Domingo, 7 de octubre de 2007 | Hoy
Por Marta Dillon
Hay una pregunta que de tan obvia cae como una fruta madura frente a los integrantes de este grupo: ¿Para qué? ¿Para qué escuchar o compartir la realidad puertas adentro de los hogares de los verdugos? ¿Es necesario? Ismael está acostumbrado al asombro, tal vez porque a él mismo lo sorprendió la posibilidad de conformarse como grupo: “Se trata de un pasaje, de un tránsito que no quiere ser institucional ni mucho menos formarse como organismo de derechos humanos. En todo caso habilitamos el tránsito para quien está o quedó del otro lado y que en ese pasaje pueda recordar y también entregar información, romper la lógica del genocidio, el mandato de silencio e inscribirse de otro modo en la sociedad”. Ismael tiene un tío desaparecido, es docente de la UBA y motor de este grupo por el que ya han pasado varios familiares de represores y permanecen los familiares de víctimas de la dictadura. “Lo que buscamos es un proceso de restitución: advertimos que quienes han convivido con un represor en su intimidad familiar son parias. Tienen una historia que no se puede nombrar ni escuchar”, aclara. Y esa historia, a la vez, está cargada de una información valiosa tanto para quienes buscan saber qué pasó con sus familiares desaparecidos como para las causas judiciales reabiertas en los últimos años, desde la anulación de las leyes de impunidad. Construyen así una geografía posible entre los límites de la heterogeneidad y los antagonismos históricos, políticos y también subjetivos.
La respuesta a la primera pregunta se puede escuchar y sin embargo no alcanza: ¿reunir en un mismo territorio no sólo lo diverso sino lo antagónico? ¿Para qué someterse a esa tensión? Y es que este grupo busca ir más allá de la tensión y trabajar con la crueldad, pero no desde el sentido común del gusto sádico por ver sufrir a otro sino como la entendía Antonin Artaud en las Cartas sobre la crueldad: “Desde el punto de vista del espíritu, crueldad significa rigor, aplicación y decisión implacable, determinación irreversible, absoluta”. Pero tal vez más sencilla sea la explicación de otro de los miembros de El Puente, un hombre que militó en el PRT y estuvo preso durante la dictadura: “Lo que queremos es que los represores vayan presos y que sean sus propios hijos quienes los denuncien”. Entonces sí, el horizonte parece más claro aunque se defina con contornos demasiados parecidos a la venganza, una venganza sofisticada pero individual como toda venganza, una retaliación equivalente a esa sistemática apropiación de niños y niñas durante la dictadura. Si los represores buscaron domesticar y cosificar el linaje de los rebeldes, ahora les tocaría a ellos ver cómo su estirpe se retoba y los denuncia. Pero en El Puente no se habla de venganza, aunque saben que explorar esta posibilidad, nombrarla, es también nombrar lo siniestro que habita en cada uno. Y así, al conocer esa chance, dicen, pueden negarse a ella. Al contrario, lo que pretenden es “prestar el cuerpo para inventar otros mundos, otros modos de hacer Justicia, Verdad y Memoria”.
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