresión de haberse reconfigurado un orden más armonioso ni se atisban las líneas maestras del incipiente multilateralismo.

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El Swap de monedas entre los Bancos Centrales de Argentina y China fue otra novedad de la semana. Según las autoridades de aquél es un aporte a la estabilidad, un modo eficaz de contrarrestar “la fuerte volatilidad financiera”. El núcleo del acuerdo es, describen en torno de Martín Redrado, la estabilidad financiera antes que el comercio bilateral. El gobierno quiere dejar sentado que no habrá trabas para pagar el vencimiento de Boden 2012, en agosto a menos de dos meses de las elecciones.

En los pasillos de Palacio hay coincidencia parcial con el pronóstico pero pululan rezongos audibles acerca de la falta de comunicación interna de la medida. Ni el ministro de Economía, Carlos Fernández, ni la ministra de la Producción, Débora Giorgi, supieron del acuerdo mucho antes que los lectores habituales de los diarios, rezongan a su alrededor.

Para los pobladores más eminentes de Olivos, las dos noticias sobrevoladas en esta nota son auspiciosas, perciben un mundo más afín a su “narrativa” y están seguros de contar con un kit de recursos para solventar los compromisos internacionales y la gestión de gobierno, en un 2009 duro de escalar.

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