Domingo, 13 de agosto de 2006 | Hoy
Por Juan Gelman
La decisión del gobierno israelí de extender la ofensiva terrestre en Líbano hasta el río Litani, 32 kilómetros adentro de suelo libanés, subraya lo que todo el mundo sabe ya. Tel Aviv no reaccionó como reaccionó ante la captura de dos de sus soldados sólo para sacarlos de las manos de Hezbolá. Podía haberlo hecho simplemente canjeándolos por algunos de los casi 10.000 palestinos y libaneses que están presos por tiempo indefinido en las cárceles israelíes y aun en los asentamientos ilegales de los territorios palestinos ocupados, en no pocos casos sin acusación alguna. “La mayoría ha pasado diez años en detención secreta y aislamiento y muchos siguen en prisión o han sido reemplazados por otros secuestrados”, afirma Stephen Lendman (www.globalresearch.ca, 24-7-06). Finalmente, según Amnesty asentó en su informe de 1998 –cuando tropas de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) mantenían la ocupación del sur libanés–, “el propio Israel ha confesado que los prisioneros libaneses están detenidos en calidad de ‘moneda de cambio’; no están presos por sus acciones sino para ser intercambiados por soldados israelíes desaparecidos o muertos en Líbano”.
Ahora el objetivo declarado del gobierno Olmert es destruir a Hezbolá a cualquier costo, propio y ajeno, y el precio lo pagan sobre todo los civiles de uno y otro lado. Desde la retirada de las FDI del Líbano en el 2000, la organización guerrillera no se ha cansado de disparar cada tanto cohetes al territorio israelí antes del conflicto en curso. Es cierto que Hezbolá preconiza la destrucción del Estado de Israel, que tiene pleno derecho a la existencia. No es menos cierto que el año que viene se cumplirán cuatro décadas de ocupación de los territorios palestinos destinados a convertirse en un Estado que también tiene derecho a la existencia. Las FDI están reocupando Gaza y siguen en Cisjordania, que las derechas israelíes, en particular las religiosas, reclaman para sí en tanto territorios con el nombre bíblico de Judea y Samaria. Podría decirse que, en cierto sentido, la guerra del Líbano es una “metástasis” de la cuestión palestina, señala Danny Rubinstein en el diario Ha-aretz de Tel Aviv (7-8-06).
El escritor y periodista francés Thierry Meyssan la instala en un contexto más amplio: esta guerra sería la aplicación de la política del “caos constructor” que inventó Leo Strauss –el filósofo judío de origen alemán que ha inspirado a los “halcones-gallina” de Washington–, según la cual “el verdadero poder no se ejerce en el inmovilismo, sino en la destrucción de cualquier forma de resistencia” (www.voltai renet.org/fr, 25-7-06). Los dolores del Líbano, ha dicho la secretaria de Estado norteamericana Condoleezza Rice, “son las contracciones del nacimiento de un nuevo Medio Oriente” (conferencia de prensa, Departamento de Estado, 21-7-06). Que corra sangre, entonces, para “remodelar el Gran Medio Oriente”, como Bush expresó. Meyssan subraya que el control de las zonas ricas en energéticos, ese arco que une el golfo de Guinea con el mar Caspio pasando por el golfo Pérsico, supone una redefinición de las fronteras, los Estados y los regímenes políticos de la región. Esto no empezó en Irak y Afganistán: en los últimos años, Israel se ha incorporado el 7 por ciento de los territorios palestinos ocupados, la Franja de Gaza y Cisjordania han sido físicamente separadas por un muro, la tercera parte del gabinete de la Autoridad Palestina y una veintena de sus parlamentarios –miembros de Hamas elegidos en las urnas– fueron detenidos por efectivos israelíes.
¿Entra en el designio del “nuevo siglo estadounidense” la guerra del Líbano? Israel tiene sus razones para llevarla a cabo y los neoconservadores norteamericanos las propias para apoyarla. Tel Aviv estableció un plan
de guerra hace más de un año (San Francisco Chronicle, 21-7-06), cuando Hezbolá incrementó su poderío militar, un plan que el ex primer ministro Benjamín Netanyahu y el ex viceprimer ministro y hoy parlamentario del Likud Nathan Sharanski analizaron con el vicepresidente Dick Cheney en junio pasado, en Beaver Creak, Colorado. En el plan se preveía la invasión del Líbano y la reocupación de Gaza a las que hoy se asiste (waynemadsenre port.com, 24-7-06). En realidad, Líbano es un antiguo foco de atención para Israel.
Thierry Meyssan recuerda una carta notable que David Ben-Gurión, al dejar por un período su cargo de primer ministro, envió el 27 de febrero de 1954 a su sucesor, Moshe Sharret. Reflexionando acerca de la mayoría cristiana maronita en Líbano, Ben-Gurión consideraba que el país de los cedros era, por esa razón, “el eslabón más débil de la cadena de la Liga Arabe”. “La constitución de un Estado cristiano (en Líbano) es algo natural –expresa en su carta–, tendría raíces históricas y lo sostendrían fuerzas importantes del mundo cristiano, tanto católicas como protestantes. En tiempos normales es algo casi imposible de lograr, sobre todo por la falta de iniciativa y de valor de los cristianos. Pero en situaciones de confusión, de revuelta, de revolución o de guerra civil, las cosas cambian y el débil puede creerse un héroe. Es posible (nunca hay certidumbres en política) que este momento sea favorable para inducir la creación de un Estado cristiano junto al nuestro. Esto no sucederá sin nuestra iniciativa y nuestra ayuda. Pienso que actualmente éste es nuestro objetivo esencial o al menos uno de los objetivos esenciales de nuestra política exterior, y que hay que invertir medios, tiempo, energía y actuar de todas las formas posibles para producir un cambio fundamental en Líbano.” Una excelente ilustración del concepto “caos constructor”.
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