Domingo, 12 de agosto de 2007 | Hoy
Por Horacio Verbitsky
Nadie del gobierno se hace cargo de la enormidad de alquilar un jet privado por casi 100 mil dólares. En esta indiferencia por la austeridad no hay líneas internas, porque tampoco a Alberto Fernández le parece objetable que Romina Picolotti gaste decenas de miles de dólares en vuelos VIP. Es cierto que los aviones de la flota presidencial estaban ocupados: dos fueron a los Antiguos, en Santa Cruz, donde estuvieron Kirchner y Cristina inaugurando infraestructura turística; uno llevó a Brasil al canciller Jorge Taiana; otro estaba en Córdoba con el ministro de Salud, Ginés González García. Pero esto no explica por qué Uberti & Cía. no abordaron un vuelo regular. El argumento de que el gasto se justifica porque estaban negociando acuerdos por 400 millones de dólares es pueril, dada la amplia oferta de líneas aéreas, y sugiere que quienes lo esgrimen no terminan de entender la magnitud del daño que estas actitudes causan al propio gobierno, por no hablar de la confianza pública en las instituciones y sus funcionarios. Demasiados enemigos poderosos se ha sabido ganar Kirchner como para ser indulgente con funcionarios cuyo lujo y despilfarro son ofensivos en un tiempo de ilusión y penurias. Es posible, y bastante probable, que la sucesión de escándalos de los últimos meses no impida la victoria electoral de CFK, pero es un mal augurio para su eventual gobierno. Salvando todas las distancias, las analogías con el primer peronismo son inevitables. Perón fue reelecto en 1952 por una amplia mayoría, pero la pérdida de impulso militante y el alejamiento de las clases medias lo aislaron y favorecieron su derrocamiento. Ese tipo de desenlace está excluido hoy, pero hay otras maneras tan o más eficaces de frustrar el proceso iniciado en 2003, que es un espacio de arbitraje propicio para la construcción de las alternativas superadoras que hoy no se advierten. A la vuelta de cualquier otra opción realmente existente (y no de algunas grandes declamaciones, impulsadas por propósitos tan módicos como la obtención de una banca) se agazapa una regresión antipopular no menos drástica que las de 1955 y 1976.
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