Domingo, 25 de julio de 2010 | Hoy
Por Mario Wainfeld
Está de moda predicar el credo institucional y compungirse por la falta de seguridad. Es menos usual ponerles el cuerpo a esas ideas, máxime si están en juego los intereses propios. El asalto con toma de rehenes, realizado por un ladrón de poca monta, visiblemente pasado de merca y falto de experiencia, excitó a unos cuantos medios y comunicadores que dieron un ejemplo chocante de irresponsabilidad y falta de congruencia.
Todos lo saben: en tamañas circunstancias, los de afuera son de palo. Debe hacerse lugar a la tarea policial, desempeñada por especialistas. Avidos de protagonismo, compelidos por la búsqueda de unos puntos de rating, muchos interfirieron creando riesgo adicional.
El desenlace fue relativamente incruento: la suerte, la destreza de los que saben o el azar pudieron más que la intromisión salvaje.
Lo sucedido es una metáfora sobre la lógica capitalista y las reglas de competencia mediática. En una etapa en la que ensalza hasta el paroxismo y sin autocrítica a los medios comerciales, vale la pena repensar esas horas de desborde.
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El presidente brasileño Lula da Silva lloró (suele hacerlo) en un reportaje. Se emocionó evocando que el Banco de Desarrollo de su país concedió un crédito millonario en dólares a cooperativas de cartoneros, inversión inimaginable años ha. También cuando contó que un colectivo de humildes personas “de la calle”, recibidas por él en Planalto, le sinceraron que no se acordaban de qué iban a pedirle, de tan conmovidos que estaban por “haber entrado al Palacio”.
El presidente no ocultó sus lágrimas ni se privó de darles un sentido político: bajo sus mandatos, el pueblo brasileño ganó dignidad, se puso de pie. Entró en Palacio, en fin, junto a su representante.
Con mentalidad cínica, cualquiera puede aducir que Lula se aflige porque se aleja del poder. Seguro que algo de eso habrá y que buenas razones tiene. Consagró su vida a la política, militó y trabajó en pos de ese objetivo. Es natural, humano, que sienta saudades anticipadas. Pero su llanto, tan convincente como su oratoria, espeja a un líder inusual y es un canto a la política.
Lula forma parte de un elenco de presidentes que dieron un tono inusitado a la vida de este Sur. La alianza estratégica tejida entre Brasil y la Argentina durante las presidencias de Lula y los Kirchner es un estadio superior de la relación entre los dos países, más allá de las diferencias entre ambos y de los distintos estilos o modos de construcción política de los mandatarios. Cualquiera puede cuestionar ese hecho central, ningún observador racional puede negarlo.
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