El cardenal jesuítico Jorge Bergoglio volvió a montar un palco en la calle para dirigir otro discurso político en ocasión del día de San Cayetano. Lo realzó con una gestualidad cada vez más desinhibida, diálogos con los feligreses y un baño de multitudes, cuando caminó entre los promesantes y tomó mate con ellos. Bergoglio dijo que “cuando una persona o un pueblo vende su dignidad, o la negocia, o permite que sea menoscabada, todo lo demás pierde consistencia, deja de tener valor”. Esta conclusión extrema revela el fondo de su pensamiento sobre el proceso político argentino. “Cuando una sociedad basa el reparto de los bienes no en el trabajo sino en la dádiva o en los privilegios –agregó– pierde el sentido de su dignidad y rápidamente se vuelve injusta la distribución de los bienes, y las personas son transformadas en esclavos o en clientes.” Pese a afirmar con buena doctrina que “el trabajo es el garante de la cuestión social”, no dio cuenta de que desde 2003 la falta de empleo se redujo a la mitad y que los planes sociales están en acelerada vía de extinción. Salvo que las dádivas y prebendas mencionadas fueran los subsidios que el Estado paga a diversas empresas, entre ellas algunas que representan inversiones del Arzobispado.

Con la pericia tinelliana de un telepredicador, preguntó a su público:

–¿La dignidad nuestra, quién nos la dio?

–Jesús –dijeron algunas voces.

–Muy bien. Más fuerte. Repitan, bien fuerte, Je-súuus –insistió el prelado.

El texto escrito afirma que la paz hace a la dignidad, porque “la unidad es superior al conflicto”, una de las consignas que el cardenal repite a sus interlocutores, como reveló Gabriela Micchetti. Pero al improvisar en la tribuna introdujo el párrafo con un estilete dirigido a quien ha elegido como antagonista, sin mayor éxito dada la habitual falta de respuesta: “Hay gente que busca el conflicto”. Un psicólogo, ahí.